Revista Arte
¿Qué le pasó al gran Tiziano para pintar, ahora con más de ochenta años casi, a una Judith tan diferente a como la había pintado ya cincuenta y cinco años antes? Y no sólo es ahora -1515- el rostro, entonces tan bello, tan delicado, tan hermoso... También, pintaría todo de otra forma. Pero, antes de nada, conozcamos un poco la leyenda. El reino de Judá surgió de la escisión del antiguo gran reino de Israel a la muerte del gran rey israelita Salomón, sobre el año 928 a. E.C. (antes de la era cristiana). Así que Judea, el reino de Judá, se situaba por entonces alrededor de Jerusalén, en la parte más sureña de aquel gran reino israelita de antes. Siglos después, alrededor de los años 600 a. E.C., el imperio asirio haría vasallo al reino de Judá, protegiendo y comerciando con él, consiguiendo así Judá una gran prosperidad. Pero, a la caída del imperio asirio, Egipto y Babilonia se enfrentarían por aquel territorio. El imperio de Babilonia -el Neobabilónico- venció, y el reino de Judá terminaría siendo colonizado ya por los babilonios. Las ciudades de Judá fueron asoladas y a una de ellas, Betulia, llegaría entonces el general Holofernes para tratar de sojuzgarla. Se adueñó de los canales de agua que abastecían la ciudad, y los judíos no supieron qué hacer entonces para vencerlo.
Una muy bella mujer judía, viuda de un noble señor, se decidió a poner fin a aquel asedio injusto. Decidida, Judith -símbolo epónimo del pueblo judío- se embellecería mucho su cuerpo y, junto a una sierva suya, se dirigiría entonces a la tienda de Holofernes. Y allí, solo provista ahora de belleza y dulzura, quiso homenajear -engañando- al salvador de su pueblo, argumentando que Dios habría abandonado a Betulia por la ruindad e impiedad de sus habitantes. Así, con inteligencia y sosiego, con elegancia y algunos que otros manjares, sedujo al fiero general babilonio. Luego de la invitación que éste le hiciera para entrar a su tienda, terminaron por quedar solos junto a su sirvienta. Entonces, con una fuerza solo llevada a cabo por la fidelidad a una idea -liberar a su pueblo-, tomaría su cuchillo y cejaría con él un corte poderoso en el cuello de Holofernes. Con la ayuda de su sierva se llevaría la cabeza cortada del opresor babilonio a Betulia, donde ahora los suyos pudieron comprobar cómo las huestes opresoras babilonias abandonaban pronto aquel asedio.
¿Historia, leyenda...? Ni siquiera los judíos lo consideran propio de su Torá, de su bíblia judía, lo tienen como algo apócrifo, falso. Sólo los cristianos ortodoxos y católicos lo tienen en cuenta con su Libro de Judith. En el Antiguo Testamento, en Judith, 13-6-8, se dice: Avanzó, después, hasta la columna del lecho que estaba junto a la cabeza de Holofernes, tomó allí su cimitarra -espada o sable curvo de Oriente medio- y, acercándose al lecho, agarró la cabeza de Holofernes por los cabellos y dijo: ¡Dame fortaleza, Dios de Israel, en este momento! Y, con todas sus fuerzas, le descargó dos golpes sobre el cuello y le cortó la cabeza. Y el Arte occidental desarrolló una temática artística extraordinaria para, con ella, crear una de las iconografías más impactantes y bellas de todas las que una heroína tuviera. Todos la pintarían hermosa, joven, poderosa, decidida, convencida así de que lo que ella estaba haciendo era un acto de piedad, de fe, de autoafirmación, o de vida...
Sin embargo, hubo otro gesto muy parecido en otra leyenda sagrada, uno donde otra semita portaba la cabeza degollada de un hombre entre sus manos. Salomé, hija de Herodías, a cambio, no fue ninguna heroína, amable o idealista. Quiso poseer lo que nunca ella poseería..., y pidió -utilizando la misma estratagema femenina que Judith- la cabeza ahora de San Juan Bautista. Judith no; Judith se arriesgaría, a pesar de su fragilidad y ternura, a ajusticiar al opresor de su pueblo, al opresor de sus principios o de su vida... Sólo le acompañó su belleza, su serena, maravillosa, tierna y convincente belleza. Por eso murió Holofernes, a cambio de San Juan, por ser vencido ahora así por la Belleza. Por la ideal, por la perfecta, no por la ignominiosa de Salomé. Iconográficamente, existen elementos para diferenciar una acción de otra. Salomé no portaba ningún arma asesina, ya estaba muerto San Juan cuando ella viera su cabeza degollada. Judith mataría a Holofernes con su cimitarra oculta. Salomé no estaba con ninguna sirvienta. Judith se haría acompañar de una. Pero, hay más...
La intencionalidad lujuriosa de ambas eran distintas. Para una era un medio, para la otra fue un fin. Judith no quiso seducir nunca a Holofernes para satisfacer ningún deseo carnal o terrenal. Salomé era lo único que ella deseaba, y, como no pudo obtenerlo, lo mandaría ajusticiar y recibir así, luego, el trofeo sanguinario de su lujuria. Dos rostros, dos cuerpos, dos gestos, dos miradas, dos sentidos, dos momentos distintos..., pero, ¡tan parecidos...! Y esta semejanza ha llevado a confundir obras de Arte a lo largo de la historia. Aún sigue siendo motivo de polémica artística saber si un lienzo representará a Judith o a Salomé -incluso se confunden en algunas reseñas de internet-. Como en el lienzo que realizara ya en su juventud el gran pintor italiano Tiziano, que aparece en una entrada de internet de la Galería Doria, del Palacio Doria de Roma, como Salomé con la cabeza de Holofernes. Hombre muy longevo -llegaría a los noventa años casi, según algunos historiadores-, tuvo el pintor tiempo luego así de cambiar sus ideas, sus semblanzas, o sus formas de representar una misma obra en un lienzo. Así que Tiziano pintó dos obras, al menos, del tema de Judith y Holofernes. Una en el año 1515, con treinta años aproximadamente el pintor; otra en 1570, con cerca de ochenta.
En Judith con la cabeza de Holofernes del año 1515 -actualmente en la Galería Doria de Roma-, Tiziano compone una mujer bellísima, una joven que dispondrá de todo en su iconografía menos de una dura, decidida, cruda, pérfida o hasta violenta imagen de heroica mujer. Aquí, en su obra renacentista temprana, Tiziano pintará una Judith -claramente Judith por ser acompañada de su sirvienta aquí, a diferencia de Salomé- que contrastará con la cruda y sanguinolenta y degollada cabeza de Holofernes. Representa ella todos los valores, todos esos valores clásicos que harían a Judith una modelo de mujer, una reconocida y muy elogiada mujer -hasta su sirvienta la mira aquí admirada-, esa mujer que habría salvado a su pueblo de manos de un terrible opresor. La vida frente a la muerte, la razón frente a la pasión, o la dulzura frente a la violencia. Sin embargo, ella había sido ya la que habría causado, con su propia decisión, la muerte de un hombre. Pero no, no era, ahora, la muerte de un hombre sino la muerte de la maldad, de la impiedad, de la falta de fe. A pesar de haber creído, a cambio, él tanto en ella...
En la obra de 1570, Tiziano creará otra cosa totalmente distinta. Ahora no es la misma mujer la que aparece, claramente, portando aquí una cimitarra ensangrentada. Parecerá otra Judith, parece, realmente, ahora una Salomé vanidosa la que sujetará por su cabello la cabeza de Holofernes. Porque, ahora, Tiziano habría ya cambiado. Se siente defraudado de la vida, a sus ochenta y tantos años casi. El pintor había compuesto en su vejez cuadros muy desoladores, mucho más crueles que nunca antes los habría hecho el gran pintor manierista. Y por eso en su Judith de 1570 el rostro de ella no es aquí ni tan dulce ni tan distante, ni tan bello ahora, incluso, entre la dura composición, además, que el pintor hará aquí de su Judith con la cabeza de Holofernes. Ni los colores, ni el fondo, ni la admiración de su sirvienta, nada; aquí no habrá nada de aquello que él ya hiciera, más de cincuenta años antes. Su Judith de su vejez no era la misma que la de su juventud. ¿Por qué? ¿Qué haría más simbólico el pintor ahora en su cuadro frente a aquel otro de su juventud? ¿Sería el hecho de que una mujer tan bella no podría ser ya, verdaderamente, tan convincente para una acción tan dura? Hay que tener en cuenta que a finales del siglo XVI, cuando pinta ahora esta abrumadora Judith, el mundo comenzaría ya a vislumbrar un cierto realismo menos heroico.
Pero, además, ¿qué otra cosa pudo suceder, a parte de una cierta verosimilitud, en la obra? Porque el gesto de entonces de Judith, aquel de 1515, podía confundirse con una cierta admiración por el hombre herido de muerte. Ser una especie de belleza vencida ya por un gesto oprobioso ahora. Ver, así, que la mujer lo haría por una fuerza distinta a ella, por algo que no le saldría de sí misma, sino de una fuerza sobrenatural, perdonable incluso ahora, pero, ¿a veces, innecesaria...? Todo lo contrario que lo que el pintor representara en el año 1570, en su vejez. En este lienzo veremos a una mujer que no duda, que no le tiembla nada, ni siquera su rostro o su gesto, inconfundible, convencido, con una cierta satisfacción -¿voluptuosa?- por lo que hace o ha hecho. ¿Es que, ahora, el pintor quiso defenestrar así, claramente, la figura tiránica y malvada de Holofernes aún mucho más de lo que era? ¿O es que, mejor, quiso darle a ella un sesgo ahora más hiriente, menos dulce, más detestable, más lujurioso por ser ahora aquí todo ello una muy cruel venganza...? No se sabrá. El pintor, es cierto, acabaría sus años absolutamente contrariado y decepcionado de la vida. Para él, que había recreado la Belleza sin remilgos ni reservas, al parecer, al final de su vida, no pudo ahora verla más allá de lo que, aquí, su propio simbolismo iconográfico permitiera realizar en un lienzo, pero ya sin deseos, sin elogios, sin admiración, sin esperanza, o sin grandeza.
(Óleos todos del pintor manierista Tiziano: Cuadro Judith con la cabeza de Holofernes, 1515, Galería Doria, Roma; Lienzo Judith con la cabeza de Holofernes, 1570, Museo de Arte de Detroit, EEUU; Óleo Salomé con la cabeza del Bautista, 1550, Museo del Prado, Madrid.)
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