La Casa Blanca acaba de anunciar que desclasificará documentos sobre la Guerra Sucia en Argentina. Podemos esperar algo…”.
Integrantes de la junta-marioneta que tomó las riendas de nuestra Argentina, hoy, hace cuarenta años.
Con el tweet que escribió el viernes pasado a raíz de la entonces primicia del New York Times, Joshua Oppenheimer volvió a sugerir que nuestro país es una suerte de faro para otras sociedades desgarradas por el terrorismo de Estado. Los sujetos tácitos de ese ‘podemos esperar’ son las personas que, como el joven realizador texano, reclaman memoria, verdad, justicia en nombre de los indonesios que un gobierno títere de los Estados Unidos masacró a mediados de los años sesenta, una década antes del golpe militar que nos asestaron en 1976 y que justo hoy conmemoramos.
El tweet de Oppenheimer retrotrae al primer largometraje que este hijo de indonesios filmó en 2012 en tierra paterna. El acto de matar ofrece un retrato actual de los ejecutores de la purga anticomunista que Suharto ordenó en 1965, y que en menos de un año dejó un saldo aproximado de 500 mil muertos. Cuesta recordar otro documental donde intervengan verdugos tan dispuestos a describir -incluso a recrear- ante cámara los crímenes que cometieron.
Werner Herzog coprodujo el largometraje de Oppenheimer.
Aquí los genocidas declaran sin tapujos. No se inhiben porque el realizador los engañó (les prometió un tributo cinematográfico), pero sobre todo porque los gobiernos posteriores al régimen del apodado Dady Dushi les garantizaron absoluta impunidad.
Oppenheimer le presta especial atención a Anwar Congo, quizás porque se trata del entrevistado menos aferrado a una pose y a un discurso únicos. Algunos espectadores compartimos ese interés porque sospechamos que, tarde o temprano, este asesino de masas terminará distinguiéndose de sus pares.
The act of killing desembarcó en la Ciudad de Buenos Aires en 2013, de la mano de los programadores del BAFICI en abril y del Festival Internacional de Cine y Derechos Humanos (o DerHumALC) en agosto. Me impactó tanto como The look of silence, segundo documental que Joshua les dedicó a las secuelas de la misma masacre.
Además de desasnarme respecto de la Historia reciente de Indonesia, ambas películas renovaron los argumentos con los que sostengo mi adhesión y gratitud a la lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia en nuestro país: desde los primeros pasos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo hasta las políticas de Estado que los ex Presidentes Raúl Alfonsín, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner impulsaron en nombre del Nunca más.
En El acto de matar, Congo repudia la “moda” (¿habría dicho curro si conociera nuestro lunfardo?) de los Derechos Humanos. El crítico Luciano Monteagudo transcribió aquí parte de su parlamento: “Mire lo que pasa en la Argentina: allí unos militares dieron un golpe de Estado y ahora están siendo juzgados. Eso no está bien”.
Congo, el entrevistado principal.
Yo recuerdo una reflexión parecida, pero menos indignada que temerosa. Algo así como “Que no vaya a pasarnos como a los militares argentinos que están siendo juzgados por su desempeño contra el comunismo”.
Hoy la relectura del tweet de Oppenheimer me traslada al momento exacto en que el repudio de Congo me provocó primero sorpresa, luego orgullo de tipo nacional. Hasta entonces, nunca nos había imaginado el cuco de verdugos extranjeros, menos de aquéllos que envejecen tranquilos en países remotos mientras gozan de una interminable protección estatal.