“No tenía miedo a las dificultades: lo que le asustaba era la obligación de tener que escoger un camino. Escoger un camino significa abandonar otros.” – Paulo Coelho (1947 – ). Escritor brasileño.
El coste de oportunidad, del que ya he hablado otras veces en este blog, es un concepto económico muy interesante. De manera sencilla, se define como lo que dejamos de ganar cuando decidimos emplear un recurso de cierta manera. Por ejemplo, si utilizamos 1.000 euros en comprar un ordenador nuevo, estaremos dejando de ganar los intereses que hubieran generado esos 1.000 euros en el banco o en una inversión. Es decir, que comprar un ordenador tiene un coste de oportunidad, precisamente los intereses que dejamos de ganar.
En realidad, si lo pensamos bien, todo lo que hacemos tiene un costo de oportunidad. Quizá no en sentido estrictamente económico, pero si en cuanto al valor subjetivo que nos podría haber aportado lo que dejamos de hacer. Y aunque comparar costes de oportunidad no monetarios es algo muy complicado, resulta un concepto útil cuando hablamos de productividad personal en general, y de GTD en particular.
Como entes productivos que somos, continuamente nos estamos enfrentando a la decisión de hacer unas cosas y dejar de hacer otras. En condiciones ideales, utilizando un método como GTD, se supone que siempre tomaremos la mejor decisión posible, en función del contexto en que nos encontramos, el tiempo disponible, la prioridad y nuestro nivel de energía. Es decir, que en un lapso razonable todas las tareas deberían quedar terminadas, y no habría un coste de oportunidad “productivo” apreciable.
El problema es que todos tenemos la tendencia a tomar sistemáticamente la decisión de no hacer ciertas tareas –¿a alguien le viene a la mente la palabra procrastinación?–. No importa que racionalmente lleguemos a la conclusión de que, de acuerdo al contexto y la prioridad, deberíamos estar preparando la liquidación de impuestos; por alguna extraña razón, llegamos a casa y preferimos ponernos a leer nuestros blogs favoritos.
La consecuencia de la procrastinación de ciertas tareas es que empieza a surgir un coste de oportunidad productivo más que apreciable, que generalmente se traduce en estrés, sentimiento de culpabilidad y, en casos extremos, consecuencias físicas reales –como por ejemplo, un recargo por no pagar los impuestos a tiempo–.
Y aquí es donde la “conscienciación” del coste de oportunidad productivo puede ayudarnos en la práctica diaria de GTD. Si conseguimos definir claramente el coste de oportunidad de todas las cosas que dejamos de hacer sistemáticamente, quizá nos resulte más sencillo evitar la procrastinación.
Con la práctica me he dado cuenta de que, cuando procrastino algo, generalmente es porque tiene un impacto negativo a largo plazo, demasiado lejos en el tiempo como para sentir la inmediatez de las consecuencias. Si las consecuencias fueran inmediatas, sería mucho más improbable que retrasara las tareas importantes –es algo parecido a lo que sucede con muchos fumadores: aunque son conscientes de que fumar deteriora su salud, no dejan de fumar porque no ven las consecuencias inmediatas–.
Por eso creo que hacernos conscientes del coste de oportunidad, mediante todas las técnicas que podamos, puede ayudarnos a “sentir” de manera más cercana y real las consecuencias de lo que no hacemos, y evitar que caigamos en la trampa de la procrastinación con tanta frecuencia.
Y tú, ¿tienes siempre en cuenta el coste de oportunidad cuando procrastinas? Cuéntanos tu experiencia en un comentario.
Artículo original escrito por Jero Sánchez. Sígueme en Twitter.
Foto por Dominique Sanchez (via Flickr)