Revista Cine
SINOPSIS ARGUMENTAL.- Convocados por un misterioso y desconocido Sr. Owen, diez personas (siete hombres y tres mujeres) de los más diversos origen y condición, pero con un elemento circunstancial en común (el ser, al parecer, culpables de algún crimen horrible por el que no han respondido ante la justicia), se dan cita para pasar un fin de semana en una mansión ubicada en una isla sin comunicación alguna con el exterior ni más habitantes que los inquilinos de la casa. Tras las ineludibles presentaciones y la ubicación de los invitados en la casa, se empiezan a suceder, sin prisa y sin pausa, y al ritmo que marca una popular canción infantil, sus muertes, causadas, sin duda alguna, por uno de ellos. ¿Quién…?
EN UN PÁRRAFO….- Basada en una popular novela de la celebérrima Agatha Christie (conocida en España como ‘Diez negritos’), que toma como hilo de su trama una canción infantil de principios del siglo XX, esta versión de René Clair lleva a la gran pantalla el texto de la novelista británica con un trazo ágil y fresco, configurando un ‘whodunit’ de manual en el que la maestría de los intérpretes (todos ellos, sin excepción, geniales) y la habilidad en la creación de su atmósfera (hay en ella un componente lúdico que sobrevuela a la acción y la dota de un punto de divertimento, a la par que le resta ominosidad) consiguen que sus poco más de noventa minutos transcurran en un auténtico suspiro. Altamente recomendable.
EN SU HABER.- 1, que en una cinta en la que, pese a su reducida duración, las muertes no son solo el elemento fundamental desde el punto de vista de la cantidad (hasta un total de ocho se producen), sino el auténtico eje de la narración, solo aparezca una en pantalla, no cabe más que considerarlo un verdadero alarde en el uso de la elipsis como mecanismo (no) visual, y una demostración de la maestría de su realizador; y 2, no menos impresionante resulta un elemento que llama especialmente la atención, y que es el hecho de que la reducción progresiva del número de invitados (a medida que el asesino va acabando con ellos) no merma (más bien al contrario, parece acrecentarlo) la incertidumbre acerca de quién pueda ser el autor de los asesinatos: con ello, el suspense queda salvaguardado y, con ello, el interés del espectador, sometido a un crescendo que no pierde comba en ningún momento.
EN SU DEBE.- 1, aun cuando su incrustación en el entramado narrativo resulta plenamente coherente, la secuencia en que Mischa Auer canta el famoso tema que da pauta a la trama (y que mi buen compa Josep glosó en fecha bastantereciente) demuestra que las dotes canoras del intérprete andan muy lejos de las declamatorias y gestuales; y 2, ¿era necesario que el final —ignoro sin con mayor o menor fidelidad al texto literario de base— hiciera una concesión tan descarada a un elemento afectivo que, hasta ese momento, no había pasado de ser un mero apunte sin mayor entidad? Igual sí, pero a mí no me terminó de convencer…
UN PLANO.- Cualquiera de los que se centra en la pieza de cerámica con los diez ‘indiecitos’, que, paulatina e inexorablemente, van disminuyendo en número, a medida que sus ‘trasuntos humanos’ van desapareciendo de la escena gracias al aplicado y métodico trabajo de uno de los concurrentes. Un mecanismo tan elemental como gráfico para marcar una pauta que no está sujeta al dictado del tiempo, sino a la voluntad del ejecutor.
CALIFICACIÓN: 7 / 10.-