Se dirigía a su trabajo como todos los días, seguía el ritual eterno de la rutina matutina. Levantarse tarde, bañarse rápido, extrañar a sus padres, la vida jamás fue más aburrida. Abordó el autobús ojalatesco que pasaba cerca de su lugar de trabajo. La bestia mecánica del transporte público tenía una cabina recubierta por cintas rojas que cubrían la oxidada existencia del aparato, estaban dispersas como curitas viejas que obstruían a la vista la desafortunada jornada de aquella cosa. Pensaba que su vida era una mierda, pero estaba seguro que había personas en situaciones peores, de esa forma se confortaba.
El viaje de una hora hasta el trabajo a veces le daba tiempo de leer algunos fragmentos de esos libros de segunda que compraba en los mercados populares, a veces miraba durante todos los 60 minutos por la ventana, veía a la gente “libre” y se preguntaba si ellos estarían haciendo con su vida lo que querían o solo eran otras víctimas más del sistema de necesidad al que se someten aquellos que no luchan ni por un sueño, ni por una meta, se preguntaba también, si el mundo estaba tan muerto como él.
Tenía una chaqueta negra, una piel blanca como la nieve, era un tipo pálido y de contextura delgada, cargaba sobre la nariz unos enormes lentes que le hacían ver aquello que no quería, era miope desde pequeño y cada vez necesitaba mayor aumento en aquellos periscopios de uso habitual.
Estaba sentado tras la silla del conductor. La muerte viajaba por todos lados, la veía en el rostro de los otros pasajeros.
Un hombre como yo no debería preocuparse por la muerte- pensaba. Y en cierto modo no sabía que tan alto grado de razón tenía, la muerte se convirtió en un aditamento más de la rutina que es vivir.
Una chicha de hermoso cabellos rubios subió al autobús, tenía otro par de lentes.
Ahora todo el mundo se está quedando ciego- pensó.
Ella no lo determino en lo más mínimo, podría decirse que en ese mundo, que en esos lentes que le estorbaban a sus ojos, él nunca fue ni una imagen, ni una sombra, la luz le fue esquiva a razón de ser un hombre vivo, ella no lo vio.
Ellas aman a los hombres muertos- pensó. Y para sus adentros elaboro un discurso complicado sobre las posibles causas del amor en un autobús.
El amor es un viaje en autobús- pensaba- un día subes porque si, y cuando bajas te das cuenta que no llegaste donde querías llegar, sino donde debías. Así vive la gente, pero yo no, nunca más. Yo debo llegar a donde quiero. –pensó.
Se levantó del puesto que estaba tras el asiento del conductor, se aferró a una que otra cinta roja de las que cubrían la dermis metálica del aparato y grito -¡Alto!- bajo luego de pagar el pasaje y miro a su alrededor.
Una semana después el hombre pintaba acuarelas mediocres, naturalezas muertas, tan muertas que parecían momias. El hombre era un misántropo, disfrutaba de su tristeza como si se tratara de una filia. Era el mayor de tres hermanos y en apariencia el mayor fracasado de todos cuantos pario su madre.
Vendía sus cuadros de colores chillones, las esculturas de formas oníricas y sus poemas a la desesperación, todo a precios irrisorios.
No le alcanzaba para comer, parecía comprometido con su lucha personal de vivir del arte o morir como artista, él era un fracasado pero amaba lo que hacía y entendió que aunque muriera, aunque no viviera hasta los 80 años en una casa pequeña y cuidando a los nietos, confortándose con un pensión miserable y viendo a sus hijos ser otros esclavos del mundo organizado, comprendió todo, el no extrañaría eso.
La vida no es para todos los hombres, algunos hombres nacen para perdurar como un paquete de frituras, otros hombres nacen para vivir y lo hacen de una forma tal que jamás nunca concebirían su existencia haciendo algo distinto, es entonces cuando debemos preguntarnos qué tipo de hombre somos o qué tipo de hombre queremos ser…