Revista Opinión

El complejo acento murciano

Publicado el 18 septiembre 2020 por Manuelsegura @manuelsegura

El complejo acento murciano

Hay pueblos que llevan en su ADN el complejo de inferioridad. Yo confieso que nunca percibí eso en la mayoría de mis paisanos, ni siquiera desde la distancia cuando, por razones profesionales, me he visto obligado a residir lejos de nuestra tierra. El otro día le reconocí a una amiga, que iba a Madrid a visitar a su hijo y le llevaba unos pasteles de carne, que ese manjar de hojaldre, ternera, chorizo y huevo duro fue algo de lo que más eché de menos en mi exilio voluntario. El murciano jamás ha sido un tipo apocado y timorato, por lo que nunca cabe calificarlo de acomplejado.

El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, se dirigió hace unos días en el Congreso al secretario general del PP, el ciezano Teodoro García Egea, en unos términos que no han quedado suficientemente aclarados. O sí. Lo cierto es que el líder de Podemos le pidió al dirigente popular que vocalizara mejor porque, con el inconveniente de la mascarilla, no le entendía a la hora de formularle una pregunta parlamentaria. Es verdad que Iglesias, que no precisa defensor alguno porque para salir de los atolladeros a los que acostumbra a meterse ya se vale solo, no hizo mención alguna a que en la Región de Murcia se hable mejor o peor el español. Sin embargo, la respuesta de García Egea fue que hay que salir más por España y conocer los acentos de cada comunidad, con lo que resulta evidente que él sí se dio por aludido. Y se refirió a continuación, con palpable ironía, a la “excelente vocalización y voz campanuda” del vicepresidente. “Su acento me encanta, pero cuando habla usted muy deprisa, me cuesta entenderle”, le espetó Iglesias acto seguido, en una especie de combate dialéctico a cuenta de la claridad en el lenguaje. Tras ello, las redes sociales hicieron el resto.

La forma de hablar que tenemos en la comunidad murciana no es uniforme. Por poner algunos ejemplos, dista mucho el acento yeclano del aguileño; el cartagenero del caravaqueño o el molinense del albuitero (Albudeite) donde, por cierto, alguien halló reminiscencias de una cierta entonación como de allende los mares. Paco Rabal solía hablar en murciano muy a menudo. En la película Truhanes, con el inolvidable Arturo Fernández de compadre, se presentaba con su genuino estilo como “Ginés Jiménez, natural de Bullas, provincia de Murcia”. Una vez que vino a la Región, en época del primer presidente autonómico socialista, Andrés Hernández Ros, le escuché decir que se había reunido “con ‘Hernándeh Roh’, que es como a mí me gusta llamarlo”, aclaró a la concurrencia ante la carcajada general, incluido el propio aludido. Estoy convencido de que Rabal nunca tuvo complejo por tener ese acento pulido en la Cuesta de Gos. Como tampoco lo tuvieron el periodista Jaime Campmany o el banquero Alfonso Escámez, por poner dos casos de murcianos hoy también ausentes y en las antípodas ideológicas del actor aguileño, que triunfaron en Madrid sin perder jamás sus orígenes lingüísticos.

No hay cosa peor que un murciano fetén que intenta disfrazar su acento. Suele pasar que introduce con suma frecuencia las éses donde no corresponden, quedando en evidencia y, en ocasiones, casi en ridículo. Conozco casos deplorables. Aquí hablamos como lo hacemos, nos entendemos y no hay motivo para avergonzarse de ello. Aunque en ocasiones no esté de más esforzarse un poco en lo de la vocalización, llegado el caso, esa es la verdad, para hacer más comprensiva nuestra jerga de cara al forastero. Y porque no hay más que darse una vuelta por las televisiones y comprobar, en la realización de una encuesta en la calle, lo que supone sacar un total claro, en especial a los más jóvenes, que para colmo han visto reducido al mínimo esfuerzo su vocabulario por culpa del uso y abuso de las nuevas tecnologías. En fin, que vocalizar, sí, pero complejo, ninguno.


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