Es muy triste que no nos importe al resto de la sociedad, si es que nos merecemos ese nombre.
Mientras, nos quejamos porque tenemos problemas para encontrar una camiseta bonita para el verano, porque nuestro teléfono se nos estropea o porque nos quedamos sin Internet durante un par de horas. Una queja desde el sofá de nuestra casa con la espalda bien apoyada, claro.
Nos quejamos por todo. Somos los más desgraciados del mundo cuando nos ocurre alguna mínima cosa que no concuerda con lo que tenemos en mente pensado o preparado en nuestra vida diaria. Si ocurre algo que no teníamos previsto y nos retrasa unos minutos, cae en nuestra espalda una losa que provoca un enfado y una frustración mayores a todo lo que pudiera pasar en el resto del mundo. Por favor toca despertar de una vez.
Nos comparamos y nos quejamos porque otros son mejores. Vivimos en un mundo de agresiva y permanente competición, y si perdemos, nos quejamos. Buscar el bien común es demagogia. Quien habla de ello realmente está ablandando su discurso frente a su audiencia para que ésta ceda.
Además, tenemos mala suerte porque no somos lo suficientemente guapos.
Tampoco somos lo suficientemente altos y fuertes.
Ni lo suficientemente inteligentes.
No somos lo suficientemente aptos.
¿Aptos para qué? Estamos tontos, de verdad. Así nos va. Tampoco tenemos la culpa, (por supuesto la culpa para otros) nuestra educación nos ha llevado hasta aquí, estábamos destinados a ello, aunque si ponemos un poquito de nuestra parte y comprendemos 4 cositas, quizás nuestra perspectiva de la vida, el prisma por el que la veamos, cambie.
Pero, ¿podemos? ¿queremos?