Revista Cine

El hijo

Publicado el 07 junio 2019 por Pablito

Hay dos requisitos imprescindibles para disfrutar de una película como El hijo (David Yarovesky, 2019): ser un incondicional del cine de terror -aunque la película no se adscriba 100% a este género- y, sobre todo, enfrentarse a ella sin ningún tipo de prejuicio. Si reunimos estas dos premisas es muy probable que lo pasemos pipa con una película tan sumamente entretenida como esta, un extraño y original híbrido entre el cine de superhéroes y el cine de terror. En una época en la que las películas nos suelen dar gato por liebre, esto es, prometernos una cosa y luego darnos otra muy distinta, se agradece una barbaridad que una producción ofrezca exactamente lo que promete. La honestidad, esa cualidad tan denostada en el día a día, es un valor que aprecio muchísimo, más aún en el cine. Prefiero mil veces una película que no se avergüence de exhibir sus limitaciones pero que cumpla su cometido de forma eficaz a la típica producción pomposa y llena de artificios pero que, en el fondo, aburre. A El hijo se le podrán reprochar muchas cosas, pero que aburre desde luego no es una de ellas. 

El hijo

La historia gira en torno a unos padres con problemas de concepción que acogen a un niño que aterriza desde otra galaxia en un bosque cerca de su casa. Lo que durante muchos años parece una buena idea, todo cambia cuando el pequeño llega a la pubertad. Será entonces cuando el mal primigenio que se ha ido desarrollando en el interior del pequeño estalle por todo lo alto. A pesar de que la premisa no es muy original -más allá de sus semejanzas absolutamente premeditadas con Superman (Richard Donner, 1978)-, lo cierto es que la película se las ingenia para que el espectador no despegue nunca los ojos de la pantalla. Buena culpa de ello la tiene la constante e implacable progresión dramática del relato -el proceso por el cual los padres pasan de negar que su hijo sea un monstruo a no tener más remedio que asumir la evidencia está muy bien trazado- y lo bien distribuidas que están el conjunto de muertes que se producen a lo largo de sus extraordinariamente bien aprovechados 90 minutos. Si de algo puede presumir El Hijo es de sus malabarismos para que el público no baje la guardia en ningún momento, y así queda constancia desde el minuto uno del film. La película no tarda ni 60 segundos en ofrecer su primer e inquietante sobresalto, en una clara advertencia de que el director no va a perder el tiempo en tonterías, en divagaciones absurdas, y va a ir directo al grano.

Era imprescindible para un trabajo de estas características, en el que el protagonista juvenil tiene un peso fundamental, elegir a un niño que supiera condensar todo el ambiente malsano de la película en su misma mirada. Y objetivo conseguido: el pequeño Jackson A. Dunn encarna con la maestría de un veterano a su inquietante rol, capaz de despertar ternura cuando tiene que hacerlo –bullying, incomprensión-, pero también con la capacidad de que el espectador lo odie por todo el mal que genera. El aura perversa que despierta su personaje es el motor de una película cuya mayor grandeza en su sencillez. A pesar de no contar con un gran presupuesto -evidente en las escenas de efectos especiales, especialmente en las que el protagonista vuela- y de ciertas limitaciones en su trabajo de diseño de producción y montaje, El hijo nos termina ganando porque es una película auténtica. Y porque si situamos en un lado de la balanza sus deficiencias y, en el otro, su brutalidad explícita, su capacidad de mantener el suspense durante hora y media -pese a su previsibilidad- y la reconfortante sensación de que no hay un minuto en el que no pase algo importante, la balanza se terminaría inclinando por este último lado. 

El hijo

El segundo largometraje de Yarovesky, cuya idea es fruto de la mente de James Gunn -director y guionista de la saga Guardianes de la Galaxia-, a su vez productor del film, evidencia que los superhéroes no son un territorio exclusivo de DC o Marvel y que éstos no necesariamente tienen que venir para hacer el bien, razón por la cual algunos analistas apuntan a que esta película ha podido dar lugar a un nuevo género -su final abierto apunta a secuela o, quién sabe, a una saga-. Cierto que tenía potencial para mucho más y que su final es algo precipitado y convencional, pero es tan pérfidamente divertida, exuda tan buenas ideas y despliega tal sucesión de escenas gore -la del ojo, magistralmente rodada, se lleva la palma-, que al final uno cae rendido a sus encantos. Aunque se nos quiten las ganas de tener hijos de por vida. 


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