La escena era angustiosa: un bucle siniestro del que no podía salir.
Estaba acostado en mi habitación, mientras que en el patio -a sólo una puerta entreabierta de donde me encontraba- velaban el cuerpo de una niña. No entiendo por qué los vecinos de la pensión habían decidido levantar la capilla ardiente allí, aunque fuésemos todos humildes, la decisión me pareció macabra, yo no iba a participar. Al menos quería descansar un poco antes de ir a trabajar, pues quién puede conciliar el sueño cuando los gritos lacerantes de los dolientes se cuelan a través de flores y crespones. Sin embargo, me entredormí, entonces me pareció ver que la niña levantaba el torso y que giraba la cabeza hacia mí desde el ataúd… NO, dije en voz alta, y regresé a la realidad. Todo seguía igual, la única diferencia era que las velas estaban algo consumidas y que mi sueño era mucho más fuerte que el miedo a entregarme a él. No pude evitarlo, volví a dormirme. La niña ya se había bajado del cajón y ahora estaba entrando en mi habitación… NO, grité, y la vigilia nuevamente me rescató del espanto, pero fue por muy poco tiempo, ya que el sueño enseguida volvió a engullirme. Ahora ella estaba a unos pocos centímetros, alcanzaba a sentir el olor desagradable que venía de sus ropas, un olor a... NO,
aullé, aunque esta vez no hubo milagros, la niña estaba parada a mi lado y pretendía agarrarme, entonces traté de empujarla, pero su cuerpo era inconsistente y por más que quisiera rechazarlo, mis manos lo atravesaban. Ella intentaba abrazarme y yo -horrorizado- sólo quería despertar.Los vecinos se mordían los labios, era desgarrador ver a la pobre niña queriendo darle un último beso a su padre.