Revista Cine
Hace poco, tratando de ponerme al día con los innumerables pendientes que inevitablemente se acumulan, vi Sightseers (2012), tercer largometraje del cineasta inglés Ben Wheatley. Me entusiasmó tanto -por su última escena; incluso, por su último fotograma- que de inmediato me di a la tarea de buscar sus anteriores cintas. Down Terrace (GB, 2009), nunca estrenada comercialmente en México, es su opera prima. Y me atrevo a decir que, incluso, es más lograda que Sightseers. Después de pasar cuatro meses en prisión acusado de tráfico de drogas, Karl (el coguionista del filme Robin Hill) sale de la cárcel para regresar a vivir en la casa de su abusivo padre mafioso de pasado hippie Bill (Robert Hill, verdadero papá de Robin) y su mamá alcohólica Maggie (Julia Deakin). Esa misma tarde llegan a festejar la liberación el tío Eric (David Schaal), el gordazo amigo de la infancia Garvey (Tony Way) y, poco después, la sorpresa del día: la novia Valda (Perry Peacock), embarazada. Después de pasado el shock, Karl se entusiasma. Es hora de sentar cabeza y formar una familia. Sus padres no están nada felices -¿el bebé será realmente de su hijo?- y, además, tienen otro problema por resolver: averiguar quién está hablando con la policía, pues están seguros que hay un delator entre sus amigos/conocidos/familiares. Filmada en su mayor tiempo en los ajustados interiores de la casa paterna, con una cámara digital en mano siempre en movimiento, de un primer plano moviéndose en paneo a otro primer plano, con tomas extendidas que capturan la inmediatez nerviosa de los diálogos, Down Terrace asemeja, en su primera parte, no más que un buen ejercicio de estilo de "kitchen-sink comedy/drama", un poco al estilo de Ken Loach, otro poco al estilo de Mike Leigh. Este pequeño círculo de mafiosos que viven -y ya veremos: mueren- en Brighton, Inglaterra, no tiene preocupaciones de altos vuelos, sino unas muy concretas y cotidianas. El retrato hecho a trazos apresurados por el debutante Ben Wheatley es el de una familia mafiosa de medio pelo. Es más, si le gustan a usted las etiquetas, Down Terrace es una suerte de working-class gangster movie. Si esta primera parte ya resultaba suficientemente interesante, el segmento complementario es aún más logrado: vehiculando un corrosivo humor negro y abrevando de la venerable tradición de la casa Ealing, el guión de Wheatley y Robin Hill nos muestra, por un lado, los límites más violentos a los que están dispuestos a llegar todos los personajes y, al mismo tiempo, los límites de estupidez que cruzan una y otra vez todos ellos. La violencia más directa (alguien asesinado a balazos en la más abierta campiña inglesa, otro muerto a martillazos en la sala de la casa) se combina con un humor chocarrero que se mueve entre la comedia de costumbres (el sicario que tiene que ir a hacer su trabajo con su hijito de tres años porque no tiene derecho a guardería) o el slapstick más inesperado (un atropellamiento como de cartón animado de la casa Warner), sin renunciar, tampoco, a mostrar el trágico nivel de ceguera moral en el que están sumergidos todos los personajes, dispuestos a matar a los de su propia sangre -padres, hijo, hermano-, ya no se diga sus más grandes amigos, ante la menor sospecha de traición. Es más, para todos estos personajes, el matar -o dejarse matar- es la prueba definitiva de amor. Solamente asesinas -y con tus propias manos- aquello que más amas.