En una sociedad signada por la proliferación de producciones escritas y audiovisuales en primera persona, parece aumentar la envergadura del desafío que enfrenta toda obra con fuerte impronta autobiográfica: despertar el interés -con suerte la sensibilidad- del público sin relación afectiva con el autor. También da la sensación de que ese creciente fenómeno cultural influye notablemente en el juicio de algunos espectadores/lectores: para bien en aquéllos fanáticos del género (en parte porque les ofrece algún eco de su historia personal o familiar); para mal en aquéllos cansados de una tendencia azuzada -y en general malograda- por las redes sociales.
Vale esta introducción para advertir que Alek de Alejandro Chomski gustará o no según la relación que cada espectador mantenga en líneas generales con el documental autorreferencial. Seguro disfrutarán del film de cuarenta minutos aquéllos interesados en toda invitación a repasar la historia de nuestros antepasados europeos (aquí, a partir del relato de inmigrantes judíos provenientes de Europa del Este y afiliados al Partido Comunista) y aquéllos identificados con el amor y la admiración que el realizador argentino expresa por su abuelo materno.
Estos espectadores valorarán la oportunidad de ver fotos familiares de antaño, escuchar relatos de juventud, textos recitados o leídos en idish y en polaco. También podrán asomarse a fragmentos de la filmación casera del viaje que abuelo y nieto hicieron juntos a Moscú en 1994. Sin dudas, Alek ofrece un material de archivo atractivo.