El ser humano es, ante todo, un proceso cultural.
Dice el refrán que cae la máscara y aparece la persona que lleva detrás, pero, en el caso de La Catrina, su máscara será lo que te diga la verdad.
No sólo a los hombres, también a los procesos y a las cosas, hay que ponerles a veces una máscara para ver su aspecto real. Y es que tal vez no podamos deshacernos de la máscara de La Catrina sino que es la proyección de nuestra carne y de nuestra alma.
La versión original de La Catrina es un grabado en plancha de metal autoría de José Guadalupe Posada cuyo nombre original es "La Calavera Catrina". Este grabado está relacionado con otro suyo y anterior que se llama "La Calavera Garbancera", cuyo significado se explica a continuación: " Garbanceros " es la palabra con la que se conocía, entonces, a las personas que vendían garbanzos. Algunas de estas personas, que seguramente gozaban de una buena salud económica, pretendían parecer europeos con sus ropas y actividades sociales teniendo sangre indígena. Ya pretendiendo pasar por españoles o por franceses, renegando de su propia raza, herencia y cultura, estas personas eran mal vistas en un momento en el que en México se incubaba la Revolución. La palabra catrina, con la que Posada nombra a su otra calavera, tiene un origen griego proviniendo de la palabra Kataor, que significa casta, pura. Catrina significa, así, pureza, aunque, como ya se ha visto, Posada utilizó este término con ironía y escarnio, no como una reivindicación.
El creador de la primera imagen de La Catrina hizo también una interpretación de la vida cotidiana y de las actitudes de los mexicanos garbanceros a los que criticaba presentándolos como calaveras, aunque fue Diego Rivera quien más empeño puso para que la calavera Catrina se consolidara en la celebración del Día de los Muertos y fue él también quien la pintó vestida por primera vez, haciéndolo en su mural "Sueños de una tarde dominical en la Alameda Central". El muralista también popularizó el término "Catrina", la casta, la pura, nombre con el que se convirtió en el personaje popular mexicano que todos conocemos.
De acuerdo con las tradiciones ancestrales mexicanas, se considera que la muerte, más específicamente, la memoria de nuestros fieles difuntos, otorga un sentido de identidad y arraigo. La Catrina, esta conspicua y perenne compañera que simboliza la muerte, es asociada, paradójicamente, también con el placer y con la intensidad por vivir que lleva a burlarse del temor que ella le inspira jugando en su compañía con un cierto desenfado.
La obra de muestra, a través de sus personajes retratados y caracterizados como La Catrina, la investigación que su pincel hace sobre la identidad, el cambio y el paso del tiempo.
Sus pinturas, de una excepcional elegancia y sensibilidad, nos piden una observación reflexiva y consiguen crear un panorama íntimo en torno a sus personajes retratados que, a través de sus deseos, sueños y temores, consiguen ser un estudio antropológico.
Con la personalidad pícara, ingeniosa, atrayente y presumida con la que se ha ido caracterizando a La Catrina con el paso del tiempo, idealizada como la Bella Muerte, ha podido convertirse en una gran seductora. El mexicano vive sin máscaras y, sintiéndose atraído por ella, como Ícaro hacia el Sol, es capaz de, durante unos días, convertirla en su centro de gravedad, en una especie de conseguida e impenetrable eternidad. Los antropólogos saben que el morbo surge de transgredir las reglas básicas del miedo y la Catrina nos invita a vivir a los mexicanos con gran plenitud cada momento y a encontrar en ella el sentido de la vida. Así, Navarro Menchón desarrolla su estudio sobre las coordenadas de la percepción a través de la naturaleza íntima de La Catrina para conseguir, mucho más que un retrato, plasmar el mundo interior de sus personajes donde el misterio individual de cada retrato se subordina a representar la tradición.
Las pinturas contenidas en esta serie, de una escala mucho mayor que el tamaño natural de la modelo, muestran que su técnica no sólo puede enfrentarse a la fotografía, sino a la propia pintura. Navarro Menchón es un artista que se ha especializado en crear sensaciones de presencia física y la corazonada que producen es tan real que el espectador puede llegar a pensar que, encontrándose en la misma habitación que la joven pintada, asiste a un impás de su respiración y que en un instante volverá a moverse levemente mientras nos sigue mirando.
Acompañado de Babel España y Luiken México, Antonio Navarro Menchón presenta en Méjico, coincidiendo con la festividad señalada, una experiencia de inmersión donde la colección de óleos estará acompañada de catrinas de carne y hueso y música en vivo, esperando causar una experiencia corporal directa que consiga captar la fortaleza y la simultánea fragilidad del ser humano.
En cuanto a la obra de Navarro Menchón, es a menudo calificada de " hiperrealista", pero como le gusta puntualizar, y al estudiarla de cerca, no es sino una suerte de impresionismo de pequeñas pinceladas que a base de color natural, persiguiendo casi obsesivamente la luz y sobre todo dando a la técnica la importancia que merece, conforma esa sensación realista.
Javier CerezoRetratos, (destacar la realización del primer retrato oficial de Felipe VI), bodegones y contraluces, la celebrada serie "Intrusos. Star War", pintura histórica, y ahora las "catrinas", conforman la obra de este singular artista.
En MAE celebramos la ocasión de acercar aún más estas dos culturas hermanas que incluso con un océano de por medio, mantienen vínculos también en el mundo del arte, como lo son la mexicana y la española, de la mano de uno de nuestros artistas.
Escritor y Curador
MAE