Lo hemos intentado. Palabra que sí. Hemos buscado otras noticias para no caer en la más evidente, la más repetida y la más pesimista. Y las hay, cierto. El problema es que la actualidad más clamorosa es la que manda: A uno no lo rescatan todos los días, ni le inyectan 100.000 millones de euros en su cuenta corriente. La semana que viene pasaremos de todo y buscaremos otro tema, prometido, a menos que el país, la sociedad, el euro y el continente entero se vayan a hacer puñetas en otro brillante giro de los acontecimientos. Pero no seamos agoreros: Por ahora centrémonos en hablar de la crisis y del rescate, la millonada que Europa nos ha dejado y que nos va a reclamar con la insistencia del cuñado plasta que repite el mismo chiste en todas las cenas. Aunque, qué demonios, podemos hacer algo mejor. Vamos a hablar de títulos que relatan el desastre económico, pero también de aquellos que nos ayudan a desconectar de la realidad. Ya basta de tanta cara larga en los medios, tanto titular catastrófico y tanto gurú de la economía con recetas “infalibles”. Quizá no solucionaremos nada, pero podremos reírnos un rato de la situación. Contra la crisis, cine. ¿Que Occidente se hunde? Pues que nos coja pasándolo en grande.
SOBRE LA CRISIS:
Mercado de Futuros (2011)
Mercedes Álvarez tiene apenas un par de trabajos como realizadora, pero ya es uno de los nombres imprescindibles del documental español. Tras la excelente El cielo gira (2004), Álvarez retrata las diferentes caras del comercio en nuestra sociedad: los agentes de bolsa y el vendedor del rastro, la feria inmobiliaria y el piso desalojado, vértices de una misma realidad en la que el influjo de los mercados amenaza incluso al papel de la memoria colectiva. La directora planta la cámara y deja que la vida se abra delante del visor. Y vaya si lo hace. Joaquim Jordà y Jose Luís Guerín encuentran en Mercedes Álvarez a su heredera natural, capaz de confirmar los augurios de una carrera muy prometedora con uno de los mejores títulos del cine español del año pasado. Imprescindible.
La caída de Lehman Brothers (2010)
En la memoria de muchos de nosotros el primer síntoma de la crisis fue en 2008: la quiebra de Lehman Brothers. Otros dirán que el origen de los males se remonta al intercambio de cosechas por herramientas, allá a finales del neolítico, pero no vamos a retroceder tanto. Lehman Brothers era una de las mayores compañías de servicios financieros de los EEUU, un intocable de las finanzas con 150 años de historia. Pero el gigante tenía los pies de barro, y cuando el secretario del tesoro norteamericano se negó a salvarlos de la quiebra, la compañía se convirtió en un presagio de la que se nos venía encima. La BBC reconstruye los últimos días de la compañía, narrados a golpe de thriller en la jungla de los despachos y las salas de reuniones, en el lenguaje de las finanzas que se transmite en nerviosas llamadas de móvil. Michael Samuels bucea en el inframundo de la economía, en las cocinas de los principales bancos, durante los tres días que, parafraseando a John Reed, conmovieron al mundo. Asusta un poco.
Banderas falsas (2011)
Cuando el fantasma de la crisis empieza a recorrer Europa, el malestar de la gente se vuelca en las calles. Una de las muestras más palpables de esa reacción son las protestas del 15-M. Pero, ¿qué ocurre cuando un movimiento se masifica, se ritualiza y adquiere sus propias consignas? A través de las acampadas de los Indignados, el encuentro de las Jornada Mundial de la Juventud, y las celebraciones por la victoria en el Mundial 2010, Carlos Serrano Azcona reflexiona sobre el papel del individuo entre la masa. Su documental se impregna de los modos del audiovisual contemporáneo, a caballo entre Internet y las handycams, las redes sociales y los móviles. Serrano no plantea un documental al uso. Antes que un discurso más o menos combativo,Banderas falsas pretende dar herramientas al espectador para que participen del relato y lo completen, dándole significado y una reflexión personal.
Memoria del saqueo (2003)
Fernando Pino Solanas ya es un documentalista de prestigio cuando, en 2001, el gobierno argentino de Fernando de la Rúa decreta el corralito como medida de emergencia contra la crisis del país. Para el veterano director, la decisión del ejecutivo es una muesca más en la larga historia de espolio que sufre su país, y que se puede remontar hasta la terrorífica dictadura militar de 1976. Pino Solanas es el Indignado por excelencia, diez años antes de los hechos de la Puerta del Sol, y su radiografía de los males de la sociedad argentina supura tanta rabia como talento en el montaje de un material inflamable. El premio en Berlín confirma el valor de un documental que, nueve años atrás, debió verse por nuestros pagos con la curiosidad del que ve el drama sentado cómodamente tras la barrera. Pues mira, nos han robado la barrera…
CONTRA LA CRISIS:
Juan de los muertos (2011)
¿Zombis en la Cuba socialista? ¿Muertos vivientes devorando cerebros por el malecón? ¿O quizá solo es la enésima conspiración del imperialismo norteamericano? Para Juan la respuesta es más sencilla: La oportunidad para montar un negocio llama a la puerta, aunque tratándose de cuerpos babeantes y medio podridos más que llamar se dan de cabeza contra el timbre. Juan, que hasta ese momento no tiene oficio ni beneficio, descubre que se puede hacer dinero en el noble menester de reventar los sesos de los incordiosos zombis, principalmente seres queridos que, tras su transformación, han perdido puntos en el seno familiar. Alejandro Brugués logra una pirueta insólita con su descacharrante propuesta, una mezcla de comedia terrorífica y de crítica social que funciona como un tiro porque, en el fondo, no se toma demasiado en serio. Algún teórico del cine deberá estudiar muy pronto por qué en plena crisis mundial a uno de los (llamados) últimos reductos del socialismo le da por producir una película de muertos vivientes en el patio de su propia casa. Mientras tanto, a este lado del Atlántico nos sirve como consuelo: Puede que aquí estemos muy fastidiados, pero podría ser peor. Mira Cuba, que tienen zombis.
El quinteto de la muerte (1955)
Coged estas palabras, ponedlas en mayúscula, rotuladlas y grabadlas en diamante: El quinteto de la muerte es una maravilla. Surgida en lo más excelso de los muy excelsos estudios Ealing, la propuesta de Alexander Mackendrick es una comedia negrísima alrededor de una banda de tarados que usa el domicilio de una anciana como tapadera para cometer un robo. El problema es que las rencillas entre los personajes pronto surgen y se exacerban hasta límites insospechados, mientras la cándida anciana flota entre el desastre sin que parezca que se entere de nada. Uno de los mayores clásicos de la comedia británica y la confirmación de un elenco interpretativo del que se le podía sacar petróleo, con un Alec Guinness pletórico (¿cuándo no lo estuvo?) y entre los secundarios, un tal Peter Sellers. Hay quien encontrará paralelismos entre la obsesión fratricida con que esos ladrones persiguen el dinero y el descontrol en que se ha sumido la olla de grillos de la banca, pero no entraremos en eso. Si el sistema financiero colapsa, bajad la persiana y preparaos para asistir a las miserias que la codicia y la mezquindad plantan en un colectivo de honrados ladrones. Pertenece a los museos, pero también debería imprimirse en todas nuestras pancartas la próxima vez que salgamos a manifestarnos.
Diamond Flash (2012)
Puede que a estas alturas de la película la opera prima de Carlos Vermut no necesite presentación, pero allá vamos: Una de las sensaciones del año en el panorama español ni tan siquiera ha pisado el circuito de cine comercial. El boca-oreja ha funcionado a la perfección, impulsado por las redes sociales, para dar la bienvenida a una auténtica bomba de creatividad y talento. No revelaremos nada de su argumento, Diamond Flashmerece ser descubierta y experimentada en su totalidad, pero sí os podemos decir que el fenómeno no para de crecer, hasta llegar a cotas de los que la comparan con elArrebato (1980) de Iván Zulueta. ¿Y por qué hablamos de ella en el factual? Porque lo que Vermut propone es una reacción fresca y estimulante a la crisis. En un momento de recortes, con una industria cinematográfica en la UCI y las subvenciones bajo mínimos, el equipo de la película se lía la manta a la cabeza y nos ofrece un título imprescindible rodado con un presupuesto muy limitado, tirando de imaginación y buen hacer. Si el futuro nos obliga a adaptarnos a una realidad adversa, Diamond Flashpuede ser el camino a seguir, donde las alharacas de las grandes producciones sean sustituidas por montañas de ingenio y de calidad. Si la realidad nos inmoviliza, peguémosle una buena patada. La de Carlos Vermut se recordará mucho tiempo.
Vampiresas 1933 (1933)
La burbuja explota, la bolsa colapsa, el paro aumenta, los países se hunden… y todo ocurre en 1929. Tras el crack bursátil, la Gran Depresión asoló los EEUU y dejó su huella en la industria de Hollywood. Hubo dos maneras de encarar el problema: desde el realismo social, a menudo teñido de cine negro, o desde la fantasía evasiva, refugiada en ocasiones en el género musical. Mervyn LeRoy y el coreógrafo Busby Berkeley lo tuvieron claro: Ante el drama de la pobreza toca bailar, toca cantar, toca reír; el hedonismo también puede ser un acto de rebeldía. Las bambalinas de Broadway eran perfectas como marco para historias como la que nos ocupa, donde la relación entre un joven compositor y una corista se convierte en romance a ritmo de los bailes del gran Berkeley. Los espectadores acudían en masa a ver sus producciones, seguros de encontrar una vía de escape a las preocupaciones de su día a día, porque si el cine es entretenimiento nunca como en estos casos resulta tan imprescindible.
Chaplin, Keystone Collection (1913-1914)
Uno de los primeros iconos en mayúsculas del cine mundial no tenía nada de glamuroso. Ni ropajes caros, ni belleza incontestable, ni grandes romances, ni parajes de ensueño: Un vagabundo ridículo, con ropa andrajosa, persiguiendo a la chica de manera atolondrada por parques y calles de una ciudad mediana. Y la policía detrás, porra en alto. Charles Chaplin cultivó el género del slapstick mientras el cine fue mudo. Sus comienzos ante la cámara datan de su etapa en la Keystone, donde adoptó el bigotito, el bombín y los andares de pato, siempre retratando a vividores y don nadies que trataban de sobrevivir y llenarse el estómago. Tierno y cruel, encantador y violento, el vagabundo al que llamamos Charlot se permite incluso la incorrección política y la subversión, en sus constantes disputas con el cuerpo de policía. Chaplin supo encontrar el término medio entre la comedia física y la crítica social más aguda, y fue en esos primeros años junto a Mack Sennett cuando se empezó a forjar la leyenda. Los cortos de la Keystone son una joya que ningún cinéfilo debería obviar. Chaplin es Chaplin. Volveremos sobre él a menudo, seguro, y adaptaremos sus aventuras y su humor centenario a nuestra realidad. El vagabundo del bigotito flota aún entre nosotros, disfrazado con otras ropas pero sin dejar las calles. Y si nos permite reírnos un rato, ¿Qué más queremos?