El abuso del flashback para subrayar el destino heróico que la vida le depara a Max, el protagonismo acordado a una madre con su hijita enferma de leucemia, la prolongada lucha final con el hípervillano a cargo de Sharlto Copley, el exasperante discurso de despedida antes del sacrificio libertario parecen indicios de la negociación que Neill Blomkamp habrá llevado adelante con Hollywood antes de filmar Elysium. O tal vez no existió tal negociación y el también director de Sector 9 simplemente supo qué hacer para complacer a quienes invirtieron unos cien millones de dólares en su nueva película futurista.
Es una pena porque años atrás el realizador sudafricano consiguió oxigenar el género con aquel otro largometraje ambientado en su país natal, y concebido para cuestionar la pretendida erradicación del apartheid. ¿A lo mejor habríamos visto otra Elysium si Blomkamp hubiera rechazado la obscena financiación de los grandes estudios?
También es una pena porque el relato imaginado tiene aspectos interesantes en tanto distopía con anclaje en el presente. El post publicado días atrás ya se refirió al tino de que justo una película que transcurre en un futuro sometido a un Estado policial y sumido en la precarización laboral, la enfermedad, la contaminación y en una abismal desigualdad social desembarque en nuestras salas cuando todavía sigue dando vueltas el escándalo del espionaje, e inmediatamente después de que Barack Obama decidiera licenciar por tiempo indeterminado y sin goce de sueldo a casi un millón de empleados estatales porque la oposición se niega a aprobar el presupuesto federal en rechazo al proyecto gubernamental de implementar un servicio de salud pública mínimamente universal.
En los diarios sobran las noticias dignas de una campaña viral a favor de Elysium. Por ejemplo, ésta de La Nación sobre “máquinas que hablan como humanos” parece promocionar la escena de la entrevista que Max mantiene con un robot burócrata (o burócrata robot) al servicio del Poder Judicial.
Lamentablemente el pronóstico/diagnóstico que Blomkamp hace sobre nuestra sociedad occidental queda relegado a un segundo plano -o pierde consistencia- en un film preocupado por cumplir con cuatro mandamientos hollywoodenses básicos: parlamentos verborrágicos; interminables coreografías de lucha cuerpo a cuerpo; exhibición de armas y vehículos hípersofisticados; composición de una villanía unidimensional, casi caricaturesca.
Nobleza obliga, Elysium evita una gran tara que suele aparecer al final de las aventuras de este tipo (quien suscribe se reserva el derecho de mencionarla por respeto a los lectores que todavía no vieron la película). Sin embargo, este reconocimiento no alcanza para menguar la desilusión que el segundo largometraje de Blomkamp provoca en los espectadores entusiasmados con la promesa de cambio que supuso aquel debut alentador llamado Sector 9.