"Influencer", "Gurú", "Impacto", "Blogtrip". Decía Lincoln (a el se le atribuye al menos) que "cada nueva dificultad es una oportunidad disfrazada", algo en lo que coincido. Esto mismo deben de pensar una larga lista de personajes (cuando una persona transgrede socialmente a si misma y su entorno se la puede considerar personaje) que estos días aprovechan para hacer caja con la credulidad de empresarios, bodegueros o incautos en general al hilo de una supuesta capacidad de difusión. Y no me resisto a dar mi opinión, claro.
En primer lugar os invito a leer este articulo de Javier Sanz "glosando" la figura del "influencer" término que en ingles sustituye aquí al mas complejo "prescriptor de opinión" que a algunos ya nos producía cierta risa. Se trataría, por resumir sin complejos, de aquel individuo/a que a través de su opinión, supuestamente lanzada a miles de personas vía web, logra influir en el gusto/la compra/el interés de estos por determinado producto o servicio.
Y siendo cierto algo de todo lo dicho anteriormente hay que dejar claros un par de matices. El primero pasa por definir qué cosas son realmente "influibles" y cuales no. El gusto de alguien es algo en lo que se puede influir, pero ni en dos días ni porque lo diga únicamente una persona. Eso el gusto, ojo. No la moda. La moda, como puro impulso descontrolado y temporal que es, si puede recibir influencias determinadas en forma de flash, de foto, de opinión sesgada desde un "influencer". El vino, por ejemplo, no.
Para cambiar el gusto de los Españoles por los vinos frutales, de pura uva sin aditivos, en muchos casos cargados de "defectos" técnicos pero producto únicamente de una tradición artesanal, casera si me apuráis, por elaborar vinos, hicieron falta mas de 30 años, una legislación ad hoc, la industrialización del campo en España y años de publicidad y difusión constante en medios de comunicación tradicional. Es cierto que alguien puede decir que le gusta un vino y parte (o muchos) de los 3000 lectores de su blog (el que sea) le hagan caso. Pero en esa decisión no pesa solo que lo diga pepito o citranito.
Pesa, y no poco, la credibilidad que este tenga.
En segundo lugar. Yo trabajo en marketing y, a mi microscópico nivel, si hay algo que reduce o directamente elimina la credibilidad de alguien es la publicidad. Ver un blog con una o dos referencias publicitarias a verlo plagado de anuncios, incluidas una simples lineas "recomendando" o "apuntando a lo importante de" o "considerando fantástica la relación calidad/precio" de algo que no termina de encajar en esos términos, es la mejor forma de lograr que alguien no se crea ni una palabra de lo que ese supuesto "influencer" dice.
Jancis Robinson es influencer. Lo es para el mercado anglosajón, en la medida que lo puede ser Oz Clarke, por ejemplo. Igualmente el ínclito R. Parker Jr., o en España lo fue Peñin. Y ninguno de los cuatro (bueno, ninguno de los dos últimos) lo es para todo el mundo en el vino. Para una pequeña "aldea que resiste ahora y siempre al invasor" (gracias Asterix) los influencers en materia de vino son ya solo algunos viticultores, un puñado de blogers de los que se gastan la pasta en vino pero sin ver un duro y un puñado de amigos, consumidores y algún sumiller y enólogo con arrestos para llevar la contraria a lo establecido. Y este tipo de credibilidad no se compra y es imperecedera. No hay manera de lograrla sin tiempo y constancia. Y desinterés, al menos aparente.
Creo que hay muchas personas que, al calor de un relativo interés de la televisión por lo gastronómico en época reciente, están aprovechando una supuesta capacidad para influir en el publico para hacerse con unos dineros. Y no me parece mal, ojo. Al menos no es dinero publico, no es robado ni procede de ninguna caja B...se supone. Lo pagan las marcas y eso demuestra lo mal asesoradas que están en materia de "quien es quien" en la web y, aún mas importante, quien merece la pena como portavoz a la hora de impulsar meditaticamente una marca.
Esto me ha recordado el relato del famoso cuento sobre el "Vestido nuevo del Emperador". Ese regente encantado de conocerse que quería para vestir algo tan nuevo y tan distinto que acabó saliendo en pelotas a la calle vestido con un traje de "hilo invisible" que un "influencer" de la época ofreció al emperador como enorme novedad y vanguardia absoluta de la moda. Las risas de los conciudadanos del emperador vanidoso lo dejaron en evidencia.
Algunos "influencers" hacen lo propio hoy con marcas y medios. Las "risas" se leen ahora en Twitter o Facebook.