Revista Cine
Mauricio Fernández Garza habla, habla, habla y sigue hablando. Él sabe, exhibicionista que es, echado pa' delante, claridoso, malhablado, que es el protagonista indisputado de esa película. Y, en efecto, en El Alcalde (México, 2012), no hay nadie que le haga sombra. Dirigido por la pareja creativa de Emiliano Altuna y Carlos Rossini (correcta opera prima El Ciruelo/2008) en colaboración ahora con el prestigiado periodista y escritor Diego Enrique Osorno, El Alcalde es el fascinante retrato del político, empresario, coleccionista de arte y promotor cultural -y de sí mismo- Mauricio Fernández Garza, presidente municipal en funciones del municipio más rico de todo México, San Pedro Garza García, Nuevo León. Sin voz en off de ninguna especie, con un solo dato numérico que contextualiza el infierno de violencia por el que pasa nuestro país -88 mil muertos en lo que va del sexenio, se nos informa en pantalla-, con la oportuna inserción -vía eficaz montaje de Pedro García- de fragmentos de ciertos programas televisivos y/o noticieros que sirven como una suerte de coro griego, con algunas intervenciones clave del propio alcalde en actos públicos -su toma de protesta en la que afirma que se tomará atribuciones que no tiene, conferencias de prensa banqueteras en las que no se deja "chacalear" por la prensa estatal/nacional, su encuentro con un grupo de estudiantes en el que predica un abierto credo "libertariano" sobre el consumo de drogas- y con la extensa, apasionada, abierta, confesión urbi et orbi frente a la cámara manejada por Carlos Rossini, El Alcalde nos entrega el retrato de este exitoso hombre de negocios, excéntrico coleccionista, inclasificable político y "chacharero" obsesivo/compulsivo, que no tiene empacho en poner el dedo en la llaga y hasta el fondo. Ciertamente, mucho de lo que Mauricio Fernández afirma no es nada nuevo -sea la complicidad implícita del país del norte como consumidor de droga y como gran lavador de dinero, el tamaño desproporcionado de nuestro ineficaz Estado que mantiene tres burocracias (municipal, estatal, federal) que no sirven para maldita la cosa, las tentaciones centralistas del panismo federal frente a la opacidad de los virreyes estatales de todos los partidos, los números ocultos de la masacre nacional que lo llevan a afirmar que por cada asesinato que se hace público debe haber cinco que permanecen en la oscuridad-, pero pocas veces se ha dicho todo esto con tal desparpajo. Con la franqueza típica norteña que linda a ratos con el abierto desafío -a momentos me recordó al ingobernable hijo de "Maquío", Manuel Clouthier Carrillo-, Fernández señala culpas a diestra y siniestra, levanta la voz, manotea frente a cámara y presume sus resultados en el combate a la seguridad, logrados con la ayuda de cierto "grupo rudo" al que nunca define con precisión, de una cadena de informantes entre los cuales puede estar "hasta Mefistófeles" y de el Espíritu Santo o acaso el azar, pues como el mismo Fernández lo anuncia en su toma de posesión -y antes de que se diera a conocer la información oficial al respecto-, un tal "Negro" Saldaña, que había amenazada de muerte a Fernández, apareció ejecutado en el Distrito Federal. Un par de años después, otra bendita "casualidad": un tal "Comandante Azero", que se había responsabilizado del asesinato de un agente de tránsito en el centro de San Pedro Garza García, es asesinado 12 horas después en el mismo municipio. Por supuesto, Fernández afirma que él no es responsable: alguien le hizo el favor. Total, el "negro" Saldaña o el "Comandante Azero" debían tener muchos enemigos... ¿o no? Los documentalistas Altuna y Rossini y el periodista Osorno dejan que las palabras de Fernández sean contrastadas por los hechos, que unas imágenes confronten a otras. No cuestionan a su entrevistado, no intervienen en ningún momento, a no ser, a través del montaje y en los momentos iniciales del filme, en una lúcida secuencia formada, en exclusiva, por imágenes de archivo. Esta secuencia inicia con las fotos de la juventud de Fernández, cuando aparece con innumerables presas cazadas/pescadas en tierras neolonesas, en África (¡un elefante, por Dios!) o en mar abierto, y son seguidas por otro tipo de fotos que guarda, suponemos, con igual orgullo. En estas otras fotos Fernández aparece al lado de los más grandes artistas plásticos de este país (Tamayo, Toledo), con el más grande narrador vivo en lengua española (Gabriel García Márquez), con el más influyente intelectual mexicano del siglo XX (Paz), con todos los expresidentes de México desde Salinas hasta Fox y, por si faltara presumir algo, con Bill Clinton y, por supuesto, Fidel Castro. Ahí nomás pa'l gasto. Fernández presume de principio a fin, una y otra vez. En algún momento, incluso, habla del gran amor que siente por México, por "la patria", dice, emocionado. No habría por qué ponerlo en duda. Nada más habría que matizar: Fernández quiere a México acaso tanto como a sí mismo y la imagen que de sí se ha forjado. Y esto también se nota: por eso, hacia el final, resguardada su residencia por sus escoltas fuertemente armados ("Entre más armado estés, mejor te proteges"), satisfecho de todo lo que ha hecho, puede dedicarse a tocar en el clarinete, con serenidad y prestancia, esa maravilla que se llama "Vou te Contar", de Antonio Carlos Jobim, rodeado de todas sus "chácharas"... y de sí mismo.
El Alcalde se ha presentado en concurso en Monterrey 2012.