Revista Cultura y Ocio
A mí me parece que Dios es una regla que se usa para medir el mundo, dije en voz alta, sin dirigirme a nadie en particular. Había estado absorto en mis pensamientos y, de repente, me salió esa frase imprevista -incoherente diría-, en el medio de una cena con amigos, una frase que no tenía nada que ver con ninguno de los tantos temas que habían estado sobrevolando la comida. Se quedaron todos expectantes y yo no sabía qué hacer o decir, por eso les ofrecí una sonrisa idiota, como pidiendo disculpas, y para indicar que ya había vuelto de vaya a saber dónde y que buscaba conectarme con ellos de nuevo. Bueno, es que justo estaba acordándome de mis clases de piano..., cuando era niño, expliqué. Pero la relación entre unas clases de piano y Dios como regla seguía siendo un misterio para todos, incluso para mí. Las caras de incertidumbre y los cubiertos detenidos en el aire estaban poniéndome nervioso, así que no lo dudé un segundo, dejé el tenedor al costado del plato y comencé a decir lo primero que me viniera a la cabeza, cualquier cosa. Bueno, es que estaba recordando a mi profesora de música de la escuela, Sor Ana, una monja bajita y rechoncha que se sentaba al lado de nosotros en el piano, con una regla en la mano, y que nos daba un golpe en los nudillos -paft- cuando nos equivocábamos alguna nota o cuando quería corregir una posición incorrecta. Ja, no puedo imaginarme que alguien se haya convertido en un pianista decente después de someterse a semejante método de enseñanza, reflexioné. Mis amigos seguían mirándome fijamente, silenciosos y atentos a lo que vendría después. A mí me parecía que la relación se había vuelto bastante clara, ya era suficiente: la regla de Dios era la que usaba su representante, Sor Ana, para impedir que los niños se volvieran pianistas, era una metáfora, el problema ya no era mío, era de ellos que no podían entenderlo. No tenía nada más que decir, no obstante agregué: En fin, otro pequeño gran enigma que quedará sin respuesta. Por suerte, uno de mis amigos me rescató al cambiar enseguida de tema -fútbol, creo-, entonces yo aproveché para servirme un poco más de ensalada waldorf. Por Dios... Está deliciosa, le aseguré a la anfitriona.