Revista Cultura y Ocio

El mejor cuento de mi vida

Por Humbertodib
El mejor cuento de mi vidaAyer escribí un cuento, el mejor cuento de mi vida. Lo concebí en un estado de exaltación y reconcentramiento tan profundo que solo cuando coloqué el punto final me di cuenta de que mi bolígrafo no tenía tinta. La hoja estaba completamente en blanco. En ese momento, fui víctima de un estupor angustioso, porque no suelo acordarme de nada de lo que escribo después de hacerlo, ya que, al ir plasmándolo sobre la superficie del papel, me desentiendo de lo que considero un gasto innecesario de memoria. Puedo asegurarlo, era un relato magistral, trataba de un… que luego de... y finalmente cuando… Bueno, es inútil, no consigo recordar nada. Por supuesto que no bajé los brazos inmediatamente, intenté rescatarlo con diferentes artilugios, como arrojar tierra sobre la hoja para que, luego de limpiarla, aparecieran allá en el fondo los surcos de mi magnífica obra. Sin embargo, mi trazo es tan grácil y femenino que no pude recuperar ni una sola palabra. Recordé -entonces- que había que hacer algo con el limón, así que exprimí el último que me quedaba y empapé la hoja con el jugo. El resultado fue un amasijo lodoso y agrio, lamentable. Un momento -me dije-, el truco estaba en acercar el papel humedecido con limón al fuego para que, como por arte de magia, las letras fueran surgiendo de su escondrijo. Pero -¡ay, el Destino abriga la deslealtad de una oración mal construida- tuve la mala fortuna de que el papel tocara la llama y en unos pocos segundos quedase reducido a un puñado de cenizas. Cuando estaba a punto de caer en el mayor de los desconsuelos, me reconforté asegurándome que así era mucho mejor, que es una carga demasiado abrumadora pensar que algún día voy a escribir el mejor cuento de mi vida, si es más tranquilizador tener la seguridad de que ya lo hice, pero que lo perdí por torpe.

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