Por Jorge Gómez
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Caso de estudio
Es muy penoso revisar la actuación pública de Lilita en los últimos años: utilizó el lenguaje más violento de los tiempos democráticos; acusó sin pruebas y se retractó de manera miserable; pronosticó matanzas; deseó desgracias; hizo comparaciones ridículas; anticipó falsos desastres; mintió; traicionó; sostuvo estupideces sin sentido; disciplinó periodistas que la dejan decir cualquier cosa porque –como cualquier mediático– les garantiza rating.
En el marco de la discusión presupuestaria en la Cámara de Diputados, la legisladora nacida en Resistencia protagonizó una de sus habituales actuaciones nefastas. Primero denunció sobornos (“Es la Banelco de Cristina“) haciendo referencia al procesamiento que el juez Daniel Rafecas les dictó al ex Presidente Fernando de la Rúa, a varios funcionarios de su gobierno y a algunos senadores tras dar por probado el pago de 5 millones de dólares para favorecer la aprobación de la ley de reforma laboral en el año 2000.
Sin embargo y como otras veces, la diputada Carrió nos tomó el pelo: esta vez no hubo Banelco, dinero ni coimas. La fundadora de ARI terminó contando que sólo escuchó llamados telefónicos de diputados oficialistas a colegas opositores para convencerlos (¿qué otra cosa es un Parlamento?).
Sus compañeras de denuncia también reconocieron que nadie les ofreció dinero. La diputada Elsa Álvarez se declaró perturbada por la retórica kirchnerista, y a la diputada Cynthia Hotton deberían haberla acusado por conducta deshonesta (la salvaron los medios siempre dispuestos a amplificar la denuncia original): al final fue ella quien en plena medianoche llamó a una colega oficialista para pedirle apoyo a un proyecto propio, mientras la Cámara ardía por la discusión presupuestaria.
Hipótesis
Después de esta presentación, la hipótesis de que Carrió está siendo banalizada por su condición de mujer parece evidente. Al menos en mi opinión, tratarla de loca o gorda y/o hacer referencias machistas a su extraño histrionismo le quitan gravedad a su accionar político.
La abogada chaqueña cree estar iluminada y atesorar saberes que nadie tiene. Por eso pretende pronosticar y se niega a aceptar que nunca acierta. Por eso descree profundamente del diálogo, de la política, del intercambio de ideas.
En tanto fanática cuasi religiosa, descarta la negociación política a la que ve como un signo de debilidad y traición. Presa de esta mentalidad, Lilita rompe continuamente sus propios acuerdos, denuncia a sus aliados, tiende a estar sola o junto a acólitos que no discuten sus exabruptos.
Dueña de una misión que nadie conoce, no le importa mentir, presionar, engañar mientras sienta que es útil al fin último (el parto, el nacimiento de una nueva vida…). Al resto de los mortales nos resulta críptico, pero ella lo garantiza con su honestidad y vocación de mártir.
Algunos sectores que en otros tiempos la apoyaron hoy la abandonan, decepcionados por su payasesca pretensión de adivina. Pero ese discurso ofensivo, intransigente, pretendidamente moral tiende a captar la atención de amplias capas de la población defraudadas por la política y confiadas en que estos personajes tan ajenos a la democracia y tan cercanos al fascismo constituyen una solución rápida a la decadencia que los aflige.
Última definición
Si las cosas son así, el sistema institucional argentino hará bien en preocuparse por la presencia de una figura de estas características. Por otra parte, los ciudadanos debemos festejar el límite que algunos ex aliados intentaron ponerle en estas últimas semanas.
En mi opinión, en lugar de comentar su imperiosa necesidad de figuración o los efectos de las dietas adelgazantes sobre su psiquis, tendríamos que definir a Carrió tal cual es: una intolerante violenta y peligrosa que está en contra de la política y de la convivencia democrática.