Revista Recetas

El club de la galleta

Por Facildedigerir @facildedigerir

Texto original escrito por Ana.  Sígueme en Twitter.

 

Galleta

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¿Qué pensarían si su hija de 8 años les dijera que acaba de entrar al “club de la galleta” en su escuela?

 

De entrada se escucha como una actividad linda, inocente y típica de una niña de esa edad, ¿no es así?  Es lo que yo pensé cuando hace unas semanas una mamá llegó a mi consulta platicándome que su hija era parte de ese club en la escuela.

 

Pero conforme fui escuchando su relato me quedé fría.

 

El “club de la galleta” lo conforma el grupo de niñas populares del segundo año de una primaria particular del D.F.  Las integrantes del grupo se comprometen a comer, como único alimento del día,  solamente una galleta.  De ahí el nombre del club.  Hacen un juramento en el que prometen rehusarse a comer, o comer lo menos posible,  a la hora del desayuno, la comida y la cena, haciendo lo necesario para ello.   A forma de ritual, en grupo tiran a la basura su lunch a la hora del recreo.  Seccionan su galleta de elección y comen pequeños pedazos a lo largo del día.  Comparten revistas y fotos de internet de modelos y celebridades flaquísimas.

 

El caso se los comparto con permiso de la mamá, aunque los datos personales han sido omitidos por protección a la niña, con el deseo de que este tipo de prácticas se difundan y prevengan.

 

El “club de la galleta” salió a la luz porque un día la niña no resistió y  en la escuela empezó a sentirse mal: mareos, cansancio extremo, dolor agudo en la zona abdominal.  En la enfermería confesó todo.  La noticia conmocionó a la escuela.  La niña dijo el nombre de las demás integrantes del club y a partir de ahí se han destapado una serie de prácticas pro-anorexia y pro-dieta no solo en esa primaria (incluso desde el primer año) sino en otras primarias de la ciudad.

 

Afortunadamente para esta niña, su cuerpecito no resistió demasiado en este club, y el daño orgánico es mínimo y reversible.  Pero no es el caso de todas sus compañeras.  Algunas de ellas se encuentran ya en un bajo peso crítico, con anemia y desnutrición.

 

Pero quizá el reto mayor es el impacto psicológico.  Ahora la niña no solamente tiene que procesar esta experiencia, sino enfrentarse a la burla, exclusión y repudia de su ex grupo de amiguitas quienes la han acosado por haberlas denunciado.

 

La escuela ya tomó cartas en el asunto, ha instituido pláticas informativas obligatorias para todos los miembros de la escuela sobre Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA)  y ha dado la instrucción de que las niñas involucradas y sus mamás participen en una serie de terapias grupales obligatorias, aquellas que no participen no podrán re-inscribirse el próximo año.

Todo eso está muy bien como un “control de daños” pero aquí lo importante es preguntarnos: ¿por qué y cómo se originó esta situación?  ¿Qué se puede hacer para frenar el incremento en los casos de TCA en mujeres cada vez más jóvenes?

 

Un dato interesante: ante la reacción de alarma de la escuela, varios padres y algunos maestros han argumentado que por la edad de las niñas seguramente “no sabían lo que hacían”, que no se debe ser “tan duro” y que “no es para tanto”.   Esta reacción (¿negación ante algo tan doloroso? ¿culpa?) ante la gravedad de los hechos deja ver que la raíz del problema es complejo, donde están involucradas las familias, la escuela, la sociedad en general.

 

Para responder a estos padres y maestros que no creen que sea “para tanto”, en entrevistas con las terapeutas, las niñas utilizan y describen correctamente los términos “dieta” y “anorexia”.  A pesar de tener entre 8 y 9 años, al aplicárseles los cuestionarios evaluatorios todas presentan al menos tres síntomas de un TCA.  Eso no quiere decir que se les pueda diagnosticar el trastorno como tal a todas, pero sí que se encuentran en una situación de riesgo y que presentan ya una relación disfuncional hacia su cuerpo y la alimentación.

 

Les comparto este caso deseando enviar una señal de alerta a las mamás, papás, maestras, personal directivo de las escuelas, cuidadoras de las niñas.   Este caso ha tocado fuertemente mi corazón y profesionalmente me ha dejado claro que debemos redoblar los esfuerzos para concientizar a la sociedad en general para prevenir y tratar oportunamente las relaciones disfuncionales con el propio cuerpo y la comida.

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