El nivel de formación de una persona se suele plasmar esquematizando los conocimientos intelectuales adquiridos, experiencias anteriores y alguna aptitud personal destacada, en un documento llamado Currículum Vitae. Su finalidad es presentarnos ante las expectativas laborales, de la manera más erudita y competente posible. Por suerte, las técnicas de administración de recursos humanos han evolucionado de tal forma, que este curioso informe de sabiduría personal pesa ya poco a la hora de seleccionar un candidato.
Inteligencia emocional, capacidad de aprender, potencial de liderazgo, trabajo en equipo, iniciativa y motivación son algunos de los factores más valorados actualmente, siendo calibrados a través de pruebas psicológicas, de conocimiento y de desempeño.
Pero incluso a tan alto nivel de evaluación del individuo, todavía no hemos conseguido el conocimiento total, no absoluto, de la persona. El alma, como sustancia o parte principal de cualquier cosa, sigue siendo un capítulo desconocido y poco explorado técnicamente. Examinémosla también para conocer a los aspirantes.
Sensibilidad, ética, solidaridad, asertividad, principios, amabilidad, voluntad de crecimiento… son cualidades del ser humano que unidas conforman su alma y gracias a ella, vivimos, sentimos y entendemos. Es un término que sin sentido metafórico sólo es aplicable al hombre.
Al igual que las huellas dactilares, el alma es única y diferente para cada uno de nosotros. Podemos tener los mismos títulos universitarios, parecidas habilidades, experiencias profesionales similares, gustos compartidos e incluso iguales circunstancias personales.
Quizás, las ciencias de recursos humanos debieran desarrollar una rama especializada en conocimiento y valoración del alma de los aspirantes a un puesto de trabajo. No importa la categoría del puesto. Lo que sí importa es la humanidad que proporciona a las empresas y a la sociedad en general, la existencia de almas ricas.