Revista Cultura y Ocio

El trino del Diablo

Publicado el 19 agosto 2014 por Diego Diego F Ospina @DiegO_OzpY

Posted by diego ospina on 18/08/2014 · Dejar un comentario 

El trino del Diablo

Una noche, mientras me hundía cual cometa en la oscuridad abismal de mi habitación, sentí un peso muerto sobre mi pecho. Me creí despierto, pero mis brazos no respondían, solo podía recorrer los muros tenebrosos y trémulos adornados con cortinas francesas de opacos colores que desembocaban todos en un negro lienzo, cual lenguas de serpiente, ajeno a todo lo bello que de día se puede observar.

Estaba despierto, en efecto. Lo sabía por la naturaleza misma de la cuestión primordial, y es que; ¿desde cuándo en un sueño, uno se pregunta en sus adentros si está soñando? La respuesta era certera, lo opuesto a mí. La postración de gárgola en esta cama de sabanas mustias que hacía las veces ahora de altar gótico, me hacía dudar de toda realidad, deje de distinguir entre lo onírico y lo real.

Intente moverme, pero el cuerpo no respondió, en mi pecho sentía un peso muerto. Me preguntaba qué clase de hechizo originó mi postración, me preguntaba por el súcubo demoníaco que en este momento, en esta noche chorreada de sombras, se postraba sobre mis entrañas calientes.

¡Era el diablo! le vi a través de la esquina recóndita en mis ojos, en la última comisura que separa lo visible y lo normal, de lo invisible y lo perverso, en la remota esquina donde el ojo duele y embízquese.

Era el diablo con violín, lo vi en la esquina de mis ojos forzados, pues mi rostro estaba recostado sobre el lado derecho y mi cuerpo no respondía, pero le vi. Unas pesuñas milenarias de fauno entre marrones y negras como un viejo tronco rodeado de musgo y curvadas como garfios de carne caían a un lado de mi vientre, dejando solo el frío rose de su filo punzante en mi piel, así eran esas patas, no había azufre, ni llamas. Era el demonio un ser decente, un músico agradable de pesuñas cual árbol milenario, ni cabeza de chivo, ni cuernos.

Tenía un violín peculiar, una caja torácica, aquel torso con cabeza y columna eran el cuerpo del violín maldito de notas como aullidos, las cuerdas eran hebras de cabellos dorados y negros y el arco era un fémur que agotaba su ósea humanidad chillando su música contra los otros huesos. Que música más profana tocaba el diablo, me estremecía el alma, la mente que ya rayaba en la locura con sus notas festivas y fervientes se hundía cada vez más en la demencia de una música impensable, presionaba mi espíritu contra mi corpiño en su pesadez de reliquia antediluviana. Si era un ángel caído, de seguro fue con Dios que aprendió a tocar el violín.

Desperté de un salto, una luna llena coronaba el cielo nocturno y la bóveda de estrellas que se cernía sobre el mundo fue vistosa y ajena a la de aquel horrendo sueño.

El diablo se me presento en sueños, me toco una canción de violín que ahora no puedo imitar,

El diablo me ha jugado sucio, ahora gasto mis horas intentando su gracia de ángel caído imitar…

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