Revista Cine

Elisa y Marcela

Publicado el 26 junio 2019 por Pablito

Trasladar una historia real tan apasionante como la que narra Elisa y Marcela (2019) a la gran pantalla -el primer matrimonio homosexual de España, travestismo mediante- debería ser considerado un deporte de riesgo. La valentía, sin duda, era una cualidad imprescindible de cualquier director que decidiese ponerse al frente del proyecto. Isabel Coixet, una directora acostumbrada a pisar suelo dramático, la tiene. El problema es que la valentía tiene que ir acompañada de otra serie de cualidades como el conseguir que la historia rezume emotividad y, lo más importante, reflejar también el drama interior al que tuvieron que enfrentarse las protagonistas al sentir atracción por otra persona del mismo sexo en una época en la que eso era considerado, como mínimo, inmoral. Este último aspecto, imperdonable, termina lastrando una película que se queda a medio gas en todo. El hecho de que la directora no dedique ni un solo minuto a que sus dos heroínas, en un ambiente en las antípodas del progresismo y la tolerancia, manifiesten la más mínima duda sobre sus sentimientos, como si el querer a una persona de tu mismo sexo a finales del S.XIX en una aldea rural en España fuese lo más normal del mundo, es inexplicable. 

Elisa y Marcela

Había mucha expectación con el primer trabajo de Isabel Coixet para Netflix; expectación que se fue diluyendo a medida que salían publicadas las primeras críticas de Elisa y Marcela, un film que se estrenó antes en salas que en la plataforma de streaming -único requisito que puso la directora catalana a la compañía antes de ponerse al frente del proyecto-. Pero personalmente, y no lo digo por quedar bien, nunca me he dejado arrastrar por la corriente mayoritaria. He defendido con uñas y dientes películas que la gran mayoría de críticos han destruido sin compasión a través del teclado, y viceversa. También he criticado sin ningún tipo de remordimiento trabajos que eran vanagloriados por otros compañeros de profesión. Y todos contentos. De eso se trata, de dar tu opinión aunque muchas veces te veas solo defiendo cosas para la mayoría indefendibles. Pero en este caso, en el de Elisa y Marcela, sí que coincido con la mayoría de críticas, que tachan al nuevo trabajo de la directora de Cosas que nunca te dije o Mi vida sin mí de anodino, superficial, acartonado y, lo peor de todo, aburrido. 

A nivel de fondo ya he señalado el principal problema del film, pero a nivel de forma la película tampoco se salva. La historia real de estas dos maestras gallegas que se casaron por la Iglesia en 1901, para lo cual Elisa tuvo que vestirse de hombre para engañar al cura, se merecía una película no tan academista como esta. Ese es el principal problema del film: que está más preocupado en los encuadres que en dotar de un mínimo de emoción una historia que la pide a raudales. Coixet sustituye el alma del relato por el virtuosismo visual; y no es que el virtuosismo visual no sea importante, pero una cosa no puede sustituir a la otra. Olvida la catalana que para satisfacer al público más selecto no basta solamente con filmar un film en blanco y negro, con tiros de cámara rebuscados y metáforas tan evidentes que chirrían -¡la de los pulpos!-; de nada sirve todo eso si no se filma con un mínimo de emotividad. Y la emoción aquí brilla por su ausencia. Excesivamente teatral en su puesta en escena, tampoco ayuda la frialdad con la que está rodada, lo que genera un considerable distanciamiento con el público. Las actrices principales, Natalia de Molina y Greta Fernández, aunque no desentonan, no terminan de tener esa química que era requisito fundamental en una película de esta envergadura. Ambas protagonizan unas escenas de sexo sin alma, escenas que pretenden ser provocativas pero que no transmiten nada. Los diálogos -“te esperaré siempre”; “-¿Me quieres?, -Con toda mi alma”- tampoco son el adalid de la originalidad.

Elisa y Marcela

Escrita al alimón por la directora y el novel Narciso de Gabriel, la segunda película que Coixet rueda en Galicia tras A los que aman (1998), pretendía ser una apuesta introspectiva de Netflix, cine de autor de calidad, pero se queda en un quiero y no puedo. Esta epopeya romántica en una época en la que la visibilidad lésbica era impensable se merecía un relato que ahondara en el contexto social, que de verdad nos hiciera estremecer en el asiento por sentir todo lo que tuvieron que sufrir estas dos mujeres, que al finalizar nos quedara un nudo en el estómago por semejantes dosis de injusticia y sinrazón. Pero nada de eso ocurre. La película acaba y a los 5 minutos se te olvida. Y una película basada en una historia así, con tanto potencial, no se te debería olvidar jamás. 


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