El fin del siglo XIX, grávido de cambios y sacudido por teorías inquietantes, estaba llamado a independizarse de los cánones tradicionalistas. Las nuevas técnicas narrativas con una temática enfocada desde una realidad más profunda que la meramente aparencial, respondían, desde luego, a las exigencias de la época.
Pero fue Henry James –a semejanza de T. S. Eliot, vivió mucho tiempo en Inglaterra y asimiló allí sus corrientes culturales– quien produjo la renovación de técnicas y transportó el campo del arte realista desde el universo exterior al universo de la mente. Se entiende el aporte de James a la novela del siglo XX, al deslindar el enfoque moralizante de la novela tradicional del interés artístico y vitalizante que ocupa a la creación del autor de The Turn of the Screw. El “gusto artístico” que toma en la novela de Henry James el puesto de la función moral de Dickens o Thackeray, lo vincula en un sentido con la tradición americana comenzada por Edgar Allan Poe y continuada por el simbolismo francés.
El uso de símbolos con sentido estético, la riqueza de metáforas que James maneja con destreza al incursionar en la vida del espíritu, emparentan su narrativa con Hawthorne y Melville; tres autores que gestan la gran novela americana, sin olvidar los distintos propósitos que alejan la novela de James de la línea alegórico-didáctica de Hawthorne. Empero, es la narrativa inglesa la que provee al autor de Portrait of a Lady de un antecedente tan vigoroso como Jane Austen para su técnica o de tanta envergadura como George Eliot para la novela psicológica.
El realismo de Henry James busca los hechos en la mente de los personajes; la realidad exterior es meramente la proyección de la conciencia. Para reflejar esa realidad más recóndita, se vale, en sus grandes novelas, de un personaje narrador: será siempre un observador inteligente ante quien desfilan los otros personajes, cuyos móviles comprendemos porque el personaje-testigo es capaz de penetrarlos y transmitirlos al lector. Las imágenes fragmentadas que se proyectan en la conciencia, tienen en sus obras, un proceso de integración que se opera en la mente del personaje observador.
Los narradores de James –personajes activos en la historia– contribuyen pues a desplegar una técnica narrativa realista. La realidad surge desde adentro de la novela, observada y expuesta por el mismo personaje. Se termina con el narrador omnisciente y por ende, artificial, dado que la omnisciencia no es condición humana en absoluto: no puede haber ilusión de vida donde no hay asombro, y el narrador omnisciente evidentemente no se asombra.
La interpretación que el narrador hace de los hechos lo lleva a internarse en las motivaciones psicológicas de los personajes. George Eliot había sentado un buen precedente, al tiempo que James nos presenta la vida a partir de la conciencia en un crecimiento que se produce a lo largo de la novela, y lo hace décadas antes de la revolución freudiana.
Por ejemplo, en What Maisie Knew, el centro de la conciencia está dado por Maisie, una niña víctima de padres indiferentes, quienes después de separarse convienen en tener a la niña durante un período de seis meses cada uno. Pero lejos de conmover al lector con el abandono moral de Maisie, a la manera de Dickens y sus huérfanos o niños desamparados, el novelista convierte a la pequeña, después de muchas dolorosas experiencias, en la exploradora de la verdad y la interna en la mente de los adultos, cuyos móviles quedan al descubierto ante los ojos infantiles. De ese modo, James transforma a Maisie de víctima indefensa en una inteligencia central triunfante.
Henry James, en consecuencia, creó los personajes más lúcidos capaces de penetrar en los secretos de la vida, ocultos en móviles subconscientes. Hasta allá llega el narrador y con él, captamos la realidad psicológica en una obra de arte, hecha con el esmero del esteticista. Así, el camino para la novela psicológica del siglo XX queda abierto, con la intensificación del monólogo interior y el fluir de la conciencia en la libre yuxtaposición de tiempos fragmentados. ¡Celebremos a Henry James!