Revista Educación

Discurso de un profesor en la Graduación de 2º de Bachillerato en un IES de Murcia

Por Borradelblog

Habéis querido que diga unas palabras en vuestro acto de graduación. A pesar de que me siento muy honrado de que hayáis pensado en mí, creo que no ha sido muy buena idea, porque seguro que os voy a fastidiar el acto, seguro que os lo echo todo a perder.

Yo debería aquí ser optimista, tendría esta tarde que insuflaros ese ánimo tan propio de veladas como la presente. Os debería decir que la vida es maravillosa, que podréis con todo si os lo proponéis, que el futuro es prometedor, que el futuro pertenece a los jóvenes como vosotros. Pero no. No puedo hacer eso. Os estaría mintiendo otra vez, y hoy quiero ser inoportunamente sincero con vosotros. Así que escuchad lo que tengo que deciros. Luego, si queréis me abucheáis o sencillamente pasáis de mí. Lo que prefiráis.

Veréis, ex alumnos de 2º de Bachillerato. Vuestros padres y vuestros profesores os hemos tomado el pelo. Así, como suena. Si alguna vez oísteis que sois la generación más preparada de la historia, empezad a desechar esa idea, porque en lo sucesivo no tendréis nada que hacer cuando debáis competir con un alemán, un coreano, un inglés, un chino o un indio por un puesto de trabajo. Es lo que tiene haber estudiado en uno de los sistemas educativos más desastrosos del mundo. Si consideráis que con lo que os han exigido en el instituto o con lo que os pedirán en la Universidad tenéis suficiente, estáis apañados.

Por otro lado, pensad que el país que os dejamos, esta España que a don Miguel de Unamuno le dolía infinitamente y que a mí me aburre más allá de lo soportable, es un país en ruinas, donde sólo podréis triunfar si os metéis en un partido político, os hacéis jugadores de fútbol o dais un braguetazo como dios manda con algún-barra-alguna potentado-barra-potentada que os permita además ser estrellas rutilantes de la prensa del corazón. De los Pirineos hacia abajo no hay más salida. Vuestros padres y vuestros profesores os hemos dejado la piel de toro más seca que el ojo de un tuerto, así que preparaos, si os da miedo cruzar sus fronteras, para la mediocridad, la estupidez y el bizantinismo más desesperante.

Y ahora me dirijo a quienes han sido mis alumnos de Humanidades. No es nuevo lo que estáis a punto de oír, pero, puesto a ser un cenizo, creo que no estará de más que os lo repita. Las Humanidades han muerto, hace ya más de un siglo que están bien muertas y enterradas.
Lo que habéis estudiado y lo que estudiaréis son los restos de un cadáver. Y no sólo porque Occidente se haya lanzado como un desesperado a vanagloriarse del avance tecnológico desde que un franchute del siglo XIX -¡fijaos, menuda antigualla!-, un tal Augusto Compte, dijera que sólo el método científico nos proporciona la verdad del mundo, sino porque sé que la mayoría de vosotros iréis a una Universidad, la española, y a unas facultades, las de Murcia, llenas de enchufismo y medianía, donde sólo valorarán vuestra capacidad para adaptaros y para hacerle la pelota al tonto de turno.
Además, tened presente que aquí somos muy catetos, y que siempre os considerarán medio idiotas por ser humanistas, ya que por todos es sabido que una bata blanca o una fórmula matemática inextricable nos pone a los españolitos más que un calendario solidario con chicas en paños menores.

Y ahora es cuando todos me decís: ¿entonces?, ¿qué salida nos queda, pedazo de gafe, grandísimo pesimista del tres al cuarto? Y ahora es cuando yo os doy dos o tres apuntes de algo que nadie me dijo nunca y que he tenido que descubrir por mi cuenta y riesgo, a golpe de cabezazos contra molinos de viento, otrora gigantes. Atentos.

Ahí va el primer consejo que os doy: no os conforméis con lo poco que habéis aprendido ni con lo poquísimo que aprenderéis a partir de ahora. Estad siempre hambrientos. Estad siempre ansiosos. Procurad saber siempre más que vuestros profesores. Estudiad por vuestra cuenta. Cultivaos en soledad. Sólo así podréis conseguir ese puesto de trabajo por el que compiten, además de vosotros, el alemán, el coreano, el inglés, el chino o el indio.

El segundo consejo que os doy es que, en cuanto tengáis oportunidad, pongáis pies en polvorosa y abandonéis este país de chichinabo llamado España. Cruzad los Pirineos, cruzad el Atlántico, volad bien lejos de aquí. Ahora la palabra futuro es un antónimo en toda regla de la palabra España.

El tercer consejo se lo dedico a los humanistas. Preparaos por vuestra cuenta lo mejor que podáis y, si tenéis la oportunidad, poned una contundente carga de goma 2 en los cimientos de la Universidad. Destruid, volad por los aires todo aquello que huela a mediocridad, a nepotismo, a enchufismo, a vagancia, a lavado de cerebro y a cosa políticamente correcta. Seguid con el Latín y con el Griego: ambas lenguas, por muy muertas que estén, son el seguro pasaporte para la sabiduría y el éxito. Un momento: ¿éxito?, ¿con el latín y con el griego? Aquí en España no, aquí seguro que os coméis los mocos. Pero sabed que en el mundo civilizado las empresas importantes se disputan a los humanistas; y esto que digo soy capaz de probarlo ante quien sea.

Y por último, permitidme un consejo más y ya me callo. Luchad, combatid, descerrajad vientres, devorad corazones si hace falta, para ser, antes que nada, individuos. Vuestro camino estará lleno de cantos de sirena, de tentaciones para que os convirtáis en masa. Pasad. Mandad todo eso a tomar viento. Tened presente siempre que los individuos escriben poemas conmovedores, descubren medicinas capaces de hacernos eternos o inventan aparatos para viajar a las estrellas… Y sin embargo, la masa…, la masa, ¿qué hace? A lo máximo que puede aspirar es a quemar Parlamentos o a cortar cabezas de reyes.

Y ya, de verdad, el ultimísimo consejo… Quizá, ahora mismo, el más importante de todos: disfrutad, pasadlo lo mejor posible en este día. Porque este día es vuestro y sólo vuestro. Y lo demás, en realidad, importa un bledo.

Gracias.


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