Copio un comentario mío en el estupendo blog del escritor Teo Palacios:
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Estoy de acuerdo en que, como principio moral y económico, el autor tiene derecho a recibir una compensación por su obra. Lo que ocurre es que cualquier legislación sólo tiene sentido cuando el beneficio que la sociedad obtiene por aplicarla es suficientemente mayor que el coste de aplicarla. Prohibir algo que la gente se las va a terminar apañando para hacer si le da la gana, y de formas que va a ser más costoso detectar que el beneficio que se obtenga por detectarlo, no tienen sentido y terminan llevando a la pobreza a la sociedad que las intenta aplicar. Ocurre un poco como con el caso del consumo de droga: las mismas razones que llevan a prohibir la producción y venta de drogas podrían llevarnos a prohibir su compra y consumo, pero la mayoría pensamos que tener un cuerpo de policía mucho más numeroso y dedicado exclusivamente a controlar si cada ciudadano se fuma o se deja de fumar un porro tiene muchos más inconvenientes que las ventajas que podría traernos. Creo que en ambos casos son mejores unas políticas de restricción dirigidas más a controlar a los que se lucran con la venta de drogas o las descargas ilegales, que políticas pensalizadoras del consumo; y esto, acompañado, claro está, de políticas de concienciación ciudadana. Si la gente se convence de que, pese a que se le dé libertad para bajarse archivos, está bien que las obras que le han gustado le lleven a compensar DE ALGUNA MANERA a los autores (comprando alguno de sus libros de vez en cuando, yendo a un concierto si se trata de música, etc.), lo que tendremos será una combinación de descargas "alegales" y compras legales que, en último término, beneficiará a los autores de las obras que más gusten a la gente. Pero si empezamos acusándoles de ladrones, perderemos enseguida la poca autoridad moral que intentamos tener sobre ellos.
Por otro lado, teniendo en cuenta la crisis, y el 50 % de paro juvenil que sufrimos, no deja de consolarme el hecho de que muchos de esos jóvenes sigan despertando y alimentando su afición a la lectura aunque sea masivamente a través de desacargas "alegales"; si algunos autores han conseguido enamorarles, y la "industria cultural" no se empeña en mostrarles su odio como a criminales desalmados, habrá alguna esperanza de que, cuando la situación mejore y encuentren trabajos bien pagados, compensen con agradecimiento a aquellos autores (y a otros), decidiendo gastarse unos eurillos de vez en cuando en un libro para ellos mismos o para regalar, o dando un donativo a una biblioteca (que supongo que será la principal fuente de ingresos de estas instituciones dentro de unos años).
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Ya fuera del comentario, no he podido evitar acordarme del escritor Josep Pla, quien, muchas décadas antes de que existieran las fotocopiadoras y no digamos internet con sus epubs y pdfs, era asiduo de las librerías barcelonesas, en donde se pasaba largas horas leyendo directamente los libros que le apetecía, y con tal caradura que incluso dejaba un billete de metro en la página donde lo dejaba para volver a leerlo al día siguiente. Y no parece que los libreros lo denunciasen en los juzgados.
Enrólate en el Otto Neurath