La larga noche de Francisco Sanctis desembarcará el jueves próximo en salas de Buenos Aires, La Plata, Rosario, Córdoba, luego de haber circulado por -y cosechado premios en- festivales nacionales y extranjeros (el jurado del segundo Festival Internacional de Cine de las Tres Fronteras le acordó el más reciente al actor protagónico Diego Velázquez). La expectativa es grande por otros dos motivos, además de la curiosidad que despierta el reconocimiento obtenido en instancias previas al estreno comercial: el origen literario del largometraje y la promesa de un abordaje distinto al terrorismo de Estado que los argentinos padecimos entre marzo de 1976 y diciembre de 1983.
La larga noche mencionada en el título de la película transcurre en la Buenos Aires de 1977 y empieza cuando el protagonista, padre de familia y oficinista sin compromiso político, se encuentra después del trabajo con una ex compañera de facultad que perdió de vista hace años. Apenas iniciada la cita, ella le pide que memorice el nombre y domicilio de dos desconocidos que la dictadura chupará en cuestión de horas. De él depende que estos compatriotas puedan escapar a tiempo.
Ésta es una adaptación libre de la novela homónima que el ya fallecido Humberto Costantini publicó en 1984, apenas recuperada nuestra democracia. A juzgar por la envergadura del circuito que recorrió el film de Francisco Márquez y Andrea Testa, el dilema de Sanctis (arriesgar el propio pellejo para salvar a dos desconocidos, o preservarlo a costa de un gran cargo de conciencia) se mantiene tan vigente como treinta y dos años atrás.
En otras palabras, la disyuntiva política entre acción e inacción sigue haciendo mella en el mundo contemporáneo. Sería interesante saber si el público de aquí y de allá la reconocen en su propio contexto: los espectadores argentinos y latinoamericanos en el marco del resurgimiento del neoliberalismo salvaje; los espectadores europeos y estadounidenses en el marco del avance de la derecha xenófoba.
Márquez y Testa a partir de un guión austero y Vázquez a partir de una actuación igual de sobria transmiten primero las dudas, luego la desesperación del protagonista en pleno derrotero. La recreación de una Buenos Aires oscura, aplastante, siniestra (en este punto corresponde elogiar la labor del director de fotografía Federico Lastra y de la directora de arte Julieta Dolinsky) basta para describir sin golpes bajos la sensación de opresión que los Estados terroristas provocan aún en los ciudadanos que parecen indiferentes o ajenos a la realidad.