Querido diario:
Hace tres años, cuando estaba embarazada de mi hijo, hice un viaje por Venecia. Aparte de todo lo precioso que es aquello, una cosa llamaba la atención: lo guarrísimos que estaban los canales. Que viendo el tráfico de barcos y el millón de turistas, tampoco sorprendía demasiado.
Pero resulta que ha caído todo esto del coronavirus y en menos de un mes – pensadlo, menos de un mes – esas aguas en las que si tenías la mala fortuna de caerte, salías como el Joker, resulta que se han vuelto limpias y transparentes y se han cuajado de florecientes poblaciones de patos, cisnes y peces.
Las aguas de Venecia deberían ser el trending topic reflexivo de la semana. Está claro que al planeta le viene fenomenal descansar de nosotros y a nosotros, del planeta. Tenemos, sin duda, una relación tóxica con el medio ambiente y lo mejor que podemos hacer es darnos un tiempo y pensárnoslo.
Yo tiro por lo optimista y no diré que los seres humanos somos el cáncer de este planeta, pero las cosas como son: nuestro estilo de vida global, sí lo es.
En otro orden de cosas, hay novedades en el Mercadona. El estado de las estanterías es una pista muy buena para tomarle el pulso al estado emocional de la cuarententa. Si los primeros días era misión imposible encontrar muchos bienes básicos, ahora lo que han arrasado es la sección de los vinos. Por alguna razón, todavía no han atacado la zona del whisky, la ginebra y el ron, pero probablemente sea cuestión de tiempo. El chocolate también se ha convertido en un bien difícil de encontrar. El alcohol y el chocolate, eternos aliados de la tristeza indican que entramos en cierta fase depresiva generalizada. ¿Qué faltará la semana próxima?
He decidido que es momento de ponerme, por fin, con el Tao Te King. La verdad es que es menos temible de lo que recordaba en anteriores intentos. Todavía no os puedo explicar muy bien de qué va, porque salta de un tema filosófico a uno político, un poco sin ton ni son, y supongo que la traducción del chino de ciertos conceptos tiene su miga. Lo mismo te cuenta la dicotomía entre Ser y No ser, y te quedas loca, que le da cera al gobierno y a los mandatarios de la época, por si alguien se pensaba que el rollo oriental iba de fluir y aceptarlo todo sin rechistar. Pues no. También tenían su genio, además de su coronavirus.
Por aquí seguimos con las rutinas de la cuarentena. Hoy hemos estado practicando el air-chat, que es una expresión que me acabo de inventar para describir esa milenaria tradición de hablar a gritos con los vecinos por las terrazas. Gracias a mis años en Andalucía, he adquirido mucha practica y el ¡¡JOSHUAAAAA!! me sale sin despeinarme.
En la terraza también hacemos otras cosas, pero la más importante es la hora de la música. Ahí subimos con unos altavoces, en plan Pont Aeri, y le dedicamos una buena sesión a eso del cante y el baile. Yo soy una persona algo tímida, pero es escuchar una música que me guste y me transformo como un Gremlin. Entre unas cosas y otras, tenemos a los vecinos contentos.
No escojo la música por su calidad, por su cantidad, por el artista, por el estilo. La escojo por los lugares a los que puede llevarme.
Os espero en la playa. Iros a vuestra terraza, o a vuestra ventana, dejar correr el aire y viajemos por unos instantes a algún lejano lugar tropical donde el aire, el sol, la arena y la música sean los únicos presentes posibles.
Vamos pa’ la playa
Pa’ curarte el alma
Cierra la pantalla
Abre la medalla
Todo el mar caribe
Viendo tu cintura
Tú le coqueteas
Tú eres buscabulla
Y me gusta
Seguimos en los balcones, amigos.
Continuará….