Revista Vino
Me debía un texto de este tipo. Quizá, también, se lo debía a algún amigo que pedía con insistencia un resumen de mi viaje por la España vitivinícola que más me interesa ahora. Pero no va a ser solo eso. No puedo. Desde julio de 2012 hasta el momento en que escribo (dos días antes de Santiago de 2013), han sucedido tantas cosas y las he vivido con tal intensidad, que mi vida ha cambiado. Yo he cambiado. Puede que para bien, pero todavía no estoy seguro...Iremos viendo. De momento, prometo no citar a ningún poeta ni filósofo. Como mucho, a gente del vino que, a ratos y aunque no lo sepan, también embotellan poesía y nos hacen sentir, con un buen trago, más cercanos a Schopenhauer y a la luna. Aviso: prepárate, que hoy va para largo.
El año empezó de la peor manera posible. Con dos terribles incendios (hace pocos días se recordaba en el Ampurdán -un abrazo, Víctor- ese primer año con actos y exposiciones), que mataron a cuatro personas y pusieron en peligro los viñedos de alguno de los pueblos con mayor tradición vinícola de la zona. No se ha hablado tanto de ello, pero también en mi otra zona de privilegio en Catalunya, el Priorat, hubo algún incendio que preocupó seriamente a muchos, noroeste del Montsant. Por suerte, aquí nada pasó a mayores. Empezamos la vendimia la tercera semana de agosto y con ella, empezaba también mi pequeño sueño, una utopía que, con los meses, se ha ido convirtiendo en hermosa (muy pequeña, pero hermosa) realidad: habíamos acordado con Dominik y Brunnhilde que mi mayor ilusión tenía que encontrar un espacio para nacer. Y ese espacio era Terroir al Límit, sus uvas y su bodega. "Haz el vino que te apetezca. Sabemos que es lo que más te gustaría hacer".
Y lo hice, vaya si lo hice. Vendimié, comí mucha uva, escogí la que me pareció mejor para el vino que tenía en la cabeza, pisé, tapé, empezó la fermentación espontánea. Prensamos a los pocos días. No filtramos, no estabilizamos, no clarificamos. El vino, ya hecho en las distintas garnachas que podían formar el "coupage" final, reposó en barricas de madera usada y en acero inoxidable. Los últimos meses (a partir del 21 de enero de 2013), ya ensamblado y oliendo y sabiendo más o menos a lo que yo quería, el vino se hizo joven en una damajuana de 100L. Era una prueba y la cosa da para lo que da. Lo embotellé, botella a botella (sí, lo confieso, calculo haberme bebido en esa operación no menos de tres o cuatro litros...¡cómo disfruté!), el 2 de abril de 2013. Y hemos bebido, con Dominik, Brunnhilde y con unos amigos, tres botellas desde entonces. El 18 de junio, el 5 y el 12 de julio. El vino, rosado del Priorat (ese era mi primer sueño), nos gusta mucho. Lo confieso: ha salido bastante cerca de lo que tenía en la cabeza. Las botellas que se vendan, lo serán en un conocido restaurante de Girona. El resto, para los amigos. Muy pocas...El año que viene, ¡más!
Mientras mi rosado para Terroir al Límit (lo escribo, lo leo y todavía no me lo creo...) iba haciéndose, yo empezaba otra aventura, en paralelo. Quería escribir un libro sobre el vino que más me gusta; sobre cómo creo yo que se puede hacer; sobre qué actitudes y maneras de estar en el viñedo y en la bodega me interesan más; y, por supuesto, sobre algunas de las personas que hacen esos vinos en España. Tenía tiempo por delante, tenía las ganas, encontré la ocasión propicia. Y la cacé al vuelo. No quería en absoluto hacer un libro con refritos del blog, una selección de posts, una antología...No. Quería escribir de cabo a rabo desde cero, a partir de lo que tenía en la cabeza y con las experiencias que me fuera dado vivir a lo largo de este año. Por primera vez en mi vida firmé un contrato para escribir un libro, con una fecha de plazo de entrega: 15 de junio de 2013. Y me lancé. Los primeros meses (hasta enero de 2013) fueron de mucho trabajo en casa: lecturas, codos, ordenador y escritura ante la pantalla. Mi entrenamiento en otros ámbitos me ayudó, claro, pero a finales de enero estaba ya agotado, con una buena parte del libro esbozada (que no bien escrita...) y con la familia mentalizada de que en febrero iba a empezar la segunda parte de mi aventura. Me iba para completar el sueño: recorrer España entera (al final se quedó fuera un trozo de la cornisa cantábrica...¡prometo volver!) con el coche; para pisar los viñedos que me apetecía pisar; para beber con sus creadores, los vinos que más me apetecía beber en los paisajes donde nacen; para oler campos y montes; para conocer a las personas. Y para vivir, sin más, "en la ruta, de nuevo".
Creo que el viaje ha sido lo que ha cambiado mi vida. Salí de casa el 18 de febrero de 2013 y la última anotación en mi diario, en la que formalmente me doy por despedido, es de 18 de mayo de 2013. Sí, seguí la idea de Basho: "desde tiempos inmemoriales, el arte de escribir un diario de viaje ha sido una actividad muy popular". Quizá de una manera menos tensa e intensa que la de Siylvain Tesson, con su La vida simple (lectura imprescindible, sabio consejo de mi amigo Marc Lecha), quise consignar todo lo que sucedía fuera y dentro de mi cuerpo. Hubo algún alto en el camino, incluso una vuelta a casa, pero fueron tres meses de enorme intensidad, que nada tiene que ver con hacer las cosas con rapidez. Planificaba mi viaje y mis etapas cada quince días, más o menos, y nunca preveía más de dos visitas en un solo día. Casi siempre, una sola visita: siempre con charlas sin reloj, siempre sin pedir nada ("quiero probar esto o lo otro", jamás), siempre dejando que las cosas fluyeran de forma natural y al ritmo que la persona con la que estaba quisiera.
Funcionó, muy bien diría. No recuerdo ni un solo chasco, ni una cita fallida, ni una persona que, cuando se da cuenta de que estás allí solo para escuchar y para entender a su tierra y a sus vinos, no dé todo para que te sientas mejor y para explicarte todo. Cada dos o tres días, buscaba un día entero de soledad, para poder asimilar cuanto iba aprendiendo, para redactar mis notas, para (de vez en cuando...) escribir un post en el blog. Hubo mucho y bueno, pero, sin duda, hubo hitos, momentos que se han quedado clavados ya para siempre en mi corazón y en mi memoria. Me salen así, de forma espontánea: las horas y días pasados con Rafa Bernabé, las pelotas de mondongo de su madre, los embutidos, pan y vinos tomados con Simón en La Mata: todo empuje, todo corazón, todo bondad. El pollo campero y la amistad sin condiciones de Ramón Saavedra. La pequeña charla con el padre de Federico Schatz, en La Sanguijuela (un paraíso en la tierra), y esa imagen, que no se borrará jamás, del abuelo atando cepas al alambre con el cochecito de su nieta al lado. Barro hasta los tobillos con Fabio Bartolomei y la homérica sopa que tomamos con su garnacha de Sotillo de la Adrada. La única persona con la que he comido dos veces en este viaje, hombre generoso y sabio, de prodigiosa memoria y ciceroniana humanidad, que quiso mostrarme su mejor cara allí donde pasó momentos inolvidables: El Escorial. Víctor de la Serna, una persona imprescindible para entender al vino en España, hoy.
Marc Isart...un hombre que entiende a la tierra y a los vinos como pocos en este país. Merece todo el reconocimiento que seamos capaces de darle bebiendo sus vinos de Bernabeleva. El hombre tranquilo: Mario Rovira sigue fiel a su destino y a su intuición, a pesar de todo y de todos. Es una de mis imágenes: los montes Aquilianos nevados al atardecer y yo saliendo de su nueva bodega-almacén, a punto de estrenar. Me llevo a Galicia entera en el saco: no hay nada que me disguste de esta tierra, nada. José Luis Mateo y la comida con su padre, Alfonso, en A Canteira, un momento para entenderme, gracias al ejemplo de José Luis; Sebio y su tremenda generosidad y ganas de compartir todo conmigo, no solo conocimientos (esa charla de madrugada); Bernardo Estévez: quizás el espíritu más equilibrado y cercano a la tierra de cuantos he conocido; Xurxo Alba y la madre que lo parió, qué mujer y qué hijo...Conmigo van esa tortilla de patatas, esa raya, las mejores filloas de mi vida y ese atraco a mano desarmada y ante testigos de Xurxo (en su furgoneta, que es una metáfora de su vida) para que, yendo ya hacia una presentación pública de sus vinos (ante casi 100 personas...), fuera yo ¡y no él! quien los presentara. Cómo lo pasé esa noche...¡Gracias, Silvia! Rodri...jamás habrá palabras para describir su generosidad y su amistad: por fin pude pisar su bodega nueva, allí donde sus vinos despegarán definitivamente.
De Galicia siempre salgo llorando y pensando cuándo podré volver...En La Rioja me quedé prendado de la fuerza y magnetismo de Roberto Oliván y con la emoción de pisar, por primera vez en compañía, los primeros viñedos propios de Olivier Rivière (La Losada, en Navaridas). Navarra es tierra de lobos, ya se sabe, y haber podido disfrutar un día entero de la pasión, amor y conocimiento que ponen Elisa y Enrique en "domesticar" a los suyos, tiene un gran valor para mí. A alguien podría parecerle que de Catalunya lo sé todo...este viaje me ha demostrado que estoy muy lejos de eso. Buenos consejos me llevaron a Montse Molla, Carlos Alonso, Joan Fabra, Didier Soto y Núria Dalmau. Ellos me han mostrado el alma de una tierra, el Ampurdán, que vive con cepas desde hace más de 2500 años. Del sur me quedo con el recuerdo de una lección magistral sobre sulfitos en el vino que nos dio Josep Lluis Pérez, maestro donde los haya, y con la valentía, alegría y confianza con que los hermanos d'Anguera afrontan la nueva etapa en su bodega. Del centro, me quedo con los brazos siempre abiertos de los Bartra, en su uilla rural del siglo IV d.C., en Sant Pere de Ribes. Algo único, por cómo son y por los vinos que hacen: allí me siento en casa. Y de mis saltos a las islas, dos fogonazos: el de la tarde al sol de poniente en La Hornaca (Tenerife), con Jesús, Visi y sus galletas de parmesano. Y la comida familiar con Xesc de son Durí, en Vilafranca de Bonany.
He aprendido de las personas, sí, como nunca había hecho antes.
Pero también he aprendido con ellas: cómo trabajan su tierra y cómo la entienden. A su lado, he aprendido que beber cierto tipo de vino es una de las formas más naturales, espontáneas y lúcidas de volver a un paisaje, a un territorio, a su cultura. He aprendido que algunas personas siguen siendo la medida de todas las cosas, también en el viñedo y con su vino. He aprendido que el mundo del vino que más me gusta está hecho de pocos ruidos y de muchos susurros. He aprendido que allí donde generaciones de agricultores plantaron cereal, no hay que plantar cepas: probablemente no funcionarán o no lo harán como debieran. He aprendido que hay sitios donde es la tierra la que habla y nosotros los que tenemos que callar, mirar mejor y entender. Después, si hace falta, actuar. He aprendido que el secreto de un terruño en una botella consiste en huir de la monotonía industrial para buscar la polisemia artesanal. He aprendido que, en viñedos trabajados con la biodinámica, la presencia de microorganismos beneficiosos para la tierra es mayor que en otro tipo de terrenos. He aprendido que si un viñedo está sano y no ha tenido especiales problemas durante el año de la cosecha; si la uva se ha vendimiado en su justo punto y entra sana, fresca y en condiciones a la bodega, hay que hacerse a un lado y dejar que el vino se haga lo más solo y tranquilo posible. Porque lo más importante ya está hecho.
He aprendido que las levaduras indígenas son imprescindibles porque forman parte del ADN del viñedo, son las que se encuentran en la piel de sus uvas, en sus flores y árboles, en la historia de una bodega, las que van a permitir que el vino sepa al lugar donde ha crecido su uva y donde se ha hecho. He aprendido mucho pero tampoco hace falta ser exhaustivo, ¿verdad? Volví de mi viaje con tiempo suficiente para ir digiriendo cuanto había vivido y conocido. Me concentré en la parte final de la redacción del libro y algunas de las bodegas y personas que me dieron tanto pasaron a formar parte de él. No todas, por desgracia, porque el número de páginas era limitado. Estar de nuevo en Barcelona me "obligó" a abandonar mi soledad y a volver a compaginar actividades. Me descentró un poco, cierto, pero seguí conociendo a personas y bodegas, algunas de las cuales se han convertido ya en piezas importantes de un nuevo orden de cosas en mi vida. Terminé el libro y lo entregué en el plazo previsto. De hecho, ¡un día antes! ¡Porque nadie se había dado cuenta de que el 15 de junio de 2013 era sábado! Si todo va según lo previsto, me dicen que saldrá a la calle el 17 de octubre de 2013.
En los últimos meses he participado, además, en un proceso de selección que, con probabilidad, me llevará a cambiar de trabajo en septiembre, en otra ciudad. Dejo algo que conozco bien y me adentro en un bosque de novedades que me apetece y para el que ya veremos si estoy preparado...Pero entro. A todo esto...¿alguien pensaba que los dioses se quedarían tan tranquilos contemplando cómo todo le iba más o menos bien a este pendejo? Mis dioses suelen ser buenos cuando los tratas bien, y Baco es mi protector: ¡le hago ofrendas a diario! Pero hay envidias...siempre las ha habido y este barbudo Odiseo ha sido sometido a un pequeño castigo. El dios del mar mandó olas que arrastraron el barco hasta las rocas. Ahora escribo desde una playa: no sé todavía si es la de los Feacios...Hambre, sed de vino, sal, cosas que te ponen a prueba. ¿Pensabas que podrías escapar sin pagar precio alguno a un año así? Insensato. A ese pecado se le llamaba "húbris" en griego antiguo: orgullo, altanería, insolencia, impetuosidad, injuria, testarudez. Daño. Los dioses castigan a los humanos por esa afrenta. Y ahora, escribo el post que necesitaba escribir unas horas antes que me digan si Poseidón gana o, sencillamente, me ha pegado un buen susto. Justo para decir: no te pases, Joan, todo tiene un límite y hay que saber sufrir, también. Prefiero que sea así: tenía muchas ganas, necesidad casi de escribir este texto y publicarlo hoy. A modo de agradecimiento por tantas cosas, por todo lo que he podido hacer, por todo lo que he aprendido y sentido, por todo lo que he recibido de tanta gente en el año que viví intensamente.
La primera foto es de Mònica López Quintana. La última, de Rafael López-Monné.
Postscriptum, redactado el 25 de julio de 2013 a las 9:00. Dicen los informes, y ratifica el médico, que los "aliens" que llevaba en el cuerpo sufren una "ausencia de signos de malignidad". Jodida estilística: ¿no podrían haber usado una figura menos rocambolesca que la lítotes? Por ejemplo: está usted cojonudo. Hoy se levanta la ley seca, además, y puedo comer casi de todo. No les cuento cómo terminaré el día. No porque no quiera, es que no podré hacerlo. ¡¡¡MIL gracias a todos los que os habéis interesado por mi estado de salud!!!
Postscriptum 2, redactado a la misma hora. Ni en la peor de mis pesadillas hubiera pensado que este post tenía que acabar lamentando profundamente lo que ha sucedido en Galicia. Ese accidente de tren, como siempre con las muertes imprevistas, deja a mi pequeña historia de un año en el lugar que le corresponde, mínimoo. Y solo me alienta, ahora mismo, a llevar mi cabeza y mi corazón al lado de los que están sufriendo y van a sufrir las consecuencias de una tragedia de tales dimensiones.