Revista Opinión

De esos humos

Publicado el 03 febrero 2011 por Manuelsegura @manuelsegura

De esos humos

Desde la entrada en vigor de la controvertida ley antitabaco no he vuelto a fumarme un puro. Llevo, pues, más de un mes sin hacerlo. Mi condición de fumador siempre ha sido sui géneris. Fumaba cuando realmente me apetecía y, cuando no era así, carecía de eso que algunos llaman mono. De momento, aguanto.

Reconozco que ahora es un placer entrar a bares y restaurantes carentes de humo. En ellos se huele a comida, y no a tabaco como ocurría antaño. En eso creo que todos seremos capaces de reconocer que hemos salido ganando. Antes lo normal era entrar a uno de estos locales y, si la ventilación no era muy así, salir con el pestazo tabaquero de turno. En la ropa, en el pelo y hasta en el alma, si me apuran.

Mis amigos hosteleros me reconocen que los paganos de esta ley han sido ellos. Se lamentan y yo les comprendo. Hace un tiempo que invirtieron para recolocar a los fumadores y dividir estancias, y hoy comprueban tristemente que todo fue baldío. Un camarero me decía que no es que tuvieran menos gente, es que la que tenían ya no hacía tertulia ni prolongaba la estancia como antes.

Y luego están los fumadores. Siendo consciente de que eran el enemigo a batir, yo mismo me rebelé contra la cacería organizada. Y eso que reconozco que, puestos a hablar con la legalidad higiénica en la mano, tienen poco que rascar. Sin embargo, lo que me dolió fue esa persecución a la que se les pretendía someter como si de delincuentes comunes se tratara. Y no era esto.

Estoy convencido de que aquel aserto de que mi libertad termina donde empieza la tuya –o viceversa– es de lo más verídico para el caso que nos ocupa. Si los fumadores hubiesen inoculado de forma genérica el don de la oportunidad, sabiendo dónde y cuándo podían encender un pitillo sin molestar a los que le rodean, es posible que la educación ciudadana no nos hubiera llevado por los caminos de lo taxativo. Lo que pasa es que, durante largo tiempo, mucha gente ha fumado en los lugares más increíbles, rodeados de personas que poco les importaban y sin consultar, acaso, si el humo les cegaba la visión o les dificultaba la respiración.

En un país donde hasta hace nada se fumaba en hospitales, cines, aviones o autobuses, que de golpe te apliquen la ley seca sienta muy mal. Y sí, se hubiera hecho necesario hacer de todo esto una cuestión de mano izquierda, de intentar contentar a todos, de no herir demasiadas susceptibilidades. Pero reconocerán conmigo que la apuesta era harto difícil. Y ya verán, incluso, como los que vengan detrás no desharán el camino andado. Tiempo al tiempo.


 


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