Revista Cultura y Ocio

En las orillas del cielo

Publicado el 07 noviembre 2011 por Brisne @Brisne72
En las orillas del cieloLa raíz del misterio
Invadieron el tiempo
            cuando el tiempo dormía
y sembraron la nada de relojes.
Comentar un poemario es algo complicado. A mi me resulta difícil porque siempre me quedo colgada en imágenes que siento pero que me niego a comprender. Sensaciones que me llenan pero a las que es complicado ponerles entendimiento. Los poemas, los versos, colonizan mi ser sin buscar nada más que sensaciones o imágenes. A través de la bruma de En las orillas del cielo me he perdido en realidades que caminan en el tiempo, en imágenes que me presentan el claroscuro de la memoria, en la vida presente y fugaz. En la incierta sonrisa del infinito techo, en palabras misteriosas escritas por la noche, en hojas en blanco manchadas por poemas, en gotas de agua que ruedan en el cristal, en los pasos de ayer que aún no han llegado, en ausencias que me observan en el fondo vacío de un espejo, en preludios de sonidos que inventan la tormenta. Me he asomado al fugitivo azul que alumbra el vacío; al magisterio oscuro de la luz; el humo de otros mundos ardidos con la infancia; raudales de lluvia enloquecida. He dejado la luz encendida hasta que mi alma termine de alejar las tinieblas; he cruzado el día por el páramo exhausto, durmiendo, sin tener nada que soñar: he sentido los días, lejanos resplandores y luz cautiva que proclama la burla de la noche; el firmamento asoma entre las llamas de un reflejo; he sentido el claro vacío de la calma, el ligero zumbido de los insectos que renacen; he visto arder palabras y bruma, caminos irredentos hacia lo inexpresable. He visto un diablo hacer fortuna en pueblos que gobiernan los dioses. He visto la máscara sin rostro de la desolación que esconde piedras solas y leyendas. He llegado a las sombras errantes de las nubes, al olvido. Al otoño del árbol de la vida, al tiempo infinito que se revela finito; a yermos cautivos, verde luna; he mirado los cuatro jinetes que escapan por su boca, por mis ojos, por las ideas; He oído, gritando, una sola palabra perdida entre los ecos de la nada creciente. Se perdieron los días en los días, los gestos de infinitud en las hogueras. He mirado pasar ovejas enigmáticas, pájaros piando, dentro de sus letras. He soñado días en sus palabras. Los he visto a ellos, a los otros dentro del cerco nuboso de la soledad. He mirado la estepa, una hoguera de fuego y soledad. He mirado la catedral, la humana soledad que encerró el infinito entre sus muros; al final el silencio, el fin certero y grave. En la tercera parte he visto relámpagos de tiempo inoportuno; fríos duendes del pasado que comparten despojos y olvidos; un reloj de mar sobre el que eternamente está cayendo sobre el agua...; palabras que tiñen de sombra el poema; palabras de ayer, iluminadas por el inmenso libro de las horas; un invisible tres cruzando la línea de la imaginación; dones sutiles de efímera quietud; oasis nocturnos atestados de seres imposibles, reflejo ajado del desierto; el velo de la lluvia borrando la luz del horizonte; un mundo nuevo y triste que se derrumba bajo la transparencia del silencio; escasos días e infinitas sendas; soledad siempre la misma; he mirado la busca de la nada; buscando el último verso sin saber que no existe. Y al final he visto un lugar en la rama del árbol solitario, viendo esperar, callados, los versos nunca escritos.

Un poemario en tres partes, en silencio, con ausencias, perfecto para ser leído en la calma del otoño, cuando la luz se pierde en el horizonte y las lágrimas surgen. Poemas otoñales, ausencias presentidas, agua que llena el alma, la soledad llenando sus poemas, sus vida que también son las nuestras. Un otoño del alma. Terminar de leer con la soledad colándose por la ventana. 

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