Revista Coaching

Efectividad personal para niños

Por Elgachupas

Niña en la nieveHoy me acerco a un tema complicado, que me ha interesado siempre, pero que, personalmente, siempre he considerado tierras movedizas. No tengo hijos, ni he tenido oportunidad de influir significativamente —todavía— en la formación de ningún niño, por lo que me he estado resistiendo a hablar del tema durante muchísimo tiempo. Sinceramente, no me consideraba con la suficiente autoridad moral para hablar de ello. Pero hace unos días leía un interesantísimo post de Raúl Hernández en la que compartía su experiencia intentando enseñar a sus hijos algo de GTD, la metodología de productividad personal de David Allen, lo que me hizo reflexionar y me dio el coraje suficiente para escribir sobre el asunto.

Básicamente, en este primer post la conclusión final de Raúl es que resulta muy complicado enseñarle GTD a un niño. De hecho, reconoce haber obtenido escaso éxito, al menos hasta ahora —espero que eso signifique que habrá más intentos, y que compartirá sus avances en su blog. Tanto es así que Amalio Rey, que también participó en el debate, cree que a esa edad no es momento para tanto orden, y que no hace falta un GTD para niños.

Al contario que Amalio, estoy convencido de que interiorizar los principios que subyacen detrás de la metodología GTD, como forma de hacer las cosas en la vida y en el trabajo, tienen un valor incalculable para el desarrollo de las personas, y por eso deberían formar parte de la educación de todo el mundo, sin excepción. Al margen de etiquetas, los buenos hábitos son los buenos hábitos. Enseñar a un niño a pensar y decidir por sí solo, o a aclarar qué es lo que quiere conseguir cuando hace esto o aquello, es tan valioso como enseñarles a cepillarse los dientes antes de dormir, o a que coman de todo. Lo agradecerán con los años.

Sin embargo, tengo que reconocer que si algo que he aprendido con los años —debo ser muy duro de mollera por no haberlo aprendido antes—, es que nadie hace nada que no quiera hacer, o como a mi me gusta expresarlo, nadie cambia si no ve valor en el cambio. Y esta «verdad universal» que es válida para un adulto, es todavía más evidente para un niño, que carece de filtros a la hora de hacer y decir las cosas como las ve y las siente. Por eso, intentar inculcar en un niño el hábito de la planificación es una batalla que está perdida de antemano.

Como comentaba en el post de Enrique, nosotros, los adultos, nos hemos esforzado durante años por aprender a planificar —en el sentido de intentar dejar atado y bien atado el futuro—, y eso que la planificación ha demostrado una y otra vez ser ineficaz para el tipo de vida que nos ha tocado vivir. A pesar de ello, muchos adultos siguen intentándolo, probablemente porque ya tienen muchas creencias solidificadas en el cerebro que cuesta mucho «diluir». Pero un niño no, un niño se da cuenta a la primera de cambio de que el emperador va desnudo, y se resiste a ello como un gato panzarriba.

Por eso, siempre he creído que la mejor manera de enseñar a un niño es mediante el ejemplo. Así aprendí yo las cosas importantes de mis padres. De hecho, el ejemplo —y la práctica—, es la mejor manera de aprender también para los adultos, solo que con los adultos también se puede intentar la vía intelectual. Una vía que resulta mucho menos efectiva, dicho sea de paso, de la que generalmente abusamos muchos formadores.

En resumen, y sin pretender dar lecciones a nadie —insisto, no tengo hijos y puedo tener una percepción totalmente equivocada—, creo que el camino para la educación temprana en efectividad personal pasa por: 1) enseñar hábitos, sin etiquetas, que realmente tengan un impacto visible para el niño; y 2) enseñar mediante el ejemplo, sin presiones y sin forzar. Los nilos son máquinas de imitar. Si obervan un comportamiento genuino en casa, es cuestión de tiempo que terminen interesándose. Claro que también puede pasar que el adulto que tienen en casa no sea un buen modelo a imitar, pero eso es ya otro asunto.

Foto por Jon Nicholls vía Flickr


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