En julio del 2002, Faruk Hosni ministro de cultura, prohibió toda colaboración científica con instituciones que negaran devolver los objetos sustraídos a Egipto. Y es que el país de los faraones ha sufrido, al igual que otros muchos pueblos del mismo Mediterráneo, un expolio sin precedentes por colonizadores extranjeros; y a menudo, en la actualidad, por la incontrolabilidad de la Revolución Egipcia..
Franceses y británicos tienen mucho que ver en el despiece progresivo, pero continuado de los elementos patrimoniales de un país, Egipto, que no tiene precisamente escasez de ellos. Sin embargo, no es extraño tampoco que algo como lo que le sucedió a Egipto sucediera, de hecho, desde la antigüedad: el expolio cultural de los territorios conquistados fue visto como algo absolutamente normal. Los grandes imperios con personajes como Napoleón, Hitler o Alejandro Magno lo hicieron; era normal " ocupar un país y arrasar con sus bienes culturales y que lo obtenido por la fuerza de las armas era algo conseguido noblemente". Por tanto, lo que le ocurrió a Egipto asombra e indigna a los ojos de hoy, pero es también claro que para la época no suponía ningún debate de legitimidad. Máxime porque las campañas de Napoleón en Egipto, y sus consiguientes expolios de cultura egipcia, se circunscriben a un periodo de gusto por la arqueología, y al coleccionismo cada vez más incipiente. No hay que olvidar, además, el hecho de que será en esta época, a finales del siglo XVIII, cuando se da un gran impulso a las galerías y museos de arte, que necesariamente había que llenar. De esta forma, hoy el Louvre contiene una gran cantidad de arte egipcio, pero lo mismo cabría decir del British Museum, o el Nues Museum de Berlín, en el cual se hospeda la esfinge de Nefertiti que ha causado no pocos conflictos entre Egipto y Alemania.
En cualquier caso, la campaña de Napoleón supuso un claro desfalco de los bienes patrimoniales del país egipcio, y dio comienzo en 1798 al calor de la iniciativa del Directorio y de su ministro de exteriores Talleyrand. La campaña duró hasta 1800, y en ella se pondrá en marcha un fenómeno de saqueo que abrirá la vía para posteriores formulas de expolio galo, como fue el caso de España. De hecho la vía abierta en el país del Nilo, consistente en la conquista militar y el expolio sistemático, se seguirá en otros países de Europa.
La campaña nacía, como se ha dicho, de la iniciativa del Directorio -surgido éste en 1795- como una oportunidad para contrarrestar el peso de las colonias Indias de Gran Bretaña, y entró de lleno en un ambiente de imaginería por el exotismo que la antigua civilización despertaba. Aquella campaña tenía además un gran interés en los aspectos científicos- lo cual no deja de ser una excusa argüida por el propio Napoleón para invadir el territorio egipcio-, tanto es así que se desplazaron un total de 171 investigadores, los llamados savants, los cuales hicieron una labor encomiable de catalogación. Representarán edificios, inventariarán la fauna y la flora del país, describirán las obras y los ordenes estilísticos de los antiguos monumentos y palacios, etc. Tal era la calidad de los documentos, que los británicos quisieron apoderarse de éstos; pero finalmente acabaron llegando a Francia y fueron publicados bajo el nombre de Description de l ́Égypte.
Si bien este hecho de importante relevancia hay que destacarlo, no es menos cierto que la labor de los científicos se inmiscuía en una tarea que tuvo mucho que ver con el desprecio profesado por parte de Francia al país egipcio, y lo mismo se podría decir de británicos o árabes. Así, se robaron sistemáticamente bienes culturales al país, en una tradición que se remontaba a 1070 a.C., y que continuó durante la Edad Media, en donde los propios materiales de los monumentos fueron considerados para la creación de nuevas edificaciones. Las pieles de las momias eran, incluso, utilizadas en su desgaje como elementos de curación. Como se ve, el respeto no es que fuera mínimo, simplemente era nulo; no se concebía.
La Rosetta como ejemplo
El caso francés supone un buen ejemplo para acercarnos a la realidad del expolio material, que no fue ajeno, ni mucho menos, a británicos. Y el ejemplo de la Piedra Rosetta, expoliada del país, ofrece un buen relato del desprecio profesado por la posesión legítima de los bienes culturales:
La Piedra Roseta tuvo un recorrido que comenzó en las manos francesas y acabó como trofeo de guerra del entonces Museo Británico debido a la victoria de los ejércitos de Nelson. Cabe decir que aquella ofensa parece ridícula con el affare de Fachoda, pero en cualquier caso, tiene su interés en el hecho de que todo ello se hizo sin el más mínimo decoro con un país, Egipto, cuyas gentes ni tan siquiera se autogobernaban, y en un contexto de lucha encarnizada entre dos imperios. Es decir, se peleó por un trofeo de guerra que ni tan siquiera era de franceses o británicos. A éste respecto recoge una cita de Ahdaf Soueif, escritora egipcia que refleja a la perfección lo que se quiere decir:
".. Esta piedra me hace pensar en cúan a menudo Egipto ha sido el escenario de las batallas de otros pueblos. Este es uno de los primeros objetos a través de los cuales se puede seguir la pista de los intereses coloniales occidentales en Egipto. Los franceses y los ingleses se pelearon por ella; nadie parece haber considerado que no les pertenecía a ninguno de ellos..."
Esto describe a la perfección la espalda dada al territorio y a las gentes de Egipto. Bien es cierto, sin embargo, que a pesar de que este caso hoy nos pueda resultar inconcebible- no ya solo por el trofeo de guerra, sino por la propia colonización en sí misma- se debe tener en cuenta que su normalidad no era algo que proviniera en exclusividad de la legitimidad de la guerra a la que se hacía referencia, pues hay que tener presente además, la época y el contexto del mismo Egipto. Sobre todo porque la incipiente e imparable valorización del monumento histórico que arrastraba un lastre claramente ilustrado era ajena a las gentes que vivían en Egipto; luego se daba pie a una falta de valorización entre los autóctonos que ha resultado, a la larga, nefasta para los herederos contemporáneos del país. A este respecto, Soueif también advierte de un aspecto fundamental, que no es otro que el hecho de que fuera Nasser el primer gobernante egipcio en dos mil años.
La piedra en cuestión, adquirida cerca de la ciudad de Rosetta, se descubrió en 1799 y fue considerada un hallazgo de gran importancia por el soldado y el capitán que dieron con ella. Rápidamente, la piedra fue puesta a disposición del comité de expertos del Instituto de Egipto, los cuales, como se ha dicho, realizaron una labor de gran valor en el sentido de recuperación del gusto por el arte egipcio de la antigüedad. Es más, reconocer dicha labor parece de justicia, pues es cierto que tuvieron un gran papel en el impulso por la egiptología que se desarrollará sin precedentes a partir de entonces. De hecho, lo más relevante que cabría destacarse de la campaña napoleónica en el país se debe precisamente al enorme esfuerzo científico en el terreno; así, paradójicamente, fue el despiece y el interés de los extraños del lugar el punto central sobre el que se llegará a la valorización real y verdadera de los monumentos del país- escavándose nuevos yacimientos o simplemente apreciándolos-, que se prolongará en el tiempo y en la que, hasta épocas muy recientes, se ha excluido a los propios egipcios.
Por otra parte, el gusto por lo exótico y los relatos por las campañas napoleónicas llevaron consigo una valorización tal de los elementos artísticos que el país durante el siglo XIX fue despedazado literalmente. El impulso por la creación museística impuso una iniciativa que no fue en absoluto ralentizada por las autoridades egipcias- entonces comandadas por Mehmet Alí-, consistente en una sistematización de eliminación de los elementos culturales que acabarán en dichos museos o en las estanterías de un ardiente coleccionista privado- casos como el del caído Ozymandias o Nefertiti-. Saqueadores a título privado, como Giovanni Belzoni que en palabras de Waxman era un "Arqueólogo y saqueador. Era un descubridor intrépido y un coleccionista codicioso...", serán sin ninguna duda los triunfantes de esta época de eliminación contextual de la cultura egipcia, con permiso, eso sí, de diplomáticos de los tres imperios más importantes: Gran Bretaña, Francia, y Alemania- imperio constituido como tal en 1871- ávidos también de nuevas colecciones.
El arte como botín de guerra
El caso egipcio refleja muy bien un caso de sistemático saqueo de una nación por parte de unas potencias extranjeras. Ya que esencialmente, y a pesar de que hayamos hablado sobre todo de Napoleón y sus "hazañas", el país fue objeto de todo tipo de robos a un nivel muy generalizado. Es evidente, por otra parte, que no es el único caso de saqueo a un país, ni mucho menos. El arte y su saqueo han sido prácticamente consustanciales a la lógica de la invasión y la dominación política desde tiempos antiguos y se circunscribe a una lógica de nula distinción entre objetos militares y civiles en donde todos los bienes del enemigo quedaban por norma en manos del vencedor. En tiempos recientes, empero, ha puesto en evidencia a Occidente, para cuya mayor vergüenza de abanderado de la colonización, expone con aplomo y dignidad en las salas de sus admirables museos los objetos de aquellos siglos de perpetuo avasallamiento y de pormenorización de unas culturas- y a sus pueblos- que paradójicamente parecía que solo ellos eran capaces de estudiar con suficiente admiración. No hará falta recordar como Lord Elgin literalmente sustrajo los bellos conjuntos de la Acrópolis de Atenas y como hoy son el orgullo del Museo Británico. Igualmente, se podría denominar expolio cultural al realizado por el Imperio Español en su colonización de América y del que el Museo Americano, del cual existen propuestas de creación desde el 1572, da buena cuenta de ello. En cualquier caso, aquel siglo XIX marcado por la lógica de expansionismo imperialista abrió la veda a un gusto por la arqueología que será imparable a partir de entonces entre los estados europeos y el interés por las grandes civilizaciones de la antigüedad. Luego, por paradojas de los bandazos históricos, son aquellos momentos de saqueo los que han confabulado la red de conciencia por los elementos culturales del país de origen, y de su necesidad de conservación. Por otra parte, y como apuntan Ballart y Tresserras, este hecho no es solo limitado a los países colonizados, pues bien es cierto que el paso de los imperios napoleónicos por Europa incentivó un auge nacionalista y la valorización de los objetos artísticos como memoria de la nación hasta entonces durmiente. Aquel momento de ímpetu por los objetos se circunscribe en el ámbito europeo a una creación museística que veneraba el museo como un ente donde los objetos eran la prueba material de la historia de un territorio. En épocas recientes, y más aun desde el espíritu revolucionario de las llamadas "primaveras árabes", los egipcios se han mostrado muy concienciados en todo lo referente a su patrimonio y a su conservación como "parte de su pasado y generador de su identidad colectiva". Es, pues, obvio que su defensa no solo es ya de puertas afuera, reclamando objetos sustraídos, sino de puertas adentro. La fuerza revolucionaria que derrotó a Mubarak se ha desbocado hasta el punto de poner en serio riesgo los monumentos que estaban expuestos en el lugar. Monumentos que, por otra parte, constituyen un foco de atracción perdurable aún hoy en las conciencias de los occidentales, y que vertebran buena parte de la economía egipcia.
Sin embargo, se debe advertir que un claro ejemplo de esta práctica de expolio masivo lo tenemos que situar en la más reciente Segunda Guerra Mundial. Los nazis llegaron a sustraer más de 100.000 cuadros solo de las galerías francesas, en un claro desprecio por la legalidad vigente con respecto al arte y a la guerra. Así, no solo se debe advertir del saqueo de arte en el siglo XIX. Es evidente que una de las más recientes manifestaciones de sustracción del arte por motivo de conflicto armado y dominación corresponde al periodo de dominación del III Reich. Este aspecto es significativo y se trae a colación por la fundamental pérdida que supuso la guerra, no solo en materia de vidas- aspectos lamentable de primera magnitud- sino en el aspecto de pérdida de memoria cultural de muchos países conquistados por el salvajismo nazi y que, a decir verdad, constituyen una auténtica violación del respeto por la memoria de lo que los pueblos consideran parte de su historia. Porque la construcción de una paz duradera requiere la recuperación y preservación de lo que cada grupo humano considera su patrimonio cultural, para reconstruir sus comunidades y especialmente, su cultura.
La legislación en torno al arte y a su especial cuidado en tiempos de guerra escapó a la incautación de los elementos de Egipto unos cien años, pues la primera legislación efectiva en torno al arte corresponde a 1899. Posteriormente en 1907 se ratificará un nuevo convenio de la Haya y más recientemente se crearán dos nuevas convenciones dispuestas a poner orden. La "Convención para la protección de bienes culturales en caso de conflicto armado" (1954), de la que surgió un Protocolo que prohibía la exportación de los bienes; y un protocolo adicional a las convenciones de Ginebra de 1949 (en 1977). Además se añadirá a la Convención del 54 un segundo protocolo que añade multas penales en casos de violaciones de patrimonio.
En definitiva, se puede decir que la envalentonada franco-británica y más generalmente Occidental en referencia a los bienes patrimoniales ha hecho un profundo daño a la preservación y construcción de los pueblos avasallados por éstos en el siglo XIX. No es menos cierto, empero, que esa llamada de atención generalizada hizo posible que las desgracias acontecidas se superaran y se restituyeran -aún hoy- muchos monumentos y objetos en sus lugares de origen, gracias a la legislación y al proceso por ambas partes de una conciencia de tolerancia y respeto de igual a igual. El caso del obelisco de Aksum, devuelto por Italia en 2005, ofrece un buen ejemplo que todavía franceses, británicos y alemanes parecen querer obviar.
Litigios históricos
El Museo Británico, herencia en buena parte del colonialismo, ha decidido por fin enfrentarse a su historia. Para realizar el ejercicio de revisionismo, ha contratado a una comisaria responsable de analizar su colección y estudiar los orígenes de todos aquellos objetos polémicos, reclamados por otros países o vinculados a prácticas como la esclavitud.
La tarea de Isabel MacDonald es titánica, porque en sus 267 años de existencia el British ha acumulado más de ocho millones de piezas, la inmensa mayoría de las cuales ni siquiera están a la vista del público en las salas del museo, sino que acumulan polvo en galerías subterráneas que parecen un laberinto. El museo fue criticado como "algo mucho peor que los nazis" durante un debate en la Universidad de Cambridge sobre el legado de Churchill, en cuyo transcurso se calificó al ex primer ministro de "supremacista blanco".
Entre las joyas que le reclaman figuran la piedra Rosetta, los Mármoles del Partenón, que Grecia pide desde el siglo XIX, y objetos de arte adquiridos durante las intervenciones militares en África (Ghana, Benín, Nigeria, Etiopía, Maqdala, el reino Asante...). También existen dudas sobre la legitimidad de que la institución sea la dueña de tesoros imperiales chinos capturados en Pekín en 1860, de una gran escultura Moai de la Isla de Pascua, y de otros arrebatados a las poblaciones indígenas de Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda durante la época de la expansión colonial.
¿Qué pasará con los grandes museos europeos si comienzan a devolver el arte saqueado en el pasado? Las reclamaciones no dejan de crecer en los últimos años y cada país se enfrenta de una manera diferente al espinoso asunto. Porque no es lo mismo el robo o el tráfico de arte que el saqueo colonial o las compras dudosas realizadas a lo largo de los siglos. El Senado francés abrió a finales de año la caja de Pandora con la restitución de 27 piezas a Benín y Senegal. Es parte del compromiso de Macron de restituir, de forma "temporal o permanente", el patrimonio africano que permanece en el país. Pero lo cierto es que solo en el museo del Quai Branly-Jacques Chirac alberga 70.000 objetos del África Subsahariana. De momento, ya han levantado la mano Etiopía, que reclama la restitución de 3.081 objetos y el Chad, que ha presentado una lista de 10.000.
Holanda es otro de los países en dar un primer paso hacia la devolución del arte procedente de sus antiguas colonias. Anuncia una relación de 450.000 piezas que aún no ha dado a conocer, pero entre las que según desvelaba recientemente la Fundación Boekman figuran un diamante de 70 quilates que perteneció al sultán de Banjarmasin, una calabaza de plata de Curazao y el banjo de siglo XVIII obra de un africano esclavizado en Surinam.
¿Y España?
Silencio ante el tesoro Quimbaya: pese a ser una de las antiguas potencias europeas con menos arte procedente del expolio, España tampoco está libre de reclamaciones. Desde el 2017, Colombia solicita la restitución del tesoro Quimbaya, un grupo de 122 objetos precolombinos expuestos en el Museo de América de Madrid. Las piezas de oro de la cultura quimbaya fueron un regalo del entonces presidente Carlos Holguín a la reina María Cristina en 1893, pero la Corte Constitucional del país sudamericano argumenta que se trata de un obsequio ilegal ya que el tesoro se compró con dinero del Estado y fue regalado a España sin pedir permiso al Congreso.
Una de las colecciones más importantes de arte colonial que existen en España se encuentra en el Museo Etnològic i de Cultures del Món, que atesora 72.000 piezas. De momento no consta ninguna reclamación. Y tampoco se la espera. "A diferencia del origen de las colecciones de otros museos, las obras no son fruto de la rapiña sino que fueron adquiridas legalmente en diferentes partes del mundo mediante campañas y expediciones lideradas por August Panyella a partir de los años. En sus fondos, también figuran piezas más problemáticas reunidas por prohombres catalanes en las antiguas colonias, Guinea, Ecuador y Perú, o procedentes de la Exposición General de Filipinas, celebrada en 1887 en Madrid, donde incluso había un zoo humano.
Oriol Pascual, responsable de programas públicos dice: ".. Es un tema complejo porque aunque compradas legalmente y perfectamente documentadas, no son transacciones igualitarias sino que se hacen en unas condiciones de superioridad: como si fueran baratijas que luego ponemos en el interior de unas vitrinas y les damos categoría de arte. Estetipo de colecciones estaban basadas en el concepto de lo exótico, aquello que servía para reforzar nuestra posición ideológica en el mundo y nuestra superioridad como europeos, mostrando lo diferentes que eran los otros". Hoy, en cambio, "deberían servirnos para revisar nuestro pasado y para armarnos de argumentos para descolonizar nuestras mentes"..
Entre las piezas que alberga el museo barcelonés figura uno de los delicados bronces de Benín (existen más de 1.000, de los que solo 50 permanecen en su lugar de origen) por los que Nigeria viene batallando desde los años sesenta del siglo pasado.
Alemania, oídos sordos
En Alemania, la cuestión del arte africano expoliado, robado o traído con feas maniobras permanece en sordina. Las autoridades acostumbran a escudarse en que se hará todo lo posible para colaborar con los países de origen de modo que las piezas se expongan desde una perspectiva no europea. En diciembre se inauguró en Berlín el Humboldt Forum, un gran centro cultural en el antiguo palacio real de Berlín -reconstruido para este fin-, que albergará fondos del Museo Etnológico y del Museo de Arte Asiático, hasta ahora ubicados en instalaciones cerradas alejadas del centro. Son más de 20.000 obras de arte y otras piezas de África, Sudamérica, Asia y Oceanía, bastantes de ellas procedentes de antiguas colonias alemanas.
Un caso polémico es el de los llamados bronces de Benín, expoliados a finales del siglo XIX por los colonizadores británicos en una expedición que destruyó y saqueó ese antiguo reino. Acabaron en otros países, entre ellos Alemania. Nigeria ha solicitado su retorno, pero sin éxito. Para aplacar el malestar, la ministra de Cultura, Monika Grütters, prometió que el Humboldt Forum será "un modelo y una referencia" en la reflexión sobre el colonialismo.
Otro caso famoso es el del precioso busto de Nefertiti que se halla en el Neues Museum de Berlín. La efigie fue traída a Berlín en 1913 por el egiptólogo alemán Ludwig Borchardt. Documentos e investigaciones sobre los modos expeditivos de Borchardt sugieren que empleó subterfugios para despistar al funcionario encargado de repartir las piezas. Egipto reclama su devolución hace años, sin éxito, pues la Fundación Patrimonio Cultural Prusiano (SPK), propietaria del busto, insiste en que la documentación avala la propiedad...
Fuentes: La Vanguardia // La Espiral