Déjame salir (2017), debut en el largometraje del director y guionista Jordan Peele, es una de esas raras bendiciones que el amante del (buen) cine de terror agradece hasta la extenuación. En realidad cualquier amante del séptimo arte debería agradecer que se estrenen películas tan inteligentes, lúcidas y entretenidas como esta. Convertida en la gran sensación del cine de terror en Estados Unidos -donde a pesar de sus ínfimos 5 millones de dólares de presupuesto lleva recaudados sólo en ese país más de 150-, Déjame salir supone una de las operas primas más estimulantes del último cine de terror, demostrando que el género está más vivo que nunca. Peele, que ha hecho historia al convertirse en el primer director afroamericano que debuta con una película que rebasa los 100 millones de dólares en taquilla, firma un ejercicio cinematográfico de primer nivel; una película que va envolviendo al espectador poco a poco, enredándolo en una telaraña malsana y ametrallándolo con múltiples preguntas para terminar explotando por todo lo alto en su tramo final, tan apoteósico como inolvidable.
El film narra la historia de un joven afroamericano (Daniel Kaluuya) que se dispone a conocer a la familia de su novia blanca (Allison Williams). Una vez instalado en la casa de sus futuros suegros, donde se plantea pasar un plácido fin de semana, comprobará que la idílica familia de su chica -y sus empleados de hogar- no son tan perfectos como parecen y que esconden secretos que pueden ser letales. Con una premisa argumental que recuerda inequívocamente a Adivina quien viene esta noche (Stanley Kramer, 1967), Déjame salir ponee de manifiesto la amplia cultura cinematográfica de su creador al trufar su película de referencias cinéfilas, desde la ya citada obra de Kramer hasta La semilla del diablo (Roman Polanski, 1067) o La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), entre otras muchas. De esta última el director coge prestado el hecho de dar el papel de héroe en una cinta de terror a alguien de color, una decisión con la que Romero rompió moldes en su época. Pero referencias aparte, Déjame salir es una película con entidad propia, con el sello inconfundible de un creador que no le ha temblado el pulso en debutar con un proyecto tan arriesgado como este, donde se conjugan de forma extraordinariamente bien el thriller, la comedia -el amigo del protagonista es realmente desternillante- la denuncia social -el director nos recuerda, en plena era Trump, que el racismo nunca ha dejado de estar presente en nuestro ADN-, el terror e, incluso, el gore. Todos los paladares, pues, satisfechos. Y lo increíble es que de semejante pirueta Peele no sólo cae de pie, sino con vítores y aplausos.
A pesar de que el director mantiene en un nivel alto el film en todo momento, es en su último tercio, sus últimos 40 minutos, cuando Déjame salir alcanza la gloria. El clímax final, en el que la cinta responde a todas y cada una de las cuestiones que a lo largo del metraje ha ido planteando, es lo más salvaje visto en mucho tiempo en una película de terror, con una sucesión de sangre y muertes realmente abrumadora. No hay que menospreciar, claro está, la primera hora de función, donde la atmósfera asfixiante, inquietante y casi opresiva que quería crear el director está más que lograda. Sin embargo, se corría el riesgo de que el tramo final no cumpliese con las expectativas generadas a lo largo de esta primera hora, algo que, como ya digo, no ocurre ni de lejos. Es tal la fuerza con la que emerge la violencia en estos últimos minutos que el amante del terror quedará más que satisfecho. Narrada con agilidad envidiable y un ritmo que nunca decae, Déjame salir no es, no obstante, una obra maestra, aunque tenga momentos realmente brillantes -esa escena en la que el protagonista le pide a su novia las llaves del coche, la escena de la operación-. Y no lo es por algunos aspectos mejorables como pueden ser su previsibilidad, algunas trampas de guión o la extraña y casi me atrevería a decir que infantil manera que tiene el director de rodar la escena de la hipnosis.
No es de extrañar que la crítica haya caído rendida de forma unánime a este compacto ejercicio de tensión y suspense que, además de inquietarnos, dibuja casi sin que nos demos cuenta una estampa social que estremece -la reveladora escena del policía y el DNI, lejos de ser algo circunstancial, se da a diario y de forma constante en todos los puntos del planeta-, así como otros temas no menos peliagudos como son las falsas apariencias y la hipocresía. Estamos, en definitiva, ante un proyecto que exhala libertad por los cuatro costados, hecho sin censuras ni sujeto a ningún parámetro de ninguna industria. Déjame salir es cine de autor al 100%, cine al que conviene acercarse para que nos sorprenda, incomode y aterre. Los sustos están garantizados. Y el buen cine también.