Revista Cine
The misfits (Vidas rebeldes, 1961) es uno de los títulos más míticos de la historia del cine. Lo es por tratarse del último trabajo de Marilyn Monroe (aunque se mostraría risueña y espléndida en la famosa piscina de Something's got to give (1962), de George Cukor, éste quedaría inconcluso), de la despedida de Clark Gable, que fallecería de un ataque al corazón un par de semanas después del rodaje, según algunos debido a los esfuerzos que él mismo se exigió para matar los largos descansos que le obligaban las continuas ausencias de la actriz, que atravesaba una etapa de graves trastornos anímicos, y que le animaron a ser arrastrado por una camioneta a 50 km/h. Lo es por mostrar la mayor atrocidad jamás cometida a unos animales durante un rodaje: la caza del garañón, las cuatro yeguas y el potrillo que huyen de la cuerda y la carga neumática. También por estar dirigido por John Huston, garantía de extraordinarios planos y momentos, de exigencias desmesuradas, y que si resultó un trabajo que siempre aborreció lo fue más por el sufrimiento padecido durante la filmación y el fracaso en taquilla que por el valor estético. Por el alcohol que todos consumían; el estilo de vida autodestructivo de Montgomery Cliff. Por estar escrito por Arthur Miller, el entonces marido de la bella rubia, pensando en ella; por las revelaciones de los fotógrafos de la agencia Magnum, que con sus disparos documentaron el grito ahogado de la soledad: E. Arnold, H. Cartier-Bresson, B. Davidson o Inge Morath crearon fotografías más impactantes que las del propio film (el elenco masculino junto a una escalera rodeando a una explosiva Marilyn; Marilyn memorizando un texto en la inmensidad blanca del paisaje), y la presencia de Inge hizo que el autor se decidiese a dar el paso definitivo, romper el matrimonio intelectual-frívolo (así se veía, se ve, a ella, cuando en realidad era bastante más culta que la media) nada más regresar a New York y anunciar la nueva relación sentimental. Todos, motivos más que suficientes para arrodillarnos ante The misfits, si es que no lo hacemos ante la belleza de la historia que encierra.
Dialogando los miedos de la actriz, pues todo indica que la mala suerte, la ingenuidad, la bondad, la carencia afectiva, la ausencia de padres e hijos, los temas que rodean y trata la preciosa Roslyn (Marilyn), mujer con el don de la vida en su sonrisa, eran los propios, Miller nos entrega la última aventura de un rompecorazones, Gay (Gable), que se resiste a colgar el sombrero. En compañía del piloto Guido (Eli Wallach), un lobo hacia el final de la cinta, de Perce Howland (Cliff), un vaquero de rodeos, buen tipo y algo simplón, y de Roslyn, la mujer recién divorciada que nada más que cuenta con la amistad de su casera, la alegre cincuentona Isabelle (Thelma Ritter), viajan al desierto a capturar una manada de caballos que les reportarán unos dólares, trabajo mucho mas satisfactorio que ser empleados de nadie. Road movie en la que los personajes apenas se mueven unas millas, donde la cabaña de Guido es el edén, los hijos unos ingratos, la lujuria se disfraza de amor; nueva persecución de Moby Dick por parte de Ahab/Huston y una tripulación de fugitivos de la ciudad, The misfits es la constatación del fin de la aventura del oeste: los caballos ni siquiera están destinados a servir como comida para humanos. “Todos nos estamos muriendo”, dice Roslyn. Algunos, como ella, como el potro que golpea insistente el cuello de su madre atada en el suelo, demasiado pronto.
Es ésta una película especial, un film de culto que recuerdas cuando te invade la nostalgia -fue rodado en el blanco y negro de nuestros sueños-, un placer donde Marilyn, carnal, madura, cambia de plano a plano: los ojos y el vientre hinchados, los cabellos más largos o cortos; idea del infierno interior que padecía. Cierto que es misógino: son tres hombres acosando sin descanso a Marilyn -siempre es ella, no su personaje-, cada uno con sus intenciones depredadoras, tal vez las del débil cowboy Perce menos claras, más sinceras, son las manos de los bebedores manoseando su ingenuidad y la cámara indiscreta de John Huston mostrando la tibieza de su despertar, la infantilidad de los saltos de la gacela acorralada, los peligros del juego de la pelota en el bar, del baile en la cabaña que nunca se terminará de construir, escena que advierte del brutal cambio sufrido por la sociedad estadounidense desde el arranque en rojo de Niagara (Niágara, 1953), de Hathaway, baile que Godard, Hartley o Linklater nos han recordado en algunos de sus títulos más emblemáticos.
Se llaman misfits (inadaptados) a los caballos salvajes del desierto de Nevada. Por extensión, aquí son los protagonistas de la historia crepuscular filmada por Huston. Por si la leyenda de su rodaje, del tratamiento feroz a los animales, no fuese suficiente, cuentan los indiscretos que la noche de la que Monty no despertó una cadena de televisión norteamericana la incluía en su programación y que el actor, avisado de ello, rehusó verla. Absolutely not!, dicen que fueron las últimas palabras que alguien escuchó. Nunca le gustó; aquel rodaje fue un castigo. Lo supieron todos los que participaron, como Gable, que pese a ello, y la premura de su partida, dijo que fue la única vez en su vida que actuó. En cambio Marilyn no actuó: fue tal cual, viendo en Gable al padre que no tuvo. Inundaba la pantalla a gritos, pero nadie la escuchaba. Huston incluso la empequeñeció: en un momento preciso, despreciando su talento (provenía, como Monty y Wallach, de la escuela de Strasberg, educación que él odiaba), la alejó de la lente, privándonos de contemplar la acuosidad salina por el hermoso rostro, aunque lograse una imagen de extraordinaria vulnerabilidad. Ver hoy esa escena, y muchas otras, aparte de un homenaje a sus protagonistas, es un placer.
En The misfits, los caballos no mueren, lo hacen los actores. Actores que conocían que el precio de la independencia es la soledad.
The misfits (Vidas rebeldes, 1961)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detallan 9 títulos de J. Huston: The maltese falcon (El halcón maltés, 1941); San Pietro (1945)*; The treasure of the Sierra Madre (El tesoro de Sierra Madre, 1948); The asphalt jungle (La jungla de asfalto, 1950); The Africa queen (La reina de África, 1951); Beat the devil (La burla del diablo, 1953); Fat city (Ciudad dorada, 1972); Prizzi's honor (El honor de los Prizzi, 1985) y The dead (Dublineses, 1987).
* Dirección no acreditada. En el libro aparece con el título de The battle of San Pietro.
P.S. En GENERACIÓN PERDIDA 2.0 se detalla 1 título más de J. Huston: Rudyard Kipling's The man who would be king (El hombre que pudo reinar, 1975; +DE 1001 FILMS: 1048).