Revista Pareja

En defensa de la alegría

Por Cristina Lago @CrisMalago

En defensa de la alegría

Existen personas que simplemente nos hacen sentir mejor con su mera presencia. ¿Conoces a alguna?

Conocí a Nerea hace muchos años. Nerea era una de esas personas con magia. Era una chica menuda, con el pelo corto y los ojos más azules que he visto en mi vida. Un azul intenso, luminoso, como un cielo de verano perfecto. Si el azul fuera un color cálido, sin duda sería del tono exacto de los ojos de Nerea.

Su forma de ser era alegre. Cuando hablamos de una persona alegre, muchas veces visualizamos a alguien superficial, alocado y pegando saltos como un Fraggle. No se trataba de esa clase de alegría. Nerea era una chica del norte. De silencios y ojos abiertos, de sonrisas secretas. Su alegría se transmitía en la manera en que siempre recibía a los amigos y seres queridos. De alguna manera conseguía hacerte sentir como alguien especial, alguien a quien esperaba con absoluta ilusión. Su alegría se extendía suavemente, sin ruido. No llamaba la atención. Pero estaba allí. Si tenía problemas, tristezas, dolores, no los sabíamos. Una chicarrona del norte.

Tuvimos una corta y bonita amistad, que se interrumpió al tomar diferentes caminos. Curiosamente, la vida se ha ido encargando de cruzarnos en diferentes etapas y de la maneras casuales e inesperadas. Coincidimos durante un tiempo en la misma empresa. Cuando me encontré con ella, su mirada era la misma. El tiempo y lo que hubiera sucedido en su vida desde entonces, no había alterado la alegría. Seguía siendo azul cálida. Hablamos, nos pusimos al día. Con el tiempo observé que no era bien tratada por sus compañeros. Se hablaba maliciosamente de ella a sus espaldas y poco a poco, fue apagándose en un rincón de su departamento hasta que se marchó por voluntad propia. Las personas alegres e inocentes a menudo encuentran dificultades en encajar con las malicias y los juegos de poder que se desarrollan en los departamentos de las grandes empresas.

Tiempo después, volví a verla. Escruté de nuevo sus ojos azules. Había una huella, una ligera tristeza ahí al fondo. Siempre pensé que tenía que ser un pecado mortal, en cualquier religión, para cualquiera de nuestros dioses, herir de alguna manera a una persona así. Como herir a un niño, a un unicornio. Alguien había herido a Nerea. Pero su inocencia y alegría seguían allí, como un estandarte. No se había rendido. 

Busqué a Nerea más adelante en las redes sociales. Ya véis, yo en lugar de buscar ex novios, busco ex compis del instituto.

La he encontrado. Es más difícil saber acerca de ella por unas fotos. Pero me emociono al verla. Nos conocimos de adolescentes y me trae un montón de recuerdos. No sólo por la época en la que está asociada, sino porque siempre fue una de las personas más dulces que he tratado nunca. Parece contenta. No exhibe la felicidad artificiosa y prefabricada que vemos a menudo en estos medios. No es la cuenta de una persona que quiera transmitir una vida perfecta. Todo es sencillo, sin pretensiones, gobernado siempre por la sonrisa. Creo que Nerea sigue siendo una persona bendecida por el don de la alegría. No quiero creer que haya sido vencida por el mundo.

Si tenéis a alguna Nerea cerca; si tenéis en vuestro entorno a alguien que tenga magia, que os haga sentir bien sólo con su sonrisa y su presencia, alguien dulce que a veces parece estar fuera de este mundo que nos ha tocado vivir, sabed que el ejercicio de la alegría no es fácil: que estas personas también sufren, a menudo, la incomprensión y el rechazo, como muchos inocentes. Que no segregan más endorfinas que el resto y que tienen problemas, dolores y penas como todos nosotros y a veces, incluso más que nosotros. Y que con todo ello, han escogido hacer de la alegría su camino.  A pesar de todo.

Cuidad de ellos. No hay muchos.

Hazles comprender que no tienen en el mundo otro deber que la alegría. (Paul Claudel)

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