Revista Cine

Elena

Publicado el 16 julio 2012 por Diezmartinez
Elena
La vemos levantarse en la mañana. Vestirse, arreglarse, peinarse, despertar un hombre que duerme en otra habitación, hacer el desayuno, recoger la mesa. Marido y mujer -para entonces ya entendemos que eso son- comparten lo que harán ese día. Ella, Elena (Nadezhda Markina), de unos 50ytantos años de edad, va a visitar a su hijo, Sergey (Aleksei Rozin), que vive donde da vuelta el air. Él, Vladimir (Andrey Smirnov), delgado, correoso, sesentón, no parece muy contento. Por supuesto, el hijo es de ella -él tiene su propia hija adulta, de un anterior matrimonio- y Vladimir esta convencido que Sergey -desempleado, con una mujer, un hijo adolescente, más otro bebé- es un bueno-para-nada que sólo quiere a Elena porque ella le da, enterito, el dinero que recibe de su jubilación.  El dinero es importante -lo más importante- en Elena (Ídem, Rusia, 2011), tercer largometraje de Andrei Zvyagintsev (El Regreso/2003). Vea si no. Vladimir, tiene bastante dinero. Vive en un amplio departamento ¿de Moscú?, tiene un auto de lujo y guarda fajas de billetes en la caja fuerte. Elena depende económicamente de él, aunque es obvio que Vladimir no sólo la quiere sino que confía en ella: Elena sabe la combinación de la caja fuerte y se hace cargo de los gastos del hogar. Por su parte, Sergey no tiene en qué caerse muerto: vive de la lana que le da su mamá, en un departamentito de algún Pichonavit ruso, hacinado con su familia y necesita dinero para que Sacha, el indolente hijo mayor, pueda ir a la Universidad y evite el llamado al ejército -se sobreentiende que el dinero es para alguna palanca (ah, estos rusos tan corruptos, qué pena ajena). Hay otro personaje que aparecerá más tarde en el filme: Katya (Elena Lyadova), la hija única de Vladimir, "una hedonista" malcriada y rebelde que vive a sus anchas del dinero que, felizmente, le da su papá. La cinta tiene dos secuencias claves en el inicio: la primera, cuando Elena va a visitar a su hijo. Ella toma un camión, luego un tren, después camina un trecho, entra a una tienda a comprar el mandado y, finalmente, llega a un edificio de departamentos en mal estado en donde vive Sergey. Acompañamos a la mujer durante todo el trayecto, un tanto abrumados: ¿pues hasta dónde vive el hijo? Al día siguiente, otra secuencia clave: Vladimir se levanta como todos los días, se cambia, se rasura, desayuna, discute con su mujer -por el dinero que ella necesita para dárselo al hijo- y luego sale de su departamento rumbo a su gimnasio. Tal como seguimos a Elena, ahora vamos al lado de Sergey: llega al estacionamiento, toma su auto del año, sale a la calle, ve a un grupo de obreros que cruzan la calle, llega al exclusivo gimnasio, hace ejercicio tranquilamente, ve con interés a una joven mujer que está haciendo pesas, luego se va a nadar... El interés de Zvyagintsev en las rutinas es claro: es así, con ellas, como viven Vladimir y Elena. Comparten el mismo techo, están casados -luego sabremos que desde hace apenas dos años-, hacen el amor y, sin embargo, vienen de lugares muy distintos. Ella es una enfermera jubilada habituada a servir y que conoció a Vladimir cuando él ingresó al hospital, mientras que él se ve que está acostumbrado a los lujos, a dar órdenes y a ser obedecido. No es un déspota ni un irracional -ya anotamos la confianza que le tiene a Elena, la deferencia con la que la trata- pero los distingos de clases y orígenes son innegables.  Transcurrida la primera media hora de Elena, la cinta sufre un vuelco que no revelaré. Baste anotar que en la hora restante, el sereno poder de observación de la cámara de Mikhail Krichman se vuelve enervante. No tanto por cómo lo ve sino por lo que sucede frente a nuestros ojos. De hecho, cuando estaba viendo la segunda parte de esta película no pude evitar recordar a Patricia Highsmith, no tanto por la descripción de la mente del criminal sino por la naturalidad con la que se describe el crimen, su ejecución y sus consecuencias. Elena, curiosamente, inició como un proyecto que se iba a filmar en Londres, en idioma inglés. Lo que sucede en la cinta -y lo que subyace en ella: las abismales diferencias de clases, el rencor social apenas embozado- podría haber sucedido, en efecto, en Londres o, incluso, ¿por qué no?, en la ciudad de México. En todos estos lugares alguien siempre tiene más dinero que otro; y ese otro vive resentido por ello.

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