Catherine Deneuve es uno de esos mitos franceses del siglo XX que ha trabajado con los grandes directores clásicos del séptimo arte galo. Y no sólo porque fuese atractiva, sino porque su mirada derrochaba sabiduría y profundidad, y la cámara siempre la ha adorado. Ahora, a sus recién estrenados 70 años, ha sido la directora, guionista y también actriz Emmanuelle Bercot la que ha visto en Deneuve a la naïve protagonista de su película.
Bettie es una señora que ronda los 60 años. Vive con su madre, muy mayor, junto a la que dirige el restaurante familiar de siempre. Un día, tras enterarse de que el hombre al que ama la ha traicionado, decide montarse en el coche y arrancar sin saber cuándo se detendrá. Por el camino, conocerá a personas a través de las cuales verá las expectativas de vida de cada uno y de ella misma. Recibirá la llamada de su hija, con la que no habla desde hace tiempo. Y se reencontrará con las ganas de seguir viajando, pero a través de su nuevo entorno y sus nuevas sensaciones.
Deneuve borda el papel y da una lección -no muy original, hay que decirlo- de cómo sobrevivir a la vejez, al tedio y a la rutina. Gracias a ella, la directora Bercot logra otro drama amable tras dirigir Los infieles (2012) y Polisse (2011). La fotografía representa el segundo mayor acierto del filme tras la elección de Deneuve, ya que introduce al espectador en el asiento del conductor y no deja que se levante hasta que Bettie apaga el motor. A excepción de alguna escena excesivamente melodramática (canciones con letras tristes que intentan entristecer más aún a la protagonista huyendo en el coche:no es necesario), el equilibrio es una característica de la cinta que, con un final feliz, anima a sobrellevar la edad y a sonreir a la vida, aunque ya se tenga sabiduría.