Revista Deportes

El ángel dorado: Joaquín Blume

Publicado el 29 octubre 2012 por Pberraondo

El 21 de junio de 1933 nació en Barcelona Joaquín Blume Carreras. Su madre le dio a luz en el número 1 de la calle de Santa Creu, en el barrio de Gracia, junto a la plaza de la Virreina, tal y como se puede leer hoy en una placa conmemorativa. Su padre era un profesor de gimnasia de origen alemán, tuvo que emigrar al país germano durante la Guerra Civil española. Al terminar el conflicto regresó a la ciudad condal y comenzó su carrera como gimnasta. Primero ingresó en la Escuela de Alemania de gimnasia deportiva y después continuó su preparación en el gimnasio propiedad de su padre. Allí entrenaba con aparatos de poca calidad mañana y tarde. Fue el primero en ejercitarse más de cinco horas diarias. No trabajaba ni estudiaba, su vida era la gimnasia.

No tardó en destacar. Con 15 años se proclamó campeón de España absoluto, y comenzó a marcar una época. Mantuvo los galones nacionales diez años consecutivos. Nadie podía hacerle sombra. Con 17 años recibió el “Diploma de Honor de la Federación de Gimnasia de España”. En nuestro país defendía los colores blaugranas de la sección de atletismo del Fútbol Club Barcelona. Extendió su deporte por todos los rincones de España. Le gustaba dar exhibiciones en todas las ciudades y pueblos que podía.

Fuera de nuestras fronteras comenzó a abrirse hueco en los Juegos Olímpicos de Helsinki, donde ocupó un humilde puesto 52. En los primeros mundiales que disputó en Roma, con 21 años, quedó en el puesto 44, y un año después, en la Copa de Europa fue décimo. Además de todos los éxitos deportivos, fue el primer español capaz de vivir de la gimnasia.

Fue considerado un héroe nacional en una época en la que la política española estaba necesitada de ellos. Tampoco en aquellos años proliferaban los éxitos deportivos españoles en el extranjero, y Blume era una idílica excepción.

Su especialidad era el ejercicio de suelo y, sobre todo, las anillas. El diario francés L´Equiope le apodó el Ángel Dorado. Era un genio dentro de la pista con su potencia y perfección en la realización de los movimientos gimnásticos, y fuera de la pista: hablaba cuatro idiomas y destacaba por su espíritu equilibrado, de lucha y superación. Su carácter analítico y detallista le convirtieron después en el líder indiscutible del equipo español. Y protagonista en el NO-DO.

Joaquín Blume siempre iba bien peinado, acicalado, de buen vestir. Resaltaban sus ojos claros que llamaban la atención de las damas. La elegancia caracterizaba sus paseos, la flexibilidad sus ejercicios, pero siempre se mantuvo discreto.

En los Juegos del Mediterráneo de Barcelona celebrados en 1955 se colgó siete medallas de oro y un bronce. Un récord para la gimnasia española. Curiosamente, fue en estos juegos cuando Luis Abaurrea, otro gran anillista español, logró hacerle algo de sombra empatando con él en una ocasión en el ejercicio de anillas. El único que puso en entredicho la hegemonía de Blume, aunque fuera sólo de manera efímera y circunstancial.

A pesar de ser uno de los abanderados del deporte español, estuvo a punto de solicitar la nacionalidad alemana. La razón, que España no iba a acudir a los Juegos de Melburne como protesta porque participaba la Unión Soviética que había invadido Hungría. Achim, apodo con el que le conocían sus amigos, sabía que podía tocar metal en los juegos, pero se cruzó en su vida Juan Antonio Samarach. El gimnasta tenía muchos contactos en Europa.

Samarach entonces era miembro de la delegación nacional de educación física y deportes representando a Cataluña. Fue capaz de convencerle para que siguiera compitiendo con los colores españoles, y desde entonces forjaron una buena amistad. Al año siguiente, en los Campeonatos de Europa disputados en París, Blume pudo resarcirse. Los países del este de Europa dominaban y copaban todos los podios de gimnasia, pero el español consiguió vencer el concurso individual general, además de cuatro aparatos: paralelas, caballo, anillas y barra fija. Consiguió desbancar al hasta entonces eterno favorito, Yuri Titov, y al también ruso Boris Shakhlin, campeón olímpico en 1960.

De nuevo motivos políticos le dejaron fuera de los Campeonatos Mundiales de 1958. Se celebraban en la URSS y el régimen español no mantenía relaciones con el soviético. Sus logros cobran mayor importancia porque a diferencia de los campeonatos actuales, donde los gimnastas pueden competir en una sola modalidad, los atletas de entonces debían dominar los cuatro aparatos de la competición: paralelas, caballo, barra fija y anillas, además de los ejercicios individuales.

Era uno de esos deportistas que no se encerraba en sí mismo. Intentaba compartir todas sus vivencias y conocimientos con sus rivales y amigos.

Las fotografías de sus ejecuciones del ‘cristo’ en sus distintas ejecuciones, ‘frontal’, ‘en carpa’ y ‘cristo invertido’ fueron portada de las más prestigiosas revistas de la época, así como de las secciones deportivas de los rotativos en todo el mundo. El grado de mito lo alcanzó después por lo que pudo ser y no fue. Pudo ser campeón olímpico y mundial, pero por diferentes razones no lo fue. Era el genio del cristo.

El Cristo de Joaquín Blume llegó a todos los españoles gracias, una vez más, al NO-DO. Hoy en día las condiciones físicas y los entrenamientos especializados permiten tener una mayor facilidad para hacer el Cristo, pero Joaquín Blume lo llevó al extremo.

Su carrera y su vida se vieron truncadas el 29 de abril de 1959. Blume, junto a su mujer y el resto de la expedición española, Pablo Muller, José Aguilar y Raúl Pajares, cogieron el vuelo 42 de Iberia, un Douglas DC-3 para volar desde Barcelona hasta Las Palmas de Gran Canaria para participar en un festival. Calló en el Pico de Toba, en Cuenca. Dejó huérfana a una niña. No hubo supervivientes. Con él se iban las esperanzas de que un gimnasta español se volviera a subir a lo más alto en Roma en 1960.

Su desaparición supuso un duro golpe para la sociedad catalana, que acudió en masa al multitudinario funeral celebrado en la plaza Cataluña de Barcelona.

Desde su fallecimiento no ha habido nadie en España que haya conseguido repetir o superar sus éxitos. En su honor, la Federación Catalana de Gimnasia inició en 1969 el Memorial Joaquim Blume de gimnasia artística masculina, la competición internacional más antigua de España. Polideportivos, escuelas, institutos, calles y residencias llevan con orgullo el nombre del gran Joaquín Blume, a lo largo y ancho de toda la geografía española.

A título póstumo recibió la distinción del COI como mejor atleta del mundo. Un reconocimiento al gimnasta que llegó a la perfección en la ejecución del Cristo, una posición que consiste en permanecer estático con los brazos en cruz al acabar el ejercicio. Él no lo inventó, pero quienes le vieron hacerlo en los Campeonatos de Europa de París, en 1957, dicen que fue perfecto y con una calidad plástica envidiable. Por algo se colgó el oro, y hasta hoy nadie ha conseguido repetirlo.

Hace tres años se cumplió el 50 aniversario de su fallecimiento. Nos dejó con 25 años y un palmarés envidiable. Fue elegido mejor deportista español por unanimidad del jurado tres años consecutivos, ente el 55 y el 57. Su casa la adornaba con los más de doscientos trofeos conseguidos en competiciones inferiores. Y con especial cariño en sus vitrinas, el Trofeo de las Siete Naciones que levantó en 1956, las medallas de oro de los juegos del Mediterráneo y el triunfo absoluto y las tres medallas de oro que se colgó en los Campeonatos de Europa de París en 1957.

Más allá de todos los títulos, lo que consiguió Joaquín Blume en la España de la dictadura no lo había conseguido nadie. Llenó plazas de toros en sus exhibiciones, decenas de chavales practicaron la gimnasia por seguir sus pasos y era el referente de la gloria deportiva española. La gimnasia de nuestro país se lo debe todo.

Ahora hemos crecido con la conquista del Tour de Francia, los mundiales de automovilismo y motociclismo, incluso con el mundial de fútbol. Claro que, ahora, el gimnasio de Barcelona donde Blume gestó sus éxitos ya ha cerrado y su lugar lo ocupa un enorme edificio de pisos.

 


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