Querido diario,
Hoy me pregunta un amigo que ¿qué tal llevas el encierro, Cris? Le digo que si quiere la versión mundos de Yupi o la versión realista. Me dice lo segundo y le pego el link de este diario.
Visita flash al Mercadona en busca de leche, harina y (esperanzadamente), guantes de plástico. Tengo la impresión de que estoy todo el día yendo a comprar leche, porque en mi casa no sé qué clase de carencias extrañas debemos de tener, pero consumimos más leche que en una granja de terneras recién nacidas. Hay mucha más gente estos días y tenemos que hacer cola para entrar a pesar de que no es la hora de apertura.
De repente, en la entrada se aglutinan (a menos de un metro) varios trabajadores del supermercado y avisan de que hacemos un minuto de silencio. Nos quedamos todos petrificados como en el mannequin challenge, salvo alguna señora despistada que no se entera y que me pregunta porqué estamos todos tan callados y reconozco que me dan ganas de soltarle una bordería, aunque al final, me callo.
Algo en mí observa todo desde fuera, como un espectador. Es una de las experiencias más extrañas que he vivido. Y más que reconfortante, pone un poco los pelos de punta.
Desconozco exactamente hacia quién va dedicado este momento silencioso, porque sigo bastante ajena a las noticias, salvo para algún repaso rápido cuando me apetece actualizarme.
En casa, montamos una charla amiguetil con su vino, sus aceitunas y sus patatas fritas. Es la primera vez que nos cuadramos tantos al mismo tiempo y no es exactamente como vernos en persona, pero el encuentro trae algo de esa energía aperitivesca que tanto echamos de menos en estos días. Hablamos de lo que hemos desayunado, de nuestros modelitos astrosos de cuarentena y del estado cada vez más preocupante de nuestro pelo. ¡Pensar que antes éramos personas cultas, con intereses diversos y ahora nuestras preocupaciones parecen haber quedado reducidas a los leggins y las raíces! Hablar de cosas cotidianas, irrelevantes, centrarnos en lo pequeño, hace que nos olvidemos por un rato de todo lo grande que está pasando.
Hablo también con gente del trabajo, gestores, compañeros, escucho sobre ERES y ERTES, teléfonos que nadie coge, reclamaciones que nadie atiende. Estamos en un caos administrativo brutal, en plan sálvase quién pueda; pero eso sí, nos piden con mucho orden y puntualidad, pagar nuestros impuestos, y ahí todos los teléfonos funcionan y los departamentos se coordinan perfectamente.
¿Qué tal llevo la cuarentena? No es la peor experiencia emocional de mi vida. Como sufrir, he sufrido más y mejor por otras situaciones (y las recompensas también han sido mayores). Pero sin duda, el grado de incertidumbre y caos que estamos presenciando, no tiene parangón con ninguna otra vivencia que haya conocido jamás. Hasta cierto punto y tras más de 20 días, lo he ido normalizando: pero en realidad, nunca será normal.
A veces me gusta fabular con la idea de lo que me gustaría hacer cuando saliese, aunque sé que la mayoría de las cosas no las haré porque no tendré tiempo, o porque priorizaré otras cosas o por pura pereza. Pero juego a imaginar como cuando piensas qué te comprarías si te tocase la lotería, sólo que esta vez la lotería es la libertad.
Nos vemos en los balcones…
ó