Durante la guerra civil, un Regimiento es atacado por los yanquis quienes masacran a la mayoría de los soldados que se encuentran en su interior. Sin embargo, uno de ellos queda vivo… Dado por muerto, Django (Anthony Steffen) yace inconsciente en el suelo, gravemente herido. Luego de varios años, Django comienza a buscar a sus enemigos, los mismos hombres que lo creyeron muerto.
El éxito obtenido por la “trilogía del dólar” de Sergio Leone a mediados de los sesenta, provocó que un buen número de realizadores italianos buscara sacar provecho de este nuevo tipo de western, el cual sería conocido posteriormente como spaghetti western. Algunos de los personajes de estas películas trascendieron más allá de lo imaginado al interior del género, por lo que protagonizaron un buen número de estos films. Ese fue precisamente el caso de Django, quien apareció por primera vez en la cinta de Sergio Corbucci, “Django” (1966), siendo interpretado por Franco Nero. Tres años más tarde, el director Sergio Garrone, quien es más conocido por sus incursiones en el subgénero de la “nazisploitation”, decidió escribir y dirigir la que sería una de las tantas secuelas “no oficiales” del film de Corbucci. Esta vez Django es interpretado por Anthony Steffen (cuyo verdadero nombre es Luiz Antonio de Teffé), actor que apareció en una buena cantidad de spaghetti westerns durante su carrera, y que en esta ocasión contribuyó a escribir el guión.
La cinta comienza con un collage de escenas protagonizadas por un misterioso pistolero al cual no logramos verle el rostro. Llegado un determinado momento, el pistolero se detiene en frente de una cabaña donde emplaza una cruz con el nombre de “Sam Hawkins”, y con la fecha del día actual. Acto seguido, Sam Hawkins y sus compañeros deciden hacerle frente al extraño, quien es nada menos que Django. Como muestra de la metodología que Django utilizará contra sus enemigos durante el transcurso de la cinta, antes de que Hawkins y compañía puedan pronunciar una palabra, Django procede a eliminarlos rápidamente con su revólver. Y es que básicamente esta secuencia nos indica que el protagonista está buscando venganza, aunque no sabemos cuáles son los motivos que lo arrastran a esta cruzada de violencia y muerte. Posteriormente al espectador le son revelados los villanos de la cinta; Rod Murdok (Paolo Gozlino) y su hermano Luke (Luciano Rossi), quienes se encuentran disfrutando de un extraño espectáculo que involucra a dos hombres y un cartucho de dinamita. No pasa mucho tiempo antes de que se ponga en evidencia que mientras que Rod es un tipo más mesurado y calculador, Luke es a todas luces un verdadero demente que disfruta con la violencia.
Más allá del detalle sobrenatural del film, la historia está plagada de clichés propios del género como por ejemplo el villano rico y poderoso que tiene amedrentada a toda una comunidad, mujeres hermosas y traicioneras motivadas por la codicia, o la típica escena del tiroteo en el cementerio. Sin embargo, nada de esto resulta molesto debido a que el director mantiene un ritmo narrativo más que adecuado, el cual se sostiene a punta de acción y suspenso. Los momentos en los que el ritmo languidece más notoriamente, son aquellos que están dedicados a profundizar en la historia de los hermanos Murdok, en su comportamiento, y en como ambos reaccionan ante la inminente amenaza de un imparable y fantasmagórico Django. Ya en la segunda mitad de la cinta, mediante un flashback nos enteramos del nexo existente entre los hombres que el protagonista ha sentenciado a muerte. Este flashback, además de dejar en evidencia los motivos tras la venganza de Django, siembra aún más dudas acerca de su verdadera naturaleza, lo que le añade una cuota extra de suspenso al film.
En el ámbito de las actuaciones, nos encontramos con desempeños bastante irregulares. Anthony Steffen difícilmente podría ser considerado como un buen actor, pero gracias a la poca cantidad de diálogos que tiene su personaje, a su aspecto sombrío y a su escasa expresividad, logra retratar con éxito a Django como un verdadero fantasma. Luciano Rossi por su parte, interpreta de buena manera a Luke Murdok, un verdadero psicópata que pese a no tener relación con el pasado del protagonista, es quien adopta el papel del villano más temible. Por último, Paolo Gozlino realiza una labor bastante irregular como el calculador Rod Murdok, mientras que Rada Rassimov sólo resalta por su exótica belleza ya que realiza un trabajo mediocre interpretando a un personaje bastante olvidable. Por otro lado, el trabajo de fotografía de Gino Santini presenta algunos momentos destacables, mientras que la banda sonora compuesta por Vasili Kojucharov y Elsio Mancuso es más bien minimalista y no demasiado atmosférica, por lo que es la canción principal del film lo que resulta más destacable del trabajo de la dupla de compositores.
Si bien es evidente que el Django de esta película poco y nada tiene que ver con el Django de Corbucci, “Django il bastardo” es probablemente una de las mejores películas protagonizadas por este personaje. Obviamente no es una película excelente ni pretende serlo, pero las escenas de acción están bien construidas, así como también la atmósfera sobrenatural que rodea al protagonista, razón por la cual no sólo es una cinta entretenida, sino que además califica para ser considerada como uno de los buenos spaghetti western filmados durante la segunda mitad de los sesenta (que dicho sea de paso, fue la época en la cual se filmaron los grandes clásicos del género). Cuatro años después de estrenado el film de Garrone, Clint Eastwood filmaría el western “High Plains Drifter” (1973), el cual presenta más de una similitud con esta película, especialmente en lo que se refiere a la posible naturaleza sobrenatural del protagonista. Pese a las fallas (algunas propias de la falta de presupuesto) y a los clichés que presenta “Django il bastardo”, se trata de un película interesante que sobresale dentro de un género donde los aciertos suelen venir en menor cantidad que los errores.
por Fantomas.