Revista Cultura y Ocio

El otro lenguaje

Por Humbertodib
El otro lenguaje
Mirad, no tengo rostro, lo que exhibo es la cara del instante. (Edmond Jabès)
Me gustaría precisar con exactitud qué edad tenía cuando ocurrió por primera vez, tal vez cinco o seis años, no sé, ahora que soy viejo veo toda mi vida como un sueño brumoso, si es que alguna persona sueña sus sueños brumosos: yo no. Era de mañana, mi madre acababa de colgar la ropa en el tendedero de la terraza, entonces me pareció todo muy claro: unos calcetines al lado de unos pantalones al lado de una camiseta al lado de una toalla... Tuve la certeza absoluta de que allí se escondía otro lenguaje, recitado a través de colores, tamaños y formas; un idioma que podía ser interpretado de la misma manera que se hace una exégesis de las banderolas que flamean en las playas, advirtiéndonos, siempre advirtiéndonos sobre lo que nos puede pasar si no les hacemos caso. La ropa de esa mañana decía que mi papá no era quien yo creía, el que venía cada tanto a casa, el que me traía regalos, el que nos llevaba los domingos aSitgespara ver el mar. Aquello fue tan nítido y demoledor que permití que el día se hiciera de noche, me dormí allí mismo, en un rincón de la terraza, como si nunca antes hubiera dormido. Cuando desperté continuaba siendo de noche y mi madre había estado buscándome todo el tiempo. Me gritó, me castigó, me abrazó y besó y yo no dije una palabra. Nunca más dije una palabra, pero desde aquel día, arropado en un silencio terco, atravieso calles, me meto en jardines y patios, atisbo balcones y me paro en las aceras para leer el idioma de la ropa colgada (recuerdo bien aquella esquina de La Barceloneta, cuando creí que mi mente no iba a soportar tantas historias diferentes), porque la ciudad está colmada de mensajes -es extraño que nadie lo haya notado- y mis lecturas siempre fueron precisas: leí nacimientos y viajes, leí pasiones y leí traición, leí muertes, leí triunfos y fracasos, leí gritos desesperados, leí soledad. Y aunque no pueda asegurar a qué edad exacta comenzó -tendría cinco o seis años, no más-, sé que desde ese momento pude entenderlo todo, absolutamente todo, menos esta urgencia flagrante de querer que alguien hoy me entienda a mí. Por eso, después de tomar un té y de arrojar las migas de pan a los gorriones que se amontonan en el patio (malditos pájaros de Hansel y Gretel), después de colgar un viejo pañuelo junto a mis calcetines de algodón en el tendedero de la ventana, ahora me siento a esperar a que alguno pueda descifrar mi mensaje. Las agujas del reloj corren lentamente, la espera es el óxido del engranaje de mi tiempo.Dedicado a Maria Isabel Quental

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Sobre el autor


Humbertodib 263 veces
compartido
ver su perfil
ver su blog

El autor no ha compartido todavía su cuenta El autor no ha compartido todavía su cuenta