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El legado de Julio César

Por Garatxa @garatxa
Ahora que acaba de ser noticia la celebración del 29 de febrero, he pensado que este es el mejor momento para comentar una de las reformas que Julio César llevó a cabo una vez que en el 46 a.C. fue nombrado dictador, y que mayor repercusión ha tenido en nuestra historia actual: la del calendario, y es que ¿sabías que nuestro actual calendario proviene de aquella época? Te lo cuento, no te preocupes.
Cuando Julio César alcanzó el poder, el primitivo calendario romano, que según cuenta la tradición había sido obra de Rómulo, constaba de diez meses regidos por el ciclo lunar lo que hacía que el total de días sumase 304, empezando en marzo y terminando en diciembre. De hecho, los últimos cuatro meses de nuestro actual calendario tienen su origen en aquél puesto que se limitaba a numerar los meses: septiembre (séptimo), octubre (octavo), noviembre (noveno) y diciembre (décimo), a excepción de los cuatro primeros que estaban dedicados a los dioses, Marte (Martius, marzo), Júpiter (Maius, mayo), Juno (Junius, junio) y abril, cuya etimología es más incierta; en los calendarios más rústicos es un mes que aparece bajo la protección de Venus pero hoy en día es más aceptada comúnmente la opinión de Cincio, Macrobio y Varrón de que el nombre proviene del vocablo latino aperire (abrir). Pues bien, como este calendario no tenía en cuenta las sucesivas estaciones climáticas, enseguida se quedó obsoleto (que diría aquél).
La tradición nos dice que fue el rey Numa Pompilio quien lo reformó añadiendo dos nuevos meses enero (Januarius) y febrero (Febriarius), con lo que llegados a este punto ya tenemos los diez meses de marras. Pero ahí no acabó la cosa porque Numa Pompilio también modificó la duración de todos los meses llegando a un total de 355 días. Como de este modo seguía sin coincidir con los 365 días solares, decidieron meter entre febrero y marzo un mes de 22 o 23 días (Mercedino), lo que conllevó un año de 366 días y cuarto, un poco por encima del año solar, lo cual suponía que el año civil establecido tuviera un mes de adelanto cada 35 años.  Con toda esta vaina, el desfase entre estaciones y meses en época de César era de tal calibre que era imprescindible hacer una reforma, que es la que ha llegado hasta nuestros días con algunas modificaciones.
El legado de Julio César
En el año 46 a.C. César encargó al matemático Sosígenes que se comiera el tarro y realizara un estudio de la concordancia necesaria entre el año civil y el solar. Vamos, que le cayó un marrón en toda regla. La primera medida que tomó el amigo Sosígenes para cuadrar el desfase de las estaciones fue intercalar en septiembre del 46 a.C. un período de 67 días. Después estableció un año de 365 días en vez de los 355 que tenía hasta ese momento. Para lograrlo, esos diez días de diferencia se repartieron entre los doces meses, con lo que dejaban de ser iguales en duración. Vaya follón ¿eh? Pues espera que aún hay más. Quedaba todavía una diferencia de poco menos de un cuarto de día entre el año civil y el solar, así que al dichoso Sosígenes se le ocurrió que lo que había que hacer era añadir un día más cada cuatro años. El resultado de todo este tinglado fue un año en el que los meses impares tenían 31 días y los pares 30, a excepción de febrero, que contaba 29 o 30 en el año en que se debía añadir el día complementario, y al que se le dio el nombre de bisiesto. ¿Te suena, verdad? :-)
¡Pues aquí no acaba la historia! El mes de Quintilis había sido dedicado a César tras su muerte, y llegado el turno del emperador Augusto, con el fin de que su orgullo no se sintiera herido, se decidió dedicarle el mes de Sextilis, lo que supondría en adelante los meses de julio y agosto. Además, resultaba que los meses no tenían los mismos días pues uno era par y el otro impar, así que para que agosto tuviese el mismo número de días se decidió birlárselo a febrero que pasó a tener 28. Por otro lado, para evitar la coincidencia de tres meses seguidos con 31 días se decidió cambiar la duración de los meses siguientes, y así septiembre y noviembre pasaron a tener 30, y octubre y diciembre 31.
Parecía que por fin se había resuelto todo pero aún quedaba una pequeña sorpresa guardada en forma de problema: este calendario poseía unos minutos más que el año solar, lo que le hacía adelantarse un día cada 128 años, y esto se solucionó con la reforma gregoriana de 1582 en la que se decidió que cuando el año bisiesto coincidiese con el final de siglo, es decir, en los múltiplos de 100, no sería considerado como tal y por tanto febrero tendría 28 días, con la excepción de aquellos que fueran múltiplos de 400, que sí contarían con el día añadido.
¡Y ya tenemos el puzzle completo! O casi, porque hay un bonus para los que hayan llegado hasta aquí: la movida del calendario tuvo años después continuidad, porque a alguien se le ocurrió marear más la perdiz, pero esa es otra historia que contaré en la próxima entrada...

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