
Y así caminé durante muchos años y ví que nada sucedía, que si yo intervenía o no, poco le importaba al universo, entonces me convertí en el ser más pasivo que jamás existiera sobre la faz de la tierra, un simple objeto decorativo que consume y gasta lo que cree que le corresponde, pero que no se pregunta si una parte de eso que ha tomado le correspondía a otros; un ser dedicado a la contemplación de las cosas de su entorno, que jamás llega a intervenir porque los miedos le superan y porque no encuentra más felicidad en esta vida que la de dar satisfacción a sus instintos primarios, sin atreverse a buscar algo más importante o trascendental; en definitiva, un ser conforme. Un hombre que no sabe si es fruto de la evolución o de la creación, pero que necesita un dios para subsistir; un dios que le proporcione respuestas sencillas para los grandes interrogantes, un dios que le prometa paraisos y perdones cada vez que se equivoque; un dios que le hace temeroso y aunque no le resuelve sus problemas, le exije total sumisión y entrega. Un hombre que no posee más libertad que la que su religión le permite. Un hombre encadenado a dogmas y preceptos que superan mentes y tranquilizan conciencias. Me convertí en el hombre de este tiempo.
