Revista Cultura y Ocio

Develando el fantasma borgiano.

Publicado el 30 septiembre 2010 por Zeuxis
DEVELANDO EL FANTASMA BORGIANO.


Pronto sabré quien soy.

Borges.

Develar, es llevar a cabo la acción de quitar el velo a aquello que está oculto; en este sentido, develar es lo mismo que descubrir y si seguimos encadenado palabras encontraremos que descubrir e inventar son sinónimas en latín. Para Platón, tanto inventar como descubrir eran simples sinónimos de recordar. Entonces, inventar, al parecer, es poner o propiciar algo nuevo en el mundo a través de ciertos artificios de la memoria, es, para decirlo mejor y con palabras delprofundo Alfonso Reyes, imitar en cuanto sólo se cuenta con los recursos naturales, y no se hace sino estructurar éstos en una nueva integración, por lo tanto, es ambicionar que lo nuevo se represente y sea percibido. La palabra develar, juguetona palabra de la exploración, nos transporta siempre, en última medida, hacia ese abismo que es el desear o querer lo desconocido, y pretender lo desconocido es en última instancia llevar a cabo el riesgo de conocer.

Aristóteles, en su Metafísica, afirmó que todo hombre desea naturalmente saber. En este sentido lo que entonces, se busca a través de este simulacro es efectuar ese ejercicio por medio del estudio de una identidad única, doble o soñada que sentimos siempre en la literatura borgiana; será, para ser más enfáticos, profundizar en las tinieblas de esa verdad sospechosa como llamó Alfonso Reyes a la literatura y quitar el velo a aquello que al final, ya descubierto, nos trasmitirá, quizá, esa sensación platónica de saber que lo único que hicimos fue, simplemente, despertar en nosotros un antiguo recuerdo del género humano. Y es que al decir que, cuando se explora, lo que naturalmente se busca es el hecho de llegar a una sabiduría, no podemos negar que la lectura borgiana como toda literatura, nos lleva en esta dirección. Pero, al parecer, algo muy raro sucede fuera de la primera ley aristotélica cuando abordamos a Borges. Esta rareza parece darse en el momento en que sentimos que su literatura nos dice cosas imprescindibles, sin embargo este conocimiento, pareciera así, lo que verdaderamente busca trasmitirnos es la zozobra y la desdicha antes que la tranquilidad y el orden. Su cosmología literaria invita a un rotundo escepticismo o escepticismo esencial como él mismo lo manifestara en su epílogo a Otras inquisiciones y es debido a este fenómeno lo que hace que Borges se consolide como un autor canónico, imprescindible, voluptuoso e inolvidable.

Al parecer la revista Time no se equivocó al presentar al argentino como el más grande escritor universal del siglo pasado, ya antes Paul Bénichou y E. Anderson-Imbert confesaron que Jorge Luis Borges pertenecía a la literatura universal; en nuestros tiempos, tal opinión se mantiene; William Ospina, el gran ensayista colombiano, en su búsqueda por una interpretación justa sobre la producción fantástica que sobrenada en los cuentos del anarquista spenceriano, nos dice que la primera característica de la obra de Borges es su universalidad. Sin embargo, a la revista y a estos escritores de reconocida trayectoria les hizo falta demostrar que Borges como patrimonio de la literatura contemporánea, al igual que Cortázar y Rulfo, ha sido el responsable del silencio de décadas de escritores. Al parecer, Borges es el prototipo ideal que lleva a cabo en su totalidad el aforismo de Lichtenberg: El único defecto de los escritores realmente buenos es que casi siempre ocasionan que haya muchos malos o regulares. Por eso mismo, el poeta polaco-argentino Gombrowicz, no dudó en decirles a sus discípulos desde el trasatlántico que partía de Argentina, que para volver a ser libres había que irrefutablemente ¡matar a Borges!

Esta afirmación desde un escritor que emuló y divinizó al hijo de Jorge Guillermo Borges se debe no tanto a la obra como mero producto literario sino al estilo tenaz que el trabajo del escritor imprime en el lector y a ese ser fantasma que a través de cada página leída va figurando su acecho y su fatal cometido de ser rotundamente imprescindible. El silencio y el anonadamiento provocado en los lectores noveles, y dado tristemente por la admiración y afición que han logrado las obras borgianas, es la prueba irrefutable de eso que llamó Harold Bloom, la angustia de las influencias.

Lo que ha sucedido puede deberse a que Borges alcanzó un estilo caprichoso y único que se basa en esa, como el mismo lo manifestara, sencilla complejidad. Para muchos, como el crítico Javier Xirau, Borges es simplemente un prosista que intentó hacer versos, para otros como el mexicano García Ponce el argentino es un poeta que logró prosas excepcionales, para la gran mayoría y en esta categoría también comulgan los ensayistas arriba mencionados, es claro que Borges ante todo fue un literato, un hombre erudito que supo manipular la maquinaria del lenguaje con magistral asombro. Por eso, alejándonos de estos razonamientos que buscan clasificar el estilo, Gabriel García Márquez, es quizá la figura más respetable y honesta que lejos de las exorbitantes bibliotecas exegéticas, y académicas que se han estructurado alrededor de Borges, logra una sentencia del todo original y justa, aunque Márquez se declara en guerra con la lectura borgiana, manifiesta con modestia y admiración que lo que logran los escritos del “vejete” son esa magistral instrucción inconsciente de enseñarnos a escribir. Borges sirve para una cosa según el Nóbel colombiano y es para aprender a escribir, el resto simplemente al parecer es mera molestia de un erudito que se pasea por la historia con la familiaridad de un especialista. Sin embargo, Márquez también cae vencido bajo la influencia borgiana, ya en sus Doce cuentos peregrinos, los laberintos y las artimañas borgianas parecen dirigir la inspiración del colombiano hasta el punto de que en “Me alquilo para soñar” Pablo Neruda, como personaje de su cuento, se despierta repentinamente y le comenta a la pareja Márquez que ha soñado con una mujer que al mismo tiempo también lo estaba soñando, El colombiano para tranquilizar a Neruda le dice que ese onirismo quizá ya es tema o será tema del argentino en una de sus narraciones. Las palabras del Nóbel son ineludibles: “Si no esta escrito lo va a escribir alguna vez. Será uno de sus laberintos”

Como vemos, nadie sale ileso después de haber leído a Borges, muchos de los escritores que han quedado en ese mutismo amoroso suelen verse en las calles lanzando a diestra y siniestra frases borgianas como si con ello lograran mostrar la erudición de que no fueron capaces, otros simplemente van y vienen con un libro bajo el brazo que se titula Ficciones o El Aleph y meditabundos se pasean como horribles criaturas llenas de pánico recordándonos la imagen fatal del filósofo neurasténico que describe magistralmente José Asunción Silva en su poema titulado “Psicopatía”.

Pero qué es lo que logra Borges con su escritura que hasta para él mismo fue asombrosa e inevitable. Ya en un homenaje póstumo Juan Gustavo Cobo Borda nos declara que su pasión por Borges fue tan desatinada que llegó a comprar durante cierto período todos los libros, revistas, artículos, ensayos, estudios, homenajes, testimonios, biografías y demás artificios que develaran algo nuevo sobre su mayor influencia. Esto que al parecer se advierte como una exageración u obsesión fue una realidad. Cada día el mercado y las bibliotecas, las universidades y la gente común reconocen en Borges no sólo un monstruo de las letras sino un monstruo de la pasión, de la seducción. Tal seducción nos aterra ya que su poder es tan extraordinario que nos conlleva a un estado hedónico por su literatura, hipnótico e irreversible. La lectura de Borges adquiere en casos extremos el mismo efecto que alcanza la argolla mágica de Tolkien; aquel artefacto mágico y siniestro que degeneraba a quienes lo tenían en su poder. Esta imagen que el autor británico en su obra El señor de los anillos, hace posible, a través de un ser que vive susurrando “mi tesoro” y que en su degradación angustiosa y bárbara relacionamos con la imagen última de todos los lectores de Borges: eltímido monstruo de las bibliotecas ensimismado en su arcano inconcebible, es quizá el efecto adverso que produce la obra borgiana en los más ingenuos lectores.

Borges observó o intuyó esta influencia y este terror, ya en su libro El Hacedor, nos confiesa que es el otro quien trama la literatura que finalmente quizá justifique sus días de anciano pero que nada al parecer logrará salvarlo. Él por su lado sólo es un viejo ciego que camina por Buenos Aires, que gusta de ciertas atracciones y ocios pero que en general se sobrevive para que el otro finalmente logre su objetivo que es la literatura:

Al otro, a Borges es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente (…) yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar.

Pero ¿quién es ese fantasma, ese otro que ha logrado tal influencia y angustia, asombro y admiración, seducción y poder sobre la literatura y los lectores?

El fantasma borgiano sin duda existe, Borges lo declara, nosotros lo sentimos y sus obras lo delatan. Tal espectro es peligroso, para el lector inexperto o nuevo la lectura de Borges puede ser hasta contraproducente. Al parecer Borges sabe que ese otro existe y en ese viaje íntimo que es la mejor forma de acercarse a una filosofía del agonizante tal y como lo confesara el filósofo colombiano Fernando González Ochoa, reconoce que es necesario sobrevivirse en el otro y ya no en él y que los demás correrán ese mismo destino.

En el relato Borges y yo, el ciego nos confiesa su desesperación por librarse del fantasma y bajo esta desesperación es cuando por primera vez sentimos que Borges dice algo sincero:

Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy)

Sabe que su espectro, ese ser del lenguaje que lo habita ha logrado una autosuficiencia plena y que la misión última de este fantasma es sobrevivirse en la eternidad de los libros.

Por eso cabe decir que el argentino con su relato Borges y yo, no sólo pretende mostrarnos su fatal destino sino que busca advertirnos la presencia del otro:

Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con el infinito, pero esos juegos son de Borges ahora.

El erudito narrador intenta con prosa lo que muy bien se hubiera podido ahorrar con los versos de Jorge Gaitán Durán.

Lector, hermano incompetente,

mi ajeno yo, converso, te reclama.

Y es seguro que nos reclama y que en esa demanda nos sabemos poseídos porque a través de toda la literatura borgiana asistimos peligrosamente a esa exhortación y trampa sensual que nos propone el espectro.

La dialéctica entre la identidad esencial y la identidad accidental que tras cada relato de Borges se da es un acto desgarrador de la sensibilidad artística y lo podemos observar no sólo en el argentino sino en muchos otros escritores como Artaud, Pizarnik, Nerval y Ducasse ya que se basa en el problema del doble. La obsesión de saber cosas, verdades inexpresables llevan al artista a sentirse perdido y en consecuencia a gritar.

Voy enloqueciendo

Corriendo en busca de maestro...

Está dentro de mí.

Esta sentencia del filósofo colombiano Fernando González es la primera sensación que se sufre al saberse que se tiene un algo dentro que puede expresarse y sentirse al extremo, pero que esa sensación y esa expresión serán en últimas inasibles, esa desgarradura que se sufre en las entrañas por el sentimiento doloroso de esta verdad son las causas inaugurales que dan lugar a la gran mutación del escritor y que en el caso de Borges lo llevaron a elucubrarse una hiperestesia similar a la de Artaud o Ducasse. El artista procura liberarse de su traje mortal y sobrevivirse en un personaje histórico-fantástico que para su esperanza será siempre eterno.

Al igual que Artaud que se convierte en su padre, madre e hijo, al igual que Nerval que se sabe tenebroso y al igual que Rimbaud que se entiende maestro de fantasmagorías, Borges se delata a sí mismo en el poema Un lector como un aprendiz y en su Borges y yo observa su vida como una fuga:

Así mi vida es fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido o del otro

El verdadero hacedor entonces es el fantasma, y nosotros, hasta nosotros mismos después de ser testigos de esta confidencia sentimos que el mundo y nuestra carne son mera sombra; estas palabras que están destinadas al lector del poema A quien está leyéndome sólo buscan el estremecimiento de esa perdida batalla entre el hombre y su alma.

Sin embargo, tenemos aún una salida y es la de reconocer este artilugio y concentrarnos en comprender ese ser heterónimo que con el mismo nombre logró justificar la existencia de un Borges que pudo haberse disipado en sólo ternura.

Por el contrario de los heterónimos de Pessoa, personalidades disímiles y a veces hasta desconocidas hasta para el mismo portugués, la personalidad que sobrenada en los textos de Borges es la presentación fidedigna de un ser que se busca hacedor, que se quiere a sí mismo como creador de mundos, de un ser que quiere gobernar la voluntad y los acontecimientos pero de forma secreta, arrogante e inevitable.

Su doble llega al vértice mismo de la incertidumbre confesada. De un diálogo íntimo que se declara con la confrontación que desde el psicoanálisis denominaríamos como aquella lucha que se da en el trastorno de personalidad múltiple donde las diferentes personalidades se enfrentan intentando dirigir esa maquinaria de huesos y vísceras que son el hombre. En el relato de “El otro” que se encuentra en su “Libro de arena” podemos observar cómo el argentino inicia el ensueño de la dialéctica peligrosa consigo mismo, un diálogo terrorífico por su irrealidad y también por la confirmación de que el hecho de ese encuentro puede hacer perder la razón de quien lo experimenta pero que se acepta como se acepta el escarabajo de Kafka o la panteísta personalidad de Withman que encontramos en Hojas de hierba. Ya en este relato de “El otro” Borges busca enfrentar su pasado a través de un recuerdo que le ocurrió sentado en un banco de Cambridge cuando de pronto se vio acompañado por un joven de menos de veinte años que era él mismo, quizá la realidad y la fantasía se entrelazan en la remembranza, sin embargo, sospechamos que el anciano es Borges y que el otro, ese sueño, ese alter ego creyente de la invención o descubrimiento de metáforas nuevas es el fantasma vanidoso y soberbio que descree de las cosas verdaderas que son Borges, el Borges que camina por Buenos Aires, que humildemente cree en la vejez y en el ocaso. La petulancia del joven que recuerda Borges es la exposición expresionista, sobre el lienzo de la psicología, de esa personalidad que terminó por abordarlo totalmente. Por eso el encuentro no será recordado por el joven ya que para él ese hecho inusual e imposible sólo fue factible en el mundo de los sueños, lo que nos afirma, que finalmente para él todo fue una ficción y por eso es posible el olvido; cosa distinta a lo que le sucede al anciano que en la vigilia de su cercana muerte entrevió el macabro ser que lo habitaba y entonces desde 1969 asediado por dicho fenómeno, desesperado y en unúltimo intento por deshacerse de su alucinación, se da en proponerlo como cuento, conjeturando “la imposible fecha en el dólar” que él en 1972, mientras escribía la historia, jamás llegaría a encontrar en ninguno de sus billetes como tampoco lo lograría el otro.

Ese fantasma aparece no sólo como un interlocutor erudito y como una excelente escucha sino que en muchos de los textos literarios podemos observar otra clase de sospecha que deja en claro la personalidad dislocada del argentino. Borges, se puede llegar a temer, es sencillamente ese ser que a través de los años y de rumiar y rumiar pensamientos y sensaciones se encuentra consigo mismo, se hace a sí mismo espejo y se ausculta en busca de su verdad. Borges con su fantasma precisa este misterio y nos devela cuando es la mejor forma para lograrlo así:

“Cuando el hombre madura, está listo para enfrentarse consigo mismo y con su soledad”

Y ya que sólo la maduración nos prepara para el enfrentamiento vital, Borges provoca otra exclamación que incita al verdadero desafío:

Al recordarse, no hay persona que no se encuentre consigo misma”.

Por lo cual quedamos advertidos que madurar y recordar tienen en sí un pernicioso poder y que tal poder puede lanzarnos a la zozobra y convertirnos en unos eternos insatisfechos o en célebres fantasmas.

En El tamaño de mi esperanza libro inexistente para él, el escritor que se decía de profesión: fe literaria, pensaba:

Mi postulado: toda literatura es autobiográfica, finalmente.

En el poema “El centinela” cada verso, cada palabra son la denuncia de ese otro que lo habita, de ese fantasma, Borges lo revela, lo hace público y lo blasfema hasta el punto mismo de reconocer en ese centinela, en ese carcelero su propia prisión y su propia incertidumbre.

Está en mis pasos, en mi voz.

(…………………………………….)

Nos conocemos demasiado, inseparable hermano.

Bebes el agua de mi copa y devoras mi pan.

Ese fantasma que le impone las miserias de cada día, la condición humana, lo lleva a reconocerse como un enfermero de sí mismo. Quizá la maravilla de Borges esté en este conjunto nefasto que hace posible la representación espectral de un yo apariencial que logró sobrepasar con terrible ignominia a su propio creador. Quizá el fantasma borgiano sea simplemente la proyección de un personaje ficticio que intentó eliminar desde sí mismo sus más deshonrosas intimidades. Lo que no podemos negar es su influencia y su poder de atracción.

Al final sólo podemos entender una cosa y es que Borges intuyó siempre la presencia del otro como una inexorable filosofía que se sufre y se recuerda y que a través de los develamientos, los descubrimientos y las invenciones lo que inmerecidamente conoció y recordó fue siempre su arquetipo platónico, arquetipo que por lo demás se basó en, y esto es quizá otra fantasía terrible de Borges, no haber sido feliz.

Acaso, lo que pretendió Borges con esta personalidad inclemente, con este fantasma maravilloso, fue simplemente algo muy concreto y honorable, algo a lo mejor justo y que al final podemos simplemente resumir con las palabras de Beckett:

Vivir e inventar. Lo intenté.


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