El infinito es una muñeca izquierda. Es el vuelo de una tela que envuelve a la muerte entre sus hilos mandones. Es el compás. La cadencia de una sinfonía de susurros. El dolor de la belleza. El placer infausto de saber que algo tan grande ha de morir casi sin haber nacido. El gozo melancólico de un nuevo vaivén de tela y alma que, sin tiempo de curar la llaga del anterior, vuelve a herirte el corazón con el zarpazo penetrante de la verdad más pura.
El infinito era José Tomás al natural. La enfermedad dichosa del sentimiento. Fugacidad eterna que esconde entre la arena de un reloj sin cuerda el misterio de un universo sin espacios.
Fotos: Javier Arroyo / Aplausos