Revista Pareja

El ego: ¿aliado o enemigo?

Por Cristina Lago @CrisMalago

anakin

Nos atrapa, nos obsesiona, nos postra a los pies del deseo insatisfecho, nos hace gigantes y después, nos hace sentir miserablemente pequeños. Si no puedes vencerlo, ¡únete a él!.

Muchas personas me preguntan ¿cómo elimino mi ego?. Puede ser que un ser excepcionalmente consciente que se enfoque con decisión a recorrer el sendero de la vida espiritual y que permanezca al margen de nuestra aceleradísima sociedad, consiga lograr tal hazaña y se eleve como el águila por encima de las vulgares pulsiones mundanas. Cada vez que me plantean esta cuestión, sonrío, y me viene un viejo recuerdo. Pero hablaré de ello un poco más tarde.

¿Cuál es el mayor varapalo que puede sufrir el ego? Como muchos de vosotros habéis vivido o estáis viviendo ahora mismo, es la pérdida de algo que cree necesitar para sobrevivir. En el desamor, paradójicamente lo que más nos duele es pensar en la persona amada siendo feliz sin nosotros. Si amamos ¿por qué desearíamos su desgracia? Sin el ego, el corazón sufre y se entristece por una pérdida, pero no se destroza, ni se tortura por no haber sido lo suficiente, ni trata de aferrarse al otro buscando las más peregrinas excusas para soslayar un no te quiero más resonante que un campanario de iglesia de pueblo.

Como decía Elisabeth Kübler-Ross, nuestras casas, coches, empleos y dinero, nuestra juventud e incluso seres queridos solo los tenemos en préstamo. Esta es una verdad innegociable. Si se asume la realidad de las pérdidas, el ego empieza a quedarse sin alimento. Aun así, seguirá clamando para que nos aferremos a una propiedad, a una persona, a una relación, o a un estatus social en cuyo refugio podamos seguir sosteniendo una vaga idea de identidad propia.

En caso de no poseer nada de esto, comparamos y envidiamos. Si Juan tiene un gran puesto de trabajo, o Luisa presume de hijos perfectos, o Silvia tiene una pareja maravillosa, o Carlos se dedica a viajar por el mundo, nuestro ego encuentra un jugoso material de primera para justificar nuestra infelicidad al lado de los logros de los demás. Tú deberías tener esto…y no lo tienes. Éste es el mensaje. Como no existe ningún modo de vida elegido que no suponga una serie de ventajas y otra serie de renuncias, es virtualmente imposible encontrar nada que colme absolutamente todas las necesidades de un hambre tan infinita como la del ego.

No nos damos cuenta entonces que lo que nos falta no es el curro ideal, los viajes alrededor del mundo, ni los hijos impecables, lo que nos falta es tener el esfuerzo, las ganas y el empeño de ir a por lo que queremos, que no tiene que ser ni lo de Juan, ni lo de Carlos, ni lo de Luisa, ni lo de Silvia, sino lo de nosotros mismos. Que a veces es algo mucho más fácil y accesible de lo que creemos.

Conozco a personas que necesitan tener muchas cosas para sentir que existen. Otras personas simplemente se sienten así por el mero hecho de estar en este mundo y ser quienes son. En algún tramo intermedio, estamos los demás, que ni somos Donald Trump, ni Simón el Estilita. Nosotros anhelamos tanto ser como tener y nuestra vida se balancea constantemente en el equilibrio entre ambos.

El ego es enemigo, pero también amigo, y deja tantos regalos como los arrebata. Y en el fondo de esta caja de Pandora, finalmente no queda ni la esperanza, pero sin embargo, emergen el asombro y la humildad.

Uno no lo pierde todo cuando lo pierde, sino cuando cuando lo da por perdido y entonces, es cuando también se marchan los deseos, las ambiciones, las cosas sin las cuales pensábamos que nunca podríamos vivir y nos quedamos vegetando en una nada de consciencia pura donde no quedamos más que nosotros con nuestros mil deformantes espejos.

Pero el ego sigue ahí.

Y es entonces cuando toca hablaros del viejo recuerdo.

Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy lejana, yo vivía en un colegio mayor mixto para hijos de militares, en el que estaba terminantemente prohibido alternar con los miembros del sexo opuesto fuera de las zonas comunes.

El director de aquel lugar, era un viejo oficial de marina, un señor pequeño y airado, de blancos bigotes, que parecía caminar en una nube de desaprobación permanente. Fue este caballero quien tuvo a bien expulsarme en dos ocasiones por infligir las normas de segregación por géneros y en la última de ellas, señalándome con un dedo admonitorio, me asestó la siguiente profecía:

Usted acabará muy mal.

Tiempo después, me tocó internarme en mi particular negra noche del alma, un etapa apática, depresiva y oscura en la que dejé de saber quién era – si es que alguna vez lo hubiera sabido- qué buscaba o para qué diablos estaba yo en este mundo.

Me hablaban de ser feliz y yo ya me conformaba con levantarme por la mañana y respirar sin sentir angustia. Cuando uno chapalea entre las aguas estancadas de la desesperanza, no está para ser exigente.

Pero entonces, sucedió un milagro. Las misteriosas corrientes de mis neuronas se zambulleron en la piscina del inconsciente buscando una frase del pasado. Un hombre mayor, un marino retirado, de ojos suspicaces y mullidos bigotes blancos. Su dedo amenazante apareció de nuevo frente a mí.

Usted acabará muy mal.

Estas palabras me dieron, en aquellos momentos tan bajos, algo que no encontré ni en los apoyos, ni en los cariños, ni en los ánimos de las estupendas personas que me los brindaron. Me otorgó las ganas de levantarme, sólo para darle en las narices a aquel viejo diablo.

Como podéis ver, los caminos del ego son inescrutables :)

No despreciés vuestros recursos: incluso de los que a simple vista, son la fuente de vuestros mayores sufrimientos, puede nacer el empuje más inesperado. El pensamiento positivo, la alegría y la motivación, son herramientas maravillosas, pero hay ocasiones en las que ciertas tareas se resuelven mejor echando mano de fuerzas más oscuras. Eso sí: úsense con moderación.


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