Encontrar el libro de Antigua Vamurta hoy, en papel, se ha convertido en una tarea propia de espías de alto abolengo equipados con lo último de Apple, tan indispensable para vivir y ser normal.
Me han llegado quejas, por diferentes vías, sobre lo difícil que es comprar el libro. Asunto que subestimé, pero esta mañana lo he comprobado en el centro de Barcelona. Siento haber reaccionado tan tarde. Casi no quedan libros a la venta. En muchas grandes tiendas no queda ni uno.
¿La solución, además de contratar los servicios de la CIA? - Comprar el libro por correo, el gran oráculo de Google muestra los caminos. - Comprar el libro en formato electrónico: durante el mes de abril y en FICCION BOOKS Vamurta en formatos ePUB, PDF y Kindle. Antigua Vamurta está a un euro (¡¡1 €!!). - Pedir en tu librería el libro. La distribuidora es UDL Libros. - Enfundarse la gabardina del inspector Clouseau y las bambas del mismísimo Hermes y recorrer el mundo.
¿Qué ha sucedido para que el Mosad, el MI5, la T.I.A o las FSB rusas deban intervenir en este asunto? Pues que la novela se ha ido vendiendo paulatinamente, que muy posiblemente en las grandes superficies se hayan olvidado de volverla a pedir más ejemplares y que los restos de la primera edición deben estar en algún almacén de un búnker reforzado a prueba de bombas perforantes y ataques bioquímicos.
Esta es la situación. Para alegrar un poco el día hoy me atrevo a decir que este año cierro el ciclo de Vamurta, que acabaré el segundo libro. En unos diez días sobrepasaré la frontera de las 300 páginas, una especie de Rubicón mental que tengo incrustado en la testa y que significa seguir adelante sin mirar atrás. ¡Los dados están en el aire! 
«Estaban surcando las aguas muy deprisa. Por encima de sus cabezas, los cúmulos oscuros cruzaban el cielo desde el norte, enfriando la atmósfera. El día cambiaba de color y la tarde se consumía mientras las tripulaciones procuraban no perder su trofeo. Un tirón podía significar la libertad herida para el sircad y todos lo sabían. El cielo turbio se hacía más y más impenetrable. Serlan mandaba acelerar o aflojar el ritmo, con la esperanza de consumir las fuerzas de su pieza».
