Sin que nada lo hiciese prever, cierto día, la página 234 del Ulises de Joyce le dijo a la que le seguía que se largase de allí, que se deshojara del tomo, ya que era intrascendente y no le aportaba nada digno a la novela que había marcado un antes y un después en la Historia de la Literatura Contemporánea. La página 235 no se hizo esperar y le respondió con tal vigor que las letras saltaron sobre su vientre de celulosa: Vete tú, ¿o no sabes que en un libro las páginas impares somos las más importantes? Entre críticas y defensas, se armó una discusión tan grande que -en poco tiempo- se extendió por toda la obra, no había cuartilla que no expresara -a viva voz- su descontento hacia alguna vecina o que no reclamase un lugar de privilegio en la trama enrevesada y magistral del dublinés. Después de varios minutos de gresca, un hombre vestido con un delantal gris se acercó a la estantería, sacó el libro, lo hojeó de cabo a rabo y luego lo cerró con violencia, poniendo fin a la controversia.
-En esta biblioteca existen reglas muy estrictas en cuanto al silencio, qué tanto embromar- protestó por lo bajo mientras se hurgaba el oído con el dedo meñique.