Revista Cultura y Ocio

El silencio

Por Cayetano
El silencio

Un silencio espeso y profundo fue el causante de que me despertara sobresaltado esa noche y luego ya no pudiera dormirme. No solo me despertó aquello sino que me sembró de inquietud y me impidió relajarme para intentar recuperar el sueño, por lo que, después de dar vueltas y más vueltas, tomé la opción de encender la luz y levantarme.

Miré el despertador. Eran las tres de la madrugada. La casa estaba fría, pero silenciosa en exceso. Ni un ruido, ni un crujido. Me fui a la nevera y me bebí un vaso de leche. Luego entré en el salón, cogí un libro de memorias de Groucho Marx y me senté en el sofá. Leer un rato algo entretenido igual me serviría para reencontrar el sueño perdido.

Entonces ocurrió algo extraño.

Tuve la sensación de ser observado.

Levanté la vista del libro. Alguien me miraba desde la pared de enfrente, junto a la librería. Era un personaje de una litografía que tenía allí colgada, una copia enmarcada de una obra de Botticelli que compré hacía tiempo en una tiendecita de El Rastro madrileño : La Adoración de los Magos.

En la composición, haciendo de Reyes Magos, aparecían diversos miembros de la familia de los Médici. También se retrató el propio pintor, precisamente era el que me miraba fijamente, motivo de mi desazón aquella noche.

El caso es que el personaje aquel no me quitaba ojo y su mirada siempre silenciosa y enigmática intentaba bucear en mi interior buscando algo, tal vez simplemente sembrar la inquietud dentro de mí. Nunca había reparado antes en la dureza del gesto. Era una mirada inquisitiva, llena de interrogantes... Parecía decirme: "¿Y tú qué haces aquí? Eres un intruso."

Una mirada envuelta en silencio pero que cortaba el aire como un cuchillo.

Acudieron a mi memoria esos enfados con mi antigua pareja, ese no decirnos nada durante horas e incluso días; pero manteniendo la mirada seria, cargada de reproches. Se podía masticar en el aire el desencuentro, el muro de hielo que se levantaba entre los dos, sin pronunciar una sola palabra. El desencadenante podía ser cualquier tontería: una palabra a destiempo o fuera de tono, tomar una pequeña decisión sin consultar con ella, no mostrar un exceso de alegría cada vez que venía por casa su madre a pasar una temporada... La mínima desavenencia o malentendido originaba la tempestad. Eso sí: en absoluto silencio y marcando fríamente la distancia entre ambos durante unos días. Ahora todo eso pasó. El tiempo se llevó aquella vieja relación. Estaba solo en aquella casa, sin ninguna persona a mi lado que me incomodara, a no ser el Botticelli del cuadro, con ese gesto tan serio y distante, tan callado... Había algo hipnótico en aquella mirada, pues no podía apartar mis ojos de ella. Me atraía y me revolvía por dentro. Intenté distraerme, seguir leyendo las Memorias de un amante sarnoso; pero, nada, fui incapaz de concentrarme en su lectura. Cada poco mis ojos se elevaban por encima de sus páginas y se clavaban de nuevo en los del personaje... Al final ya no pude más, solté el libro, me levanté del sofá y me encaré con él:

¡Está bien, tú ganas! No vuelvo a decir que en ese cuadro te pareces al difunto actor Enrique San Francisco cuando joven. Tú eres más guapo. Y un pintor famoso. Era tan solo una broma; perdón, no volverá a ocurrir.

Y desde entonces pude dormir tranquilo. Me olvidé del personaje y él de mí. Tampoco me lo tuvo en cuenta desde el más allá el actor fallecido.


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